Quisicosas

Putin en Waterloo

A Europa le da igual que Puigdemont envejezca en Waterloo o en Gerona, pero no le es indiferente que tontee con Putin

En 2017 llamé a la Universidad de Eichstätt para charlar con uno de sus catedráticos sobre la política europea y el procés. Hace mucho que tengo la sana costumbre de mirar España desde fuera, con el fin de ganar perspectiva. Me sorprendió que mi interlocutor hablase de Rusia inmediatamente y del temor en Berlín de la posibilidad de «un puerto ruso en Barcelona». Me pareció una exageración. Los alemanes están acostumbrados a las tensiones históricas con Moscú y reconocen con facilidad la mano de Putin en los proyectos de debilitar la Unión Europea.

A estas alturas, ya sabemos que los bots rusos influyeron en la propaganda del Brexit en Gran Bretaña y en la campaña del referendo de Escocia. También que la Generalitat de Puigdemont buscó cobijarse bajo el ala del dictador. Cualquier posibilidad de una grieta entre aliados europeos o atlánticos alienta las ventajas rusas en el equilibrio internacional. Los nacionalismos, tan potenciados por la ultraderecha, son la vía de penetración. Ahora las investigaciones del juez Joaquín Aguirre proporcionan detalles mollares sobre el intento independentista catalán de hacerse un socio en el Kremlin. Movimientos de los asesores, viajes, correos, visitas a Puigdemont y planes concretos para boicotear el gasoducto MIDCAT entre Francia y España (que reduce la dependencia del gas ruso) o para facilitar la independencia económica de Bruselas mediante un mercado de bitcoins, con los que por ejemplo se habrían engordado las cuentas de Waterloo.

Resulta alentador que la Tagesschau alemana, el informativo principal de La 1 germana, se ocupe por fin del juicio del procés y la amnistía de Sánchez –alguna pincelada hasta ahora– aunque sea para difundir las imágenes de una eurodiputada letona, Tatiana Zdanoka, que ha sido identificada como agente rusa en Bruselas y que ayudaba a los independentistas catalanes y acudía a sus manifestaciones. Los españoles tenemos demasiado a menudo la impresión de que los telediarios de Europa se centran en Ucrania y Turquía y que los pequeños del Sur pasamos desapercibidos. Nuestros lazos naturales con América y la necesaria interacción con Marruecos y el norte de África trazan unas coordenadas muy exóticas para un señor de Estrasburgo o Dresde. Indudablemente estas informaciones sobre Rusia molestan en Bruselas y cambian el curso de las respuestas europeas a la amnistía de Puigdemont.

Lo que se planteó ayer en el Congreso español es un respaldo para los nacionalismos centrífugos. Lanza el mensaje internacional de que los golpismos salen gratis. A Europa le da igual que Puigdemont envejezca en Waterloo o en Gerona, pero no le es indiferente que tontee con Putin. La pieza Voloh del juez Aguirre va a ser minuciosamente monitorizada en las cancillerías. Si Europa quiere avanzar, Puigdemont no debe regresar a España, salvo que lo haga a Soto del Real.