Las correcciones

«Kategate»

La falta de una explicación razonable a la misteriosa operación de la princesa alimenta las especulaciones

En los anales de los desastres de comunicación de la familia real británica no está claro en qué posición quedará lo que ya se conoce en Reino Unido como el «Kategate». No está claro, entre otras cosas, porque el escándalo no ha terminado. Nadie, salvo su círculo más cercano, sabe con exactitud qué le pasa a Kate, pero lo que intuimos es que es algo que se está tratando de ocultar deliberadamente a la opinión pública.

El intento fallido de la princesa de Gales de publicar un retrato familiar de sí misma y de sus tres hijos, Jorge, Carlota y Luis, para celebrar el Día de la Madre manipulando digitalmente la imagen se ha convertido en un torpedo en la línea de flotación de la credibilidad de la monarquía británica y ha dado pie a todo tipo de teorías sobre cuál es el estado de salud real de Kate. La fotografía, que sufrió por lo menos tres alteraciones, se había convertido en una especie de «prueba de vida» de la princesa de Gales con la que se pretendía acallar los rumores surgidos durante los dos meses que llevaba desaparecida tras haber sido sometida a una misteriosa «cirugía abdominal programada» de la que se informó con posterioridad, en lo que fue un comportamiento inusual en las relaciones públicas de los Windsor. El retrato de los hijos riéndose a carcajadas provocó el efecto contrario al deseado. La imagen idílica en lugar de tranquilizar a la opinión pública sobre la recuperación de la princesa generó inquietud y enfado.

En los titulares de la prensa británica vuelve a aparecer el nombre de la supuesta amante del príncipe Guillermo, la marquesa Rose Hanbury, con la que se le relaciona desde 2019. La falta de una explicación sobre las causas de la operación abdominal que mantiene a Kate alejada de sus compromisos reales hasta después de Semana Santa alimenta todo tipo de especulaciones sobre qué ha provocado en realidad su baja temporal.

El veterano periodista y autor de «La última reina», una biografía de Isabel II, Clive Irving, decía en «Financial Times» que los príncipes de Gales han cometido un error clásico. Dar algo de información sin ser lo suficientemente transparentes. Eso, concluía, siempre termina en insatisfacción. La peor política de comunicación es la no comunicación. Pero fiel al lema «no te quejes, no expliques», el Palacio de Kensington se ha negado a publicar la imagen original de la princesa y sus hijos como medida para restablecer la confianza de sus ciudadanos ante las habladurías.

Este embarazoso episodio se produce, además, en un momento especialmente delicado para los Windsor. Desde febrero, el rey Carlos III, de 73 años, permanece apartado de la agenda pública para tratarse de un cáncer inespecífico y del que tampoco sabemos el pronóstico. El próximo 6 de mayo se conmemora el primer aniversario de su coronación y lo que en otro momento hubiera sido una fecha señalada de celebración ahora apenas se menciona. Tras siete décadas de «la roca», Isabel II, la monarquía británica parece desnortada. Los tres pilares de la casa real están por una razón u otra fuera de juego. Carlos III, enfermo; Guillermo, el heredero, a medio gas, y Catalina, la princesa, convaleciente. El peso de la corona recae ahora sobre la reina Camilla. Si Diana levantase la cabeza...