Tribuna

Pax romana y paz de Trump

Su lema, «La paz a través de la fuerza», que ejerce con legiones desplegadas por medio mundo, no difiere de la máxima romana (1). Sus maneras: las de emperador romano

Pax romana y paz de Trump
Pax romana y paz de TrumpBarrio

Por supuesto, cualquier proceso de paz, venga de donde venga, siempre será bienvenido.

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Llamamos «pax romana» al período más brillante de su Imperio, caracterizado por una expansión territorial, acompañada de un fuerte desarrollo económico y cultural. Lo sitúa la Historia entre el año 27 (a.C.), con el ascenso de Augusto como primer emperador de Roma, hasta el 180 (d.C.), año de la muerte de Marco Aurelio. El período, no exento de conflictos en sus fronteras, significó el fin de las guerras civiles y la consolidación del Imperio. Si tuviese que resumir en una palabra lo que significó, diría: «estabilidad».

Esta estabilidad estaba cimentada en una conocida máxima romana: (1) «Si quieres la paz, prepara la guerra», materializada sobre el terreno con el despliegue de sus Legiones. Estas formaciones, mucho más que simples unidades militares, estaban formadas por unos 5.000-6.000 hombres de edades comprendidas entre los 17 y 45 años, divididos en 10 cohortes de 480-500, subdivididas a la vez en seis centurias de 60-80, formando unas unidades flexibles, autónomas y eficaces que contaban con caballería, ingenieros, médicos, personal administrativo y obreros de apoyo. Unían a esta eficacia operativa, el apoyo a obras civiles –calzadas y acueductos– sin descuidar su verdadera misión de evitar la guerra, bien por la disuasión, bien por la fuerza. Por supuesto, con sacrificios económicos, que compensaban con particulares aranceles.

También nuestro mundo buscó su especial paz, especialmente tras las dos Guerras Mundiales que causaron millones de muertos e incalculable dolor en amplios sectores de la población civil. Pensó que debía poner fin a los horrores de las bombas nucleares lanzadas contra ciudades japonesas, a los holocaustos, a la retención de rehenes inocentes, a la hambruna como arma y a los campos de exterminio o concentración.

Pero no hemos sabido preservar, defender esta paz. Triunfaron los movimientos del «no a la guerra», como lo han sido los terroristas (2); se bendijo la insumisión y se menospreciaron principios como el de la disciplina, cuando una pseudo intelectualidad creyó –boba– haber alcanzado la paz perpetua. Incluso algunos mandos militares, no digamos ministros de Defensa, se contagiaron de este falso pacifismo. Pero hoy, inseguras las fronteras como en el Imperio Romano, asaltados países soberanos como Ucrania, nos vemos desguarnecidos, disgregados, discutiendo si gastamos el 2% o más, si recuperamos el servicio militar o construimos refugios ante el miedo de unos misiles o unos drones.

No me cansaré de repetirlo. Es la Carta de San Francisco de 1945 la que declaró su firme resolución de «preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra vida ha infligido a la Humanidad sufrimientos indecibles». En tanto juzgaban en Nuremberg a los perdedores, 51 naciones aprobaban una Carta con definidos propósitos y principios, encaminados a preservar la paz alcanzada. Concretaban que «sus miembros confieren al Consejo de Seguridad la responsabilidad primordial de mantenerla», estableciendo incluso (Artº 47), un Comité de Estado Mayor para «asesorarle y asistirle en todas las cuestiones relativas a necesidades militares» y dando pie (Artº 51) a la legitimación de una alianza defensiva como la OTAN, al señalar que «ninguna disposición de esta Carta, menoscabará el derecho inmanente de legítima defensa, individual o colectiva, en caso de ataque armado contra un miembro de Naciones Unidas». Hay un último punto que destaco de sus Propósitos fundamentales (Artº 1.4): «Servir de centro que armonice los esfuerzos de las naciones para alcanzar estos propósitos comunes de mantener la paz y la seguridad internacionales».

Voy directo a unas conclusiones, cuando, tras dos años de dolor y destrucción, se ha firmado una inicial paz entre Israel y Gaza, auspiciada por una minoría de países bajo la batuta del presidente Trump. Su lema, «La paz a través de la fuerza», que ejerce con legiones desplegadas por medio mundo, no difiere de la máxima romana (1). Sus maneras: las de emperador romano. En juego, el hambre de millones de personas, el futuro de varias generaciones, la reconstrucción de un territorio, el mismo miedo e inseguridad, la incertidumbre sobre voluntades de dirigentes de unos pueblos que solo conciben el suyo, en base a «echar al otro al mar».

Las Naciones Unidas que ostentan la representación multilateral de 190 países, que podrían esgrimir una objetividad que no se encuentra en Trump, que cuentan con unas Agencias vitales para esta reconstrucción, han seguido a rastras y bajo perfil, esta iniciativa de paz. No han sido ni de lejos, el «centro que armonice estos esfuerzos» del artículo 1.4.

¿Fían al «emperador» Trump, resolver las cincuenta guerras hoy latentes?

(1) «Si vis pacem, para bellum»; (2) Tenemos en casa el ejemplo de ETA/Bildu

Luis Alejandre Sintes,es general (r). Academia de las Artes y Ciencias Militares.