Con su permiso
Especulando. O no
Ha terminado calando el mensaje de que discrepar es manipular y criticar sembrar odio
A Cándido le gusta inventar historias. A veces las escribe. Las más solo las piensa. A menudo le sucede que la realidad que ve en la tele o escucha en la radio encaja como la rosca de la cafetera en la historia que él había concebido. Como si se hubiera anticipado. Será que anda fino de intuición o que sabe observar bien, lo que viene a ser la misma cosa. De las redes y la internet no se fía, porque cada vez se esconde menos la voluntad ciega de los que mandan de enganchar a los usuarios como yonquis de la inmediatez y de la imagen y mostrarles el mundo como lo piensan y les gusta para que se queden ahí, religiosamente abducidos.
Esta semana han pasado cosas que, hiladas entre certezas, fantasías y temores, hacen pensar a Cándido que está ante otra de esas ideas locas suyas que surge con perfiles que parecen verdaderos.
Siempre creyó que Putin no iba a parar quieto en sus ganas de hacer Historia (en mayúsculas). Un tipo del KGB que llega al poder, lo consigue todo, alcanza la hazaña de mantenerse y atesora ambiciones imperiales no se iba a conformar con ser el rey civil de todos los rusos. No era necesario abrazar teoría conspiranoica alguna antes de la invasión de Ucrania para conjeturar que desde Moscú se fijaba Europa como objetivo primero. ¿Por qué?, por su condición de barrera, de impedimenta fundamental en ese camino imperial que en sueños y supone Cándido que en planos se había trazado el ex agente secreto. Europa como objetivo. ¿Estrategia? Sembrar división para cosechar odio. Atacar sin heridas exteriores colándose en el sistema inmunitario europeo que es su común confianza en el juego democrático. Construir fragmentación para cosechar intolerancia. Le parece a Cándido que de eso iba la participación de agentes rusos en la fase violenta del hoy finiquitado procés catalán. Sospechó entonces que algo de eso había. Pero le otorgó poco valor, poco vigor destructivo ante la firmeza de la democracia europea y española, y lo apartó como se apartan los recuerdos tristes o las tentaciones.
Después vino lo de Ucrania que fue una confesión de intenciones por los hechos y las palabras al dejar claro que su debilísimo argumentario de defensa escondía la intención de desestabilizar las fronteras europeas. Y fijar por escrito a Occidente como enemigo ¿A modo de alternativa al aparente fracaso de la desestabilización desde dentro? Quizá no. Quizá como complemento a una acción que necesitaba de más sutileza y más tiempo. Porque, claro, él, aunque divino, es mortal y no puede esperar a la gloria después de muerto.
La operación, esa guerra tan despiadada como todas, pero mucho más cercana de lo que casi siempre nos parece, consiguió despertar la pulsión antioccidental del mundo que en ese lenguaje blanquito y desafinado que nos descarga la conciencia llamamos en desarrollo. Putin alcanza entonces cierto éxito en la intención de convertir al Occidente democrático y confortable en el enemigo público del orden mundial de los oprimidos. Puede que no de una forma clara y evidente, pero Cándido ataba cabos y las cosas le encajaban. ¿Conspiranoico? No. Escéptico. Y algo temeroso. Creerse libre de todo mal no te priva de que te llegue, igual que desconocer la ley no te exime de su cumplimiento
La noticia del intento de asesinato del presidente de Eslovaquia amigo de Putin y la posterior reacción del gobierno de allí, le parece a Cándido que confirma esa inquietante posibilidad de que la cosa esté calando. El portavoz eslovaco atribuyó a la fragmentación, a la incitación al odio desde las filas adversarias (enemigas, más bien) la responsabilidad de la acción del poeta roto y desesperado que abandona la pluma para hacer valer la pistola. Tiene que haber odio, sí. Y algo más, seguro. Pero atribuir de esa forma nada sutil la violencia a quienes discrepan o critican no es sino echar más gasolina a las llamas: decir que provocas violencia por sembrar el odio es sembrar el odio que provoca violencia.
Lo terrible, lo que constata Cándido ante lo que ve y escucha en los medios, es que ese argumentario es ya una espiral universal. NO sólo los regímenes populistas o los gobernantes gritones y falsarios señalan al adversario como enemigo, es que eso del odio se ha convertido en el argumento de todo tipo de poder político contra un brazo tan vital y necesario del juego democrático como la exhibición de diferencias y la crítica. Ha terminado calando el mensaje de que discrepar es manipular y criticar sembrar odio.
En tiempos de crisis buscamos el refugio de los nuestros, los que nos entienden y piensan como nosotros. Y hacia los demás levantamos muros cada vez más altos y más gruesos. Las redes sociales contribuyen a esa pereza acomodaticia y nos sirven nuestro mundo ideal. La tragedia es que los gobiernos democráticos abrazan también el argumentario simple y banal de la descalificación y la mentira de supervivencia.
Cándido se imagina a Putin acariciando un gatito después de alentar a sus generalotes a la batalla, mientras contempla el caos de desencuentros y disputas entre quienes olvidan que hablar y entenderse, sobre todo con los que no piensan como nosotros, es la esencia de nuestro bienestar colectivo.
Pero quizá se equivoque y todo esto sean tonterías suyas.
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