Las correcciones

Fox, Succession y la «gran mentira»

El caso por difamación plasma los dilemas de un periodismo interpretativo sometido a las audiencias

En Estados Unidos como en el resto de los países democráticos en los que existe una prensa libre no es ilegal mentir, pero sí difamar. La cuestión clave –como explicaba en estas páginas el profesor de Princeton, Charles Cameron– es establecer donde está la delgada línea que separa una mentira y de una difamación. Para ello, el Tribunal Supremo de EE UU determinó que para que existiese delito la mentira tenía que ser deliberada. Esto es, que la persona que la dijese fuera plenamente consciente de que lo que estaba diciendo era falso. Fox Corp. de Rupert Murdoch ha tenido que pagar esta semana a Dominion Voting Systems, 717 millones de euros para evitar un juicio por difamación en un tribunal de Delaware. Este proveedor de máquinas de votación electrónica presentó una demanda civil contra Fox para desmontar las teorías sobre el fraude electoral que en 2020 fueron cacareadas por los presentadores de la cadena como si una mentira repetida mil veces fuera a convertirse en verdad.

Los informes y los emails internos que se aportaron como pruebas en la preparación del juicio parecían confirmar que los presentadores de Fox eran conscientes de que lo que decían era falso. «La pistola humeante», apuntaba el profesor Cameron. La verdad la tenían muy cerca. Los informativos de Fox enfrentados a los editorialistas y a sus «estrellitas» fueron los primeros en anunciar la victoria de Biden en Arizona, clave para su llegada a la Casa Blanca. Los altos ejecutivos de la cadena estaban alarmados porque su audiencia trumpista se negaba a aceptar la derrota y consideraba el anuncio de los informativos como una traición. Temían que si no daban pábulo a la «gran mentira» sus espectadores apagarían sus televisores y sus ingresos publicitarios caerían en picado. Dejaron que los allegados de Donald Trump transmitieran en sus programas que los algoritmos de Dominion, manipulados por activistas demócratas, más o menos guiados por el fallecido Hugo Chávez, habrían orquestado el triunfo de Biden en algunos estados bisagra, transformando votos republicanos en votos demócratas. El caso va más allá de una disputa legal que termina con un acuerdo millonario. Como explicaba el profesor Ran Halévi en «Le Figaro» el episodio «toca temas que acechan a nuestras democracias en la era de la posverdad: la intrusión de las teorías conspirativas en la esfera pública, los límites de la libertad de expresión o los contornos éticos del periodismo comprometido». Plasma los dilemas y servidumbres de una profesión sometida a los índices de audiencia y a la dictadura de la opinión, sobre todo en unos Estados Unidos más divididos que nunca. Para sus espectadores, Fox News es mucho más que un canal de noticias 24horas: es un hogar, una caja de resonancia o un faro ideológico que alumbra la intimidad de sus hogares. Y en esta pseudofraternidad no hay verdades sino creencias.

Me resulta divertido que esta telenovela del no juicio contra la cadena Fox haya coincidido en el tiempo con la cuarta temporada de Succession. Los paralelismos entre la serie interpretada por Brian Cox (Logan Roy) y el imperio Murdoch son numerosos, aunque ficcionados y caricaturizados para aumentar el dramatismo. Al espectador se le vuelve a abrir una ventana privilegiada para sondear el lado oscuro del alma.