Opinión
La herejía de Amelia Bono
Lo que escuece es la posibilidad de que una persona se rebele contra la idea de que la vida después de los cuarenta debe ser un acto de resignación elegante
¿Un condón? ¿Un pájaro muerto? ¿Una cáscara de plátano? No importa. Lo verdaderamente revelador no es el objeto misterioso que apareció en el suelo de la foto, sino el vendaval de reacciones furibundas que desató. Porque este escándalo no va de limpieza doméstica, ni de despistes decorativos, ni siquiera de Instagram. Va de vivir en una sociedad machista, envidiosa e hipócrita, que se disfraza de moderna pero sigue retratándose en cuanto una mujer se sale del guion.
Que ese objeto blanco hubiera sido un calcetín sucio o un billete de 50 euros habría dado igual. Lo que escuece es la posibilidad de que una persona se rebele contra la idea de que la vida después de los cuarenta debe ser un acto de resignación elegante. Así, sin pedir permiso, sin esconderse, sin emitir comunicados con eufemismos como "disfrutando de mi nueva etapa".
"¿Qué te has creído?", "¿Qué buscas a tu edad?", "¿No estarías mejor conformándote?". El paradigma sigue igual que el descrito por Simone de Beauvoir en El segundo sexo: una mujer que elige su libertad es una hereje que debe ser castigada con el látigo del juicio social.
Y lo más triste es que ella misma, azorada, haya sentido la necesidad de responder. Como si tuviera que justificar que su suelo tiene objetos. Como si la ratita presumida tuviera que salir a pasar la escoba para no decepcionar a las vecinas (lo peor las demás mujeres luchando por perpetuar su propio desencanto). ¿Pero qué se le está exigiendo exactamente? ¿Que viva en una vitrina sin rastros de vida humana? ¿Que sea una virgen reconstituida hasta nuevo matrimonio con anillo y misa? ¿Qué pase la fregona? ¿Pulcritud? ¿Penitencia? ¿Silencio decorativo?
Porque no se critica el descuido, se critica la libertad. Lo que no se le perdona es que tenga opciones. Que tenga orgasmos o ligues o noches locas en Isla Mauricio. Que siga teniendo esperanza... "¿Quién es feliz después de los cuarenta?". El discurso colectivo nos dice que ya es tarde para rebelarse, que ya deberíamos estar asentadas y perfectamente aburridas: aceptas el tedio o pagas el precio de la libertad.
El machismo hiede en cada meme, en cada comentario malintencionado, en cada tertuliano que analiza "el supuesto condón" como si fuera la daga de Césares. Pero también en esa reacción casi infantil de ella, pidiendo disculpas como si hubiera salido en bata con rulos. En pleno siglo XXI, podríamos pensar que la hoguera es cosa del pasado, pero las llamas han cambiado de forma. "¿Qué te has creído?", te pregunta la logia con un tono mental entre desprecio y pavor. “¿Quién eres tú para querer algo más?". El eco de un discurso antiguo donde lo que más molesta es la insumisión: la negativa a conformarse (y a joderse).
Nos han vendido que a cierta edad, lo mejor que puedes hacer es marchitarte con dignidad. Pero ¿Dónde está escrito que una madre divorciada no puede protegerse de las ETS? ¿De verdad queremos mujeres sin deseo, sin rastro, sin suelo?
A estas alturas todas sabemos que nuestro destino no es el amor perfecto pero sí el derecho a vivir en coherencia, Amelia, ojalá hubiera sido un condón. Y ojalá hubieras contestado: Sí. Y qué. La verdadera herejía no es rebelarse, sino someterse a premisas falsas.