Apuntes

Eta: marxista, leninista y autogestionaria

Los etarras son ahora transgénero, animalistas y calentólogos. Como el PNV

El mejor ejercicio para aprender hermenéutica (la interpretación de los textos obscuros o sagrados) era meterse entre pecho y espalda unos de esos comunicados de la banda, de once o doce folios a máquina, letra muy apretada, con la «filosofía política» y las justificaciones de rigor. Por ejemplo, ¿cómo hacemos para que asesinar a una embarazada desarmada en un garaje sea una acción de lucha armada y no una canallada del peor terrorismo que ha visto la humanidad? O, más adelante, ¿la socialización del sufrimiento de la sociedad vasca incluye a ese industrial euskaldun, setentón, de boina a rosca, que no paga «el impuesto» y le hemos pegado un tiro en la cabeza cuando iba a jugar al mus o sólo a los concejales electos del PSE y del PP?

Como verán, disyuntivas políticas de enorme calado que exigían constantes asambleas y la depuración de un lenguaje alambicado, el «zutabés», que en batua (el moderno vascuence) daba pie a complejas interpretaciones y en castellano rozaba el delirio. Además, justificados los medios, estaban los fines que, por supuesto, eran de una claridad pasmosa y una legitimidad que, de haberlo sabido, hubiera hecho más fácil el tránsito a la otra vida del matrimonio compuesto por el concejal Alberto Jiménez-Becerril y su esposa Ascensión García, asesinados un 30 de enero en Sevilla. A Ascensión, la remataron abrazada al cuerpo malherido de su marido.

Pero no nos perdamos en esos detalles de tan remoto pasado, que hay que mirar al futuro, no vayamos a acabar sacando huesos como en Cuelgamuros, que lo mismo das con la calavera de un «nacional» que con la de un «republicano», cuyos descendientes más próximos también están criando malvas, y vamos al meollo político. Si no lo entendí mal, que es posible, se trataba de conseguir la independencia de Euskalerria, sí, pero no para dársela en bandeja al PNV, ese peronismo autóctono, y, por lo tanto, incorregible, de los arzallus y compañía. La Eta se declaraba un movimiento «marxista, leninista y autogestionario» y preconizaba un modelo social y político para el País Vasco de tipo albanés –los prochinos siempre tuvieron su peso–, socialista y tal. Los chicos, entre bomba lapa y tiro en la nuca, se adoctrinaban en los campos de entrenamiento de Argelia, ese país al que pasaron a degüello los islamistas, sin imaginar que acabarían siendo «transgénero, animalistas y calentólogos»; escuderos del Gobierno de ocupación y dispuestos a tragar con lo que digan los españolazos de Madrid, a ver si podemos sacar a los presos del mako, esos pobres viejos que cuando se les pasan los efectos alcohólicos del aurresku no reconocen el país donde viven, salvo por el viaje en el tiempo de la gabarra del Athletic por la ría.

Un país cuyo máximo desafío no es la construcción de la patria socialista, a la vanguardia del proletariado, sino el de gestionar las pensiones, mientras los jóvenes huyen del euskera como los búlgaros de la vacuna, los nuevos inmigrantes rezan a Ala, que ya se sabe que Mahoma es su profeta, y los viejos burgueses nacionalistas, los catolicarras de «Dios y las Leyes Viejas» votan a favor del derecho al aborto, la eutanasia y que se mutile los pechos a las adolescentes en crisis de identidad. Uno entiende que el pobre Ochandiano ande confuso en lo del terrorismo y la lucha armada, porque los batasunos siempre han sido así, cínicos y asesinos, pero lo de Pradales es de psiquiatra y terapia de grupo.