Tribuna

The Economist festeja a Sánchez

En lo que no toca el Gobierno, todo o casi todo va bien en España. En lo que depende de la política económica del Ejecutivo de Sánchez, «manga por hombro y la casa sin barrer»

La excepción española: ese es el título del artículo que publicó sobre España el semanario inglés The Economist, el 14 de diciembre último, situando a nuestro país como el mejor y más brillante en ejecutoria económica de los 34 Estados de la Organización de Cooperación Económica (OCDE), conocida como Club de los Ricos, por su crecimiento superior al 3 por 100 del PIB en 2024.

«Y nosotros –ha sido el comentario de muchos españoles– sin enterarnos, agobiados como estamos, sobre todo los jóvenes y los inmigrantes, por los precios de la vivienda; los salarios reales que no cubren los gastos en más de la mitad de los hogares; con un coeficiente de pobreza del 26,3 por 100 de las familias, y el 11,21 por 100 de paro que persiste como uno de los más altos de Europa».

Los grandes motores de la economía española son los 90 millones de turistas que se calcula hemos tenido en 2024, con una cifra en torno a 100.000 millones de euros de ingresos del turismo extranjero –también con no pocas muestras de turismofobia–, y más de 300.000 millones de euros en exportación. Son los dos sectores del más fuerte impulso para el PIB. Que se manifiesta en la fuerza de la inmigración de más de medio millón neto en 2024, con un 70 por 100 de iberoamericanos; efectivos humanos que compensan el declive demográfico vegetativo del país, y que, en aparente paradoja, hacen crecer menos de lo esperable el PIB per cápita.

Un problema grave que no comenta suficientemente The Economist es el ya mencionado de paso de la vivienda, con leyes pendientes de completar desde hace años, o reguladoras de la máxima intervención pública, con mínimo impulso de obra nueva; que fue en el 24 de 90.000 unidades, cuando habrían sido necesarias por lo menos 200.000.

Tampoco es adecuadamente incisivo el análisis de The Economist en términos de fiscalidad, empleo, bienestar e inversiones. En el primer caso para el arriba los impuestos del Gobierno, frente a los grandes empresarios; a los que La Moncloa casi considera algunas veces «enemigos del pueblo», sobre todo en los sectores de la energía y los bancos.

En cuanto a empleo, The Economist no percibe la trampa de los parados fijos discontinuos: una fórmula estadística encubridora del paro real que es mayor de lo que se dice, del 11,21 por 100. Por lo demás, en el informe llegado de Londres, apenas queda patente la precaria situación en materia de inversiones, vista la voracidad recaudatoria de la Vicepresidenta Primera del Gobierno y Ministra de Hacienda.

En pocas palabras, la economía española crece por el turismo, la inmigración, los subsidios, los fondos new generation de la UE, el aumento del gasto público por una deuda ya por encima de los 1,6 billones de euros, el 109 por 100 del PIB; y sin que haya ningún proyecto verdadero de consolidación fiscal a la vista, etc.

En resumen, en lo que no toca el Gobierno, todo o casi todo va bien en España. En lo que depende de la política económica del Ejecutivo de Sánchez, «manga por hombro y la casa sin barrer». Y mucha defensiva del Gobierno en los Juzgados por la corrupción del PSOE, el principal partido de la coalición Frankenstein III que gobierna. Lo que choca con los socialistas de 1977, que presumían de cien años de honradez y firmeza.

Mis relaciones con The Economist vienen de muy atrás, y no estaría mal recordar algunas referencias. Pero antes de pasar a ello, mencionaré que en una visita que hice a Juan Carlos I a La Zarzuela, poco antes de pasar a ser emérito en 2014, le recordé que en 1980 el periódico de los economistas de todo el mundo, recomendó al Parlamento de Noruega que el Premio Nobel de la Paz de ese año se lo debían dar al Rey. Por su contribución a la paz de los españoles, que había cristalizado en una nueva Constitución, de 1978, plena de posibilidades. Pero por entonces, el Gobierno español no hizo nada para convertir en realidad esa importante invitación y en 1992 el propio Rey Juan Carlos consideró que ya se había pasado el momento de hacer un esfuerzo en esa dirección.

Quiero subrayar también que en un tiempo de grandes turbulencias del Sistema Monetario Europeo (SME), The Economist pudo ser candidato al Premio Nobel de Economía. Les escribí entonces a Londres diciéndoles que hacían muy bien defendiendo el proyecto de moneda única en tiempos de la Sra. Thatcher, y les dije de mi idea de presentar el periódico como candidato al Nobel de Economía.

La respuesta desde Londres no se hizo esperar, con humor británico: «Muchas gracias, Prof. Tamames. Lo tendremos muy en cuenta, y si se nos concede el premio, iríamos a medias». Quedé muy agradecido, pero al final la cosa no fue a mayores.

Soy suscriptor de The Economist de siempre, de cuando era alumno en la Facultad de Ciencias Económicas en 1960, y siempre he seguido muy de cerca las recomendaciones que el periódico hace corrientemente. Pero en este caso no puedo por menos que hacer en mi artículo de hoy en La Razón una observación final: «Thanks for your remarks; and please, go deeper in your analysis, sirs».