Con su permiso
Siguen sin entender
La izquierda española –incluyendo en ella el PSOE de Sánchez que, como diría Guerra, no lo conoce ni la madre que lo parió– no parece tener la percepción de lo que vive, siente y piensa la España real
Recibe Melina con admirada sorpresa el quiebro de Pedro Sánchez al anticipar las elecciones. Apenas dos días después, le baja la espuma como a la leche hervida. Si es que este hombre, se dice a sí misma, es una caja de sorpresas, una montaña rusa que cuenta y descuenta, opina y se desdice con la facilidad de los amantes insensatos.
Con lo bien que había quedado con el gesto de humildad y reconocimiento de derrota que parecía lo de llevar las urnas aquí mismo, al verano. Con el brío que le podría haber dado a su campaña electoral ese presentarse como alguien que escucha, critica y actúa en consecuencia.
Por un momento hasta creyó que, pese a su soberbia, era capaz de reconocer que el golpe minaba su propio prestigio y se había autoexigido volver a ponerse en valor. ¿Qué no os gusta lo que estoy haciendo? Aquí me tenéis, sin plebiscitos ni primeras vueltas, votadme o echadme.
Pero no. A Melina le parece evidente que Sánchez no ha entendido nada a la vista del insólito mitin que le soltó esta semana a sus diputados y senadores para elevarles un poco el ánimo tras la derrota.
Él no tiene la culpa de nada, es la ola de trumpismo que asola el mundo, el irrefrenable ascenso de la extrema derecha en Europa, o la presión del empresariado facha y los medios de comunicación que se le han puesto en contra. No hubo la menor autocrítica, la más leve gota de algo parecido a la humildad, el menor indicio de admitir que quizá haya hecho alguna cosa mal. Da igual que el crecimiento de Vox, que pasó de no tener ningún diputado a ser la tercera fuerza política en España, se haya producido durante su mandato, él se presenta ahora como el único dique de contención contra ellos. Como le pasa con Ayuso, a la que él decidió en su día poner a su altura, hablar de igual a igual, para moverle los pies a Casado, y ahora es una trumpista que representa lo peor de la derecha cavernícola. A Melina le parece también un exceso de osadía que cargue en el debe de los medios la derrota de la izquierda y el ascenso de la derecha, cuando el diario de más difusión en España está de su lado y controlan la televisión pública como en los mejores tiempos.
Todo suena a excusa de mal perdedor.
Es evidente, entonces, que el adelanto electoral no responde a una generosa aceptación de resultados o a un ataque de lúcida humildad. Estamos otra vez ante un cálculo político de supervivencia. O, como mucho, si se le concediera la inteligencia política de la que a veces ofrece destellos, una forma de dimitir sin hacerlo, de retirarse a los cuarteles europeos de forma honrosa y democráticamente notable para su futuro currículo internacional.
Se le escapa a Melina la razón. Pero no la evidencia de que, en general, la izquierda no ha sabido entender la derrota. No es fácil leer entre líneas cuando ni siquiera sabes escribir.
La izquierda española –incluyendo en ella el PSOE de Sánchez que, como diría Guerra, no lo conoce ni la madre que lo parió– no parece tener la percepción de lo que vive, siente y piensa la España real. Tiene Melina la impresión de que el universo de la mayoría de sus dirigentes se limita a su círculo inmediato y las redes sociales. Territorios ambos que comparten una diabólica tendencia: reafirmarte en tus propias posiciones.
Porque si abrieran los ojos con atención y escuchasen otras opiniones sin despreciarlas, o si observasen al adversario sin la guillotina en la recámara, quizá entendiesen que aunque nos guste la bronca y seamos de descalificar, puede que nos den vértigo las revoluciones y nos canse la matraca de lo mal que está todo. Acaso debieran estudiar la Transición, en vez de denostarla, para recordar que ante la opción de reforma o ruptura, hasta la izquierda más golpeada y sufrida optó por lo primero, no fuera a ser que la cosa se torciera. El PSOE necesitó un lustro de oposición serena y abandonar el marxismo para conseguir mayoría absoluta.
Hoy la izquierda vuelve a resucitar los fantasmas del franquismo al mismo tiempo que dice que ETA murió hace mucho. El propio Sánchez, recuerda Melina, dijo ante los suyos que al PSOE no lo fundaron ex ministros de Franco, sin que nadie le recuerde, por ejemplo, el apoyo de su partido, con Largo Caballero a la cabeza, a la dictadura de Primo de Rivera. Ah, no, que era otro PSOE.
Es peligroso jugar con la Historia a tu beneficio, sobre todo cuando la desconoces.
Si la izquierda quiere un análisis de lo sucedido, que empiece por mirarse al ombligo. Críticamente, por supuesto. Si se reivindica como dique contra la extrema derecha que empiece por preguntarse qué parte de responsabilidad tiene en el crecimiento de ese neofascismo. Quizá más de la que cree con sus actitudes sectarias, su guillotina siempre a punto y su incapacidad para entender al ciudadano común que no quiere hacer la revolución, sino que se conserve el planeta y llegar a fin de mes. Y de paso, si puede, que esa izquierda corrija su enfermiza imposibilidad de mostrarse unida.
Pero, claro, para leer entre líneas, se vuelve a decir Melina, primero hay que saber escribir.
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