Tribuna

Los límites a la mediación de la Corona

Me pregunto si tras cinco años de estancamiento del Consejo General del Poder Judicial, sería mejor la mediación de nuestro Rey, que la del Comisario Reynders, por buenas que sean sus aptitudes e intenciones.

Los límites a la mediación de la Corona
Los límites a la mediación de la CoronaRaúl

Bien sé que un Jueves Santo no es el mejor día para reflexionar sobre nuestro preocupante presente e intentar apuntalar nuestro futuro inmediato.

Vienen a mi memoria otros días santos allá por la Moskitia hondureña junto a una base teóricamente clandestina montada por la CIA en apoyo de la «contra» nicaragüense que luchaba contra el régimen sandinista que entonces, como hoy otra vez, dominaba con mano de hierro a nuestra hermana Nicaragua. De aquellos miskitos cristianos moravos, sí puedo extraer una lección relacionada con este Jueves: al entregar en formación militar sus armas a los representantes de Naciones Unidas, se descubrieron y oraron, «pidiendo a Dios les perdonase, si sus balas habían matado o herido a sus enemigos». Semejantes circunstancias, vividas en Bosnia alrededor del santuario dedicado a la Virgen de Medjugorje donde unos franciscanos italianos arropaban a niños huérfanos a consecuencia de aquella incomprensible guerra estallada en pleno corazón de Europa entre ideologías, etnias y religiones diferentes que, poco tiempo antes, formaban la República Federal de Yugoeslavia. Más cercana por su liturgia, con procesiones y pasos semejantes a los nuestros, la Semana Santa en la Antigua, capital de Guatemala. Siempre presentes, no obstante, las modestas aunque entrañables conmemoraciones en los pueblos de mi Menorca, con cofradías y pasos recompuestos en los años 40, reemplazando a los destruidos o quemados pocos años atrás.

He hablado de frentes, guerras cainitas, países desmembrados por nacionalismos. Entiendo no es el caso de nuestra actual España. Pero sí hay peligrosos indicios de aproximación a ellos, no con trincheras en campo abierto, sí quizás en mentes, comportamientos y relaciones políticas. No descubro nada si afirmo que el odio se ha adueñado de las dos riberas por donde pasa el río de nuestra vida.

Parto de la base de que nuestra Transición del 78 se ha ido desmantelando, especialmente desde los atentados a los trenes de Atocha del 11 de marzo de 2004 y las inmediatas elecciones del día 14. Desde entonces, se ha ido degradando nuestra vida política, desprestigiadas nuestras Instituciones, abierta una brecha entre clase política y ciudadanía, difícil de suturar. Las propuestas de modificar nuestra Carta Magna se plantean frecuentemente por parte de expertos en Derecho Constitucional preocupados por el excesivo peso de los partidos regionalistas en el Congreso, por la desigualdad real entre españoles, la falta de solidaridad y equilibrio entre comunidades autónomas y necesidad de definir claramente las competencias exclusivas del Estado (Artº. 149) y las que «podrán asumir» las Comunidades Autónomas (Artº. 148).

Y aquí entra mi preocupación sobre el fundamental papel de la Corona, hoy ceñida por el Artº. 56, a la Jefatura del Estado, símbolo de la unidad y permanencia de España, que «arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones». Otros artículos la encorsetan: siempre sus actos deben estar refrendados por el Gobierno, incluso «cuando lo estime oportuno» podrá presidir el Consejo de Ministros, «a petición del Presidente del Gobierno». Presente, la sombra del período Alfonso XIII-Primo de Rivera, cuando la caída del segundo arrastró en 1931 a la Monarquía que representaba el primero. Ya en los alrededores del golpe del 23 de febrero de 1981 surgió la idea de emular el forzado tránsito de la Cuarta República francesa a la Quinta tras un golpe del General De Gaulle –que daba nombre a una operación con este nombre– a fin de conceder poderes al Jefe del Estado que pusiesen fin a un ineficaz y estancado sistema de partidos políticos.

Soy testigo de las graves consecuencias por no haber aplazado las elecciones de 2004. Con un país anonadado por la gravedad de los atentados de Atocha, en lugar de unirse contra un enemigo exterior apoyando sin fisuras a sus víctimas, se abrió en canal en dos facciones que aún hoy, pasados los 20 años, utilizan su dolor como arma arrojadiza contra el adversario político. Con más conocimientos que los míos, Federico Trillo –Letrado de Cortes, Fiscal Militar, Ministro, Presidente del Congreso– sostenía recientemente que la fecha señalada para unas elecciones debe mantenerse por respeto democrático, pase lo que pase. Vistas las consecuencias, respetuosamente disiento. Y me pregunto: ¿con otras atribuciones constitucionales, hubiera podido mediar el Rey apoyado en los dos partidos mayoritarios, aplazando los comicios? Creo que hoy lo valoraríamos y agradeceríamos. Como también me pregunto si tras cinco años de estancamiento del Consejo General del Poder Judicial, sería mejor la mediación de nuestro Rey, que la del Comisario Reynders, por buenas que sean sus aptitudes e intenciones.

Todo bulle en mi mente un Jueves histórico, mitad religioso mitad vacacional, que seguramente no invite a meditar sobre «asuntos internos» ante la gravedad de otros acontecimientos que día a día nos conmueven. Pero, me duelen.