Sin Perdón
¿Quién conoce bien Cataluña?
«No necesito que el pijerío libertador me dé lecciones de cómo defender a España en Cataluña»
Desde hace bastante tiempo proliferan los expertos en Cataluña. Es algo que siempre me ha hecho mucha gracia. Lo que sucede con Puigdemontes una muestra de ello. En cualquier momento, los sanchistas lo elevan a los altares, aunque en el caso de que no haga lo que esperan lo enviarán al Averno. El terreno de los expertos es muy amplio y variopinto. En primer lugar, están los que acceden a esta condición por la vía familiar. Es decir, disponen de un primo que trabaja o trabajó en Cataluña. Haciendo arqueología social encuentran a un tatarabuelo/a que nació o estuvo destinado allí. En esta fórmula también sirve que un hermano/a se case o empareje con un catalán de pura cepa. Finalmente, lo máximo es que tu pareja lo sea. No hay duda de que por esta vía se logra un conocimiento enciclopédico de la realidad catalana. Algún fin de semana en casa de los suegros resulta muy útil.
He defendido siempre que es catalán quien quiere serlo. No es necesario darle más vueltas. Eamon de Valera, uno de los padres de la independencia de Irlanda, era hijo de un escultor español y una sirvienta irlandesa. Es probable que fuera ilegítimo, lo que en aquella época se consideraba, desgraciadamente, un estigma. Estoy convencido de que esos difíciles años de su infancia y juventud le condujeron a abrazar con fervor religioso, ya que no pudo seguir la vida eclesiástica como inicialmente quería, la causa independentista. No hay más que ver algunos independentistas catalanes que no nacieron en Cataluña o si lo hicieron fue porque sus padres llegaron con la emigración del Desarrollismo. Los únicos que me producen desagrado son personajes pretenciosos como Gerardo Pisarello que nos dan lecciones sobre la Guerra Civil que sufrieron, con grandes dificultades, mis abuelos y mis padres en Barcelona. Me sucede lo mismo con los pijo progres hijos de franquistas. Los animo siempre a que resuelvan sus problemas familiares y que renuncien a la pasta. Esto último no sucede nunca. No hay más que ver a la izquierda política y mediática que apoya a Sánchez.
Otro grupo de expertos está formado por los que han estado de vacaciones, en algún momento, en Cataluña. No hay que descartar a los que han visitado Barcelona y se creen que dándose una vuelta por el Paseo de Gracia han entendido la realidad catalana. Cuando era pequeño, mis padres decidieron que sería positivo para mi formación enviarme «deportado», como luego les decía, a un colegio interno. Del Ensanche barcelonés y mi colegio de los Maristas en el Paseo de San Juan, del que guardo un gran recuerdo, acabé en el Luis Pericot, que era un colegio mayor y menor. Ninguna de las expectativas que me había hecho, que podría nadar y jugar a hockey, se cumplió, aunque el balance fue muy positivo. Y además tenía el nombre de un extraordinario historiador que además tuve el honor de conocer. En Gerona, ciudad que sigo queriendo mucho, descubrí que los de Barcelona éramos de «Can Fanga». Es un término despectivo o burlón que utilizaba su acomplejada burguesía y nobleza para referirse a los que éramos de la capital. Tras mi periodo «deportado», que duró bastantes y fructíferos años, decidieron que podía regresar. Me fue muy bien, porque aprendí a ser independiente.
En Barcelona, al igual que en Madrid, encontré otros expertos entre algunos intelectuales pretenciosos de medio pelo, periodistas sectarios al servicio del Palau de la Generalitat o segundones de la nobleza ennoblecida gracias a los títulos comprados por sus antepasados en los años de la Restauración. Por supuesto, algunos nos vienen a defender del independentismo o del nacionalismo sectario que aguantamos y combatimos durante décadas. Estos me hacen mucha gracia. Se trata de «libertadores» de mesa de camilla que se han convertido, además, en profesionales bien remunerados del movimiento de liberación. Mi querido amigo Federico Jiménez Losantos sufrió en sus carnes el totalitarismo de un independentismo violento y no necesita dar lecciones a nadie. Conoce muy bien mi tierra. Un día llegué a la Autónoma de Barcelona para dar clase. Era el año 1995 y acababan de asesinar a Tomás y Valiente en la Autónoma de Madrid. Encontré la entrada de la Facultad «decorada» con carteles con mi rostro y la frase «ETA, apúntale y mátale» colocados por algunos «simpáticos» independentistas. No necesito que el pijerío libertador me dé lecciones de cómo defender a España en Cataluña. Lo he dicho muchas veces: ser catalán es mi forma de ser español.
Puigdemont me cae mal, porque es un traidor a Cataluña, pero es un idealista. Esto último no siempre es positivo. No le recrimino que sea independentista, sino el daño y la división que provocó con su ataque brutal al ordenamiento constitucional y estatutario. Por ello, la amnistía es una indignidad que debería avergonzar a todos aquellos que se denominan constitucionalistas pero que están dispuestos a traicionar la promesa que hicieron cuando accedieron al cargo. Es un ataque, uno más, a la división de poderes y no existe ninguna razón, más allá de la ambición de Sánchez y el sanchismo, que justifique una medida de estas características. España ni puede ni debe pagar ese precio para que siga en La Moncloa. En esta misma línea, está la iniquidad de negociar un posible referéndum para que haya un pronunciamiento de los catalanes sobre la independencia. Finalmente, el resto de las medidas que quieren imponer Puigdemont y Junqueras, acompañados por Aragonès y Rovira, en una línea confederal son un despropósito que ningún político constitucionalista debería aceptar. Ni siquiera tendría que sentarse en una mesa de diálogo para permitir que se comercie con la Constitución y la unidad de España.
Francisco Marhunedaes catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE)
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