El ambigú

La polarización

Los problemas en la democracia se resuelven mejor con más democracia

Por fin ha llegado el día, y hoy la sociedad española elige los órganos legislativos que van a conformar el próximo gobierno para España; es la primera vez, y esperemos la última, que España vota a finales del mes de julio, con media ciudadanía de vacaciones y la otra media preparándolas, y con temperaturas propias de la estación en la que estamos, algo inédito hasta este momento. Parece recomendable una previsión legal que impida elecciones durante los meses de julio y agosto, así como en Navidades y Semana Santa; a veces se hace necesario asegurar la observancia del sentido común a través de la ley. Expresar que estamos ante unas elecciones cruciales puede parecer una frase retórica propia de todas las elecciones generales, pero aun asumiendo la pérdida de perspectiva propia de un análisis coyuntural, me atrevo a afirmarlo. Mi confianza en el pueblo español es plena, siempre ha sabido elegir y así lo hará, inspirado no solo por el principio democrático sino también por un principio de justicia, dando en términos de Ulpiano, el apoyo electoral que cada uno se merece.

Al margen de las elecciones, me gustaría hacer una reflexión de fondo sobre un mal que aqueja no solo a nuestro país, sino a otros muchos, tal cual es la excesiva polarización política. Este fenómeno no solo se produce en momentos electorales, consecuencia del fragor político propio de un proceso electoral en el que todo se exagera, se pretende manipular y se enmascara bajo la más torpe demagogia, sino que constituye todo un síntoma permanente en la acción política que inspira su ejercicio en muchos lugares del mundo en estos momentos. La polarización política se ha convertido en un fenómeno creciente y preocupante en las democracias modernas, y a medida que las sociedades se dividen en facciones ideológicas cada vez más irreconciliables, el riesgo para la estabilidad política y la calidad del sistema democrático aumenta considerablemente. Esta creciente división y antagonismo entre diferentes grupos políticos dentro de una sociedad hace muy difícil buscar soluciones comunes y el bienestar general, y muy fácil las confrontaciones y la búsqueda de la supremacía de sus ideologías, lo que puede llevar a la parálisis del gobierno, la erosión de la confianza en las instituciones y, en última instancia, a la fragilidad de la democracia. Este riesgo aumenta cuando esta polarización pasa de la política a la sociedad, algo que se había superado con la extinción de las clases y estamentos sociales propios de la época medieval; además, se agrava en una sociedad en la que la excesiva dispersión y de medios de comunicación y redes sociales ha permitido que las personas se aíslen en burbujas informativas que refuerzan sus propias creencias y valores, impidiendo la exposición a perspectivas diferentes y la búsqueda de puntos en común.

Otro factor de agravación se produce cuando algunas fuerzas políticas pretenden monopolizar el fomento y defensa de los valores básicos en una democracia como la justicia o la igualdad o incluso la libertad, presentando una hipotética victoria de su oponente como un retroceso democrático. La promoción y permanente esfuerzo por asegurar la igualdad de oportunidades, así como el bienestar social también es un buen remedio frente a la polarización, y sobre todo una apuesta por la buena educación y acceso a la cultura de todos los miembros de una sociedad. Afortunadamente el pueblo español ha demostrado siempre una inteligencia colectiva en la que se puede confiar, siempre ha sabido elegir y lo hará en esta ocasión. Como se ha reinterpretado la locución de Hesíodo «voz del pueblo, voz del cielo». Los problemas en la democracia se resuelven mejor con más democracia.