Tribuna

Moral y barro

Quiero pensar que hay un sano sentir ético mayoritario fruto, guste o no, de la moral natural, un sentir que aflora aunque quiera anegarse en el relativismo o pervertirlo

Continúo con lo que dejé planteado hace un par de semanas en otra tribuna y en estas páginas. Hablaba de responsabilidades políticas y judiciales y daba prioridad a las primeras como manifestación de una cultura política aseada. Prioridad en la exigencia y de ahí que el siguiente paso -esperable- sea la dimisión del que se ve involucrado en algún escándalo. Podrá haber, además, responsabilidad penal. Esta tiene sus tiempos para investigar y, según el caso, juzgar, y puede quedar en nada, lo que abre las puertas a la rehabilitación del afectado.

Desde que escribí esa tribuna el panorama no ha mejorado. Surge ahora el escándalo Errejón, al que me ciño aunque haya otros coetáneos y no poco sonados. Se me podrá decir que en este caso las cosas han sido al revés, satisfactoriamente al revés. No entro en posibles responsabilidades penales, es más, no sé si hay algún procedimiento en marcha, pero que haya sido apartado de sus cargos políticos evidencia que lo prioritario han sido las responsabilidades políticas. No lo niego. La pega es que, según dicen las crónicas, ya se tenía noticia de su conducta detestable desde hacía tiempo, protagonizada por alguien que hacía gala de feminismo, y la reacción ha venido al aflorar sus andanzas.

Ese caso es paradigma de cómo un líder político puede llevar una vida pública que se da de tortas con la privada. Hace tiempo planteé, también en estas páginas, que esa vida privada no nos resulta necesariamente indiferente, no es un ámbito que deba estar blindado frente al conocimiento público. Hablo de líderes y la razón es que dudo que quien lo sea pueda presentarse como solucionador de los problemas de un país y resulta, o que no es capaz de solucionar los propios o, sin más, tener de vida privada decente, coherente con sus ideas. Admito matizaciones, pero por principio rechazo que la vida de las personas se organice en compartimentos estancos.

Hay ámbitos en los que existen códigos de conducta y principios éticos aplicados a responsables públicos. Para los funcionarios son ya ley y los jueces tenemos una Comisión de Ética Judicial que va depurando qué es éticamente aceptable, qué es censurable o, al menos, dudoso en la conducta -profesional- del juez. Es una llamada a la rectitud en esa conducta profesional y algo más, y digo «algo más» porque aparte de actuaciones individuales, impropias de los jueces, las hay también colectivas como lo confirma alguna asociación, nominalmente judicial, que no oculta su servidumbre tanto ideológica como política, aunque vaya contra la Justicia misma.

Dejo a esos peones de la política y vuelvo a la política pura. Seguimos viendo que ahí todo vale, empezando por mentir, es más, sobran ejemplos de líderes -nacionales y foráneos- que mienten por sistema, parece que lo llevan en su ADN, que forma parte de su estructura mental y de su personalidad. Aprovechan todas las posibilidades que tienen para encubrir sus falsedades echando mal sobre mal y así suelen emplear como arma fomentar el enfrentamiento, la algarabía o generar otros escándalos para camuflar los suyos.

Visto el panorama y fuera de las normas de urbanidad parlamentaria, en la vida política y pugnando con máximas maquiavélicas -que hacen pasar por astucia lo que no es sino cinismo-, me pregunto si existe un código o principios éticos, no digo escritos, sino sobreentendido formados, obviamente, por normas decentes. Pregunto por ese código ético porque deduzco, o que o no lo hay o, de haberlo, no soy capaz de dar con él. Pero esta duda me lleva a otra más inquietante porque me pregunto si existe donde sí debe existir y me estoy refiriendo a la propia sociedad y entiendo por tal la gran mayoría de los ciudadanos.

Lo planteo porque a muchos parece no importarles que el político mienta, aunque las consecuencias la sufran también los que aplauden al mentiroso. Lo planteo e invito a que continuemos reflexionando porque la cuestión es de mayor calado y me pregunto si la clase política actúa en pugna con los buenos sentimientos asentados en la mayoría de los ciudadanos o va a resultar, más bien, que nuestros políticos no dejan de ser sino el reflejo de una sociedad con crecientes carencias éticas.

Quiero pensar que hay un sano sentir ético mayoritario fruto, guste o no, de la moral natural, un sentir que aflora aunque quiera anegarse en el relativismo o pervertirlo. Basta estar a lo que vemos tras la DANA, cómo en ese mar de lodo sale lo mejor de la gente. Y hablando de lodo, vaya contraste entre esos servidores públicos enlodados a base de luchar contra el lodo mismo y aquel Fiscal General gubernamentalizado que quería que los jueces enlodasen sus togas, no a base de luchar contra el lodo, sino para ser lodo. Insisto, falta de nivel ético.