El canto del cuco

Oficio de difuntos

Rezar por las almas de los muertos y honrar su memoria es una costumbre piadosa desde siempre en todas las culturas y religiones

También los muertos requieren amnistía. En ambientes campesinos de algunos países católicos se cree que el Día de Difuntos las almas de los muertos vuelven a la casa donde habían residido y conviven con los vivos. Estos los sienten ese día cercanos, invisibles, en la mesa familiar. En Galicia no resulta extraño encontrarse en noche cerrada con la Santa Compaña en un camino estrecho entre los prados cerca de una ermita solitaria. Los aparecidos forman parte arraigada, en los pueblos de Castilla, de las leyendas que se cuentan –o se contaban– junto al fuego de la cocina en las largas noches de invierno. Es una tradición cultural de la España mágica, cada vez más desvaída, que, de unos años a esta parte, está siendo sustituida por la carnavalada comercial de «Halloween», que se ha introducido furtivamente entre nosotros, seguramente en un intento desesperado de ahuyentar el miedo a la muerte.

Rezar por las almas de los muertos y honrar su memoria es una costumbre piadosa desde siempre en todas las culturas y religiones. Los druidas y las religiones precristianas en América celebraban el Día de los Muertos, y sus ritos perduran en la actualidad, sobre todo en México. En el segundo libro de los Macabeos, que cierra el Antiguo Testamento, Juan Macabeo manda ofrecer sacrificios por los difuntos para que queden libres de sus pecados. O sea, amnistiados. Esa misma convicción arraigó en el cristianismo desde sus orígenes. En esa nueva dimensión misteriosa que se abre con la muerte se supone que las almas pasan por un período intermedio de purificación, que se ha venido en llamar purgatorio, antes de alcanzar su destino definitivo.

Para que consigan esa especie de amnistía eterna, se les puede ayudar desde aquí. Eso se logra, según la doctrina eclesiástica, con sufragios: misas –las más apropiadas son las de réquiem–, limosnas, oraciones e indulgencias. Con esta comunicación invisible, los vivos ayudan a los difuntos a alcanzar su verdadero destino, tras el pasajero tránsito por la vida. De paso obtienen la intercesión de ellos en el Más Allá. Es lo que popularmente se llama sacar las ánimas del purgatorio. Todo un gesto solidario. Fue un monje benedictino francés, San Odilio, abad de Cluny, el que, en torno al año 1000, instauró la oración por los difuntos en los monasterios de la Orden e inauguró el Día de Difuntos el 2 de noviembre, que fue aceptado por Roma. Hoy, mientras escribo, gentes de toda condición acuden con flores a los cementerios y los creyentes rezan por sus muertos en una especie de misterioso trato de ultratumba.