La situación

No a la guerra

Exigir que se deje de ayudar a Ucrania es tanto como pedir a los ucranianos que se rindan, y tanto como dejar el camino expedito a Putin

Esta semana se cumple un año desde que el ejército ruso inició la invasión de Ucrania. El plan de Vladimir Putin de tomar Kiev no se cumplió, y la guerra se le ha convertido en un barrizal del que no ha conseguido salir, de momento. Ese barrizal ha ensuciado también a algunos partidos políticos occidentales, cuyas simpatías por el putinismo han resultado demasiado evidentes, aunque pretendan que solo se aprecien implícitamente.

España, en esto como en otras cosas, también tiene su hecho diferencial, porque es difícil encontrar en Europa occidental un gobierno como el nuestro: en el Consejo de ministros se sientan partidarios de ayudar a Ucrania y partidarios de no ayudar a Ucrania. Y, si no queremos engañarnos, ser partidario de no ayudar a Ucrania significa ser, como poco, condescendiente con los deseos imperialistas de Rusia.

Podemos acusa a Pedro Sánchez de entregarse a los intereses de Estados Unidos, que los tiene como todos los países. Pero será difícil acusar a Estados Unidos de haber invadido Ucrania. Es tal el adolescente simplismo antiamericano que anida en determinado sector político español que, un año después de la invasión de Rusia, aún se está a la espera de que quienes organizaron manifestaciones masivas contra Estados Unidos y el gobierno de Aznar al grito de «no a la guerra», convoquen otro «no a la guerra» contra Rusia por invadir Ucrania. A fecha de hoy, no ha ocurrido tal cosa.

La posición de Podemos no dista mucho de la que defienden determinados políticos de la extrema derecha italiana o húngara, y se aparta notablemente de las medidas que defiende el gran partido pacifista europeo, Los Verdes, desde el gobierno de coalición alemán. Exigir que se deje de ayudar a Ucrania es tanto como pedir a los ucranianos que se rindan, y tanto como dejar el camino expedito a Putin para que se apodere por la fuerza de un país soberano. El líder del Kremlin sabe que cuenta con esa ventaja: la existencia de un sector social europeo, también en España, que tiende a la pusilanimidad. Y esa es la fuerza del tirano ruso.