Editorial
Sánchez nos coloca en medio del fuego cruzado
Mejor y más cauteloso hubiera sido usar el espacio de la diplomacia sutil y sensata en defensa de nuestros intereses siempre sin olvidar que Europa define al gigante asiático como «socio, competidor y rival»
Pedro Sánchez ha concluido su gira asiática con los objetivos cumplidos, según sus palabras, que han pasado por acuerdos para facilitar la entrada de productos españoles –porcino y cereza, especialmente– al mercado chino y la defensa de una relación más compensada de Pekín con la UE en línea con una «agenda positiva». El balance real, en todo caso, está por determinar, pero los riesgos sobre futuras complicaciones para nuestro país en el tumultuoso tablero geopolítico del mundo no han hecho otra cosa que elevarse con esta apuesta asiática. No podía ser diferente desde el punto y hora en que Moncloa se convirtió en el primer y de momento único mandatario europeo en visitar Pekín una vez desatadas las hostilidades comerciales provocadas por la fiebre arancelaria de Trump con respuesta desde la otra trinchera. Un movimiento que ha sobreexpuesto a España, inoportuno para algunos, innecesario para la mayoría, con el que no había mucho que ganar y sí demasiado a perder. En todo caso, Sánchez se esforzó en la comparecencia desde Pekín en adoptar un discurso conciliador sobre la relación con Estados Unidos reivindicando el papel de España como un «actor activo» en la construcción de la relación histórica entre la UE y América con el deseo de un futuro positivo y beneficioso. Sin embargo, su mera presencia junto al presidente Xi Jinping, su discurso y los compromisos adquiridos no ayudaron al vínculo atlantista. Adoptar de palabra un rol neutral, casi aséptico, resultó poco creíble cuando la Casa Blanca ya había sido lo suficientemente explícita al respecto con la retórica del «corta cuellos». Lo que se transmitió al mundo es que Sánchez había elegido a China en contra de Estados Unidos sin reparar en los principios que nos definen o deberían hacerlo, pero tampoco de las estrechas imbricaciones y dependencias con los norteamericanos en ámbitos críticos para la seguridad y la prosperidad. No será obra sencilla que el Gobierno convenza a Washington, pero no solo, de que una imagen con Xi Jinping, en este caso, no puede valer más que mil palabras equidistantes. Tampoco creer que toda acción no provoca una reacción y sus consecuencias, más aún en política exterior, peor todavía en el contexto presente. Hablar de China como socio comercial es quedarse corto cuando nuestro déficit se ha multiplicado por cinco en apenas dos décadas y fue el segundo mayor proveedor de importaciones, solo por detrás de Alemania, en 2024. Con ese peso en la economía nacional, y también en la europea, preservar lazos positivos, también mucho más equilibrados, nos parece conveniente. Pero para satisfacer ese interés no era necesario significarse hasta situarse en un fuego cruzado. Mejor y más cauteloso hubiera sido usar el espacio de la diplomacia sutil y sensata en defensa de nuestros intereses siempre sin olvidar que Europa define al gigante asiático como «socio, competidor y rival».