América

Hernán Cortés

Ángel Tafala

En la primavera del 1519 Hernán Cortés desembarcó en las cercanías de lo que venimos conociendo desde entonces como Veracruz, iniciándose así la conquista de un enorme territorio centrado sobre el Imperio azteca o mexica. Cortés contaba solo con unos pocos cientos de soldados, una docena de caballos y algunas piezas de artillería para tratar de doblegar un fuerte y despótico Imperio. Quisiera aquí compartir con Uds. un pensamiento que me obsesiona desde hace tiempo: tratar de comparar la conquista de México con la intervención norteamericana del 2003 contra Sadam Husein ¿Por qué cientos de miles de soldados norteamericanos y británicos no lograron lo que Cortés consiguió en 1519? Husein era sin duda un déspota que por medio de una minoría sunita adicta controlaba cruelmente a los iraquíes de mayoría chiita. Pero Moctezuma –el emperador azteca– también aterrorizaba a los otros pueblos indígenas sometidos con espantosos sacrificios humanos y prácticas de antropofagia. La superioridad operativa de los norteamericanos en el 2003 –aviación, blindados, inteligencia táctica, tomahawks– sobre las tropas de Sadam era posiblemente mayor que la de los castellanos –caballos, armas de fuego, armaduras, táctica militar– sobre los aztecas. El «paquete cultural» que los americanos traían consigo, la democracia, era en teoría, atractivo. Los españoles de Cortés eran portadores de una cultura europea renacentista deslumbrante –relativamente– a cualquier cosa que los aztecas pudieran ofrecer. Entonces, ¿cuál es el secreto del éxito de Cortés que permitió a nuestros antepasados permanecer en el Virreinato de Nueva España trescientos años mientras que los norteamericanos tan solo aguantaron ocho, dejando tras sí cuando se retiraron un Irak desestabilizado? Creo que la diferencia radica en la distinta estrategia que españoles y norteamericanos siguieron con relación a los segmentos de población oprimidos. Cortes se alió –especialmente con los agraviados tlaxcaltecas– mientras que los norteamericanos acabaron enfrentados tanto con los sunitas como con los chiíes. Es decir combatiendo contra todos a la vez. Un detalle que pudiera parecer pequeño, pero creo es significativo, es la diferente suerte corrida por los intérpretes, elementos imprescindibles para comunicarse con el paisaje humano sobre el que a lo largo de la Historia han operado todas las fuerzas invasoras. La mayoría de los lingüistas iraquíes que trabajaron para los norteamericanos acabaron mal. En contraste, a los indígenas que ayudaron a Cortés como intérpretes les fue mucho mejor. Especialmente a doña Marina –la Malinche– que, además de traducir, fue una respetada consejera y de paso amante de Cortés.

Se acerca pues el quingentésimo aniversario de la hazaña de Hernán Cortés que con sus claros y sombras, creo un México inserto en Occidente –con una cultura propia mestiza– pero que se entienden en español y tiene los valores morales y estéticos, cristianos y greco-romanos. Una hazaña que incluso sobrepasa las fronteras políticas del actual México para alcanzar todo el sur de los EEUU y gran parte de su fachada al Pacífico. Alguno podrá pensar aquí que tras el aniversario de Magallanes/Elcano es quizás prematuro conmemorar la gesta de Cortés. Pero si ahora estas hazañas nos pudieran parecer demasiado seguidas, imaginemos el impacto que tendrían en la España peninsular de hace quinientos años. Fueron aquellos años de exaltación los que ahora deberían ser objeto de memoria, estudio y orgullo. Permítanme introducir una nota personal. En septiembre de 2002 representé en México a mi jefe inmediato –el Almirante Jefe del Estado Mayor de la Armada– en la conmemoración del 192 aniversario de su independencia. En un momento libre de actos oficiales pedí a nuestro agregado militar visitar la tumba de Cortés. No sé qué me impresiono más: ver la austera lápida de bronce con tan solo su nombre, dos fechas (1485-1547) y el escudo familiar en un lateral de la humilde iglesia del Hospital de Jesús Nazareno, o el hecho de que el agregado no supiera bien dónde estaba, pues ninguna visita había ido por allí. Ahora que nuestro Gobierno está tan obsesionado con la tumba del general Franco podría de paso preocuparse por cómo están enterrados nuestros héroes –los que cambiaron el mundo– y organizar también al más alto nivel –peninsular y americano– actos que los evoquen.

¿Cómo vamos a conmemorar nosotros los aniversarios de la independencia americana si ellos no recuerdan las fechas en que empezaron a convertirse en lo que hoy son? ¿Cómo celebrar la emancipación sin querer recordar el correspondiente nacimiento? Las independencias americanas fueron obra más de los criollos que de los indígenas, que siempre vieron en la Monarquía española y sus cuatro Virreinatos –Nueva España, Perú, Nueva Granada y La Plata– más garantía para sus derechos que con unos criollos que continúan intentando descargar su responsabilidad de gobierno de estos últimos 200 años culpando a los 300 de la América hispana que les precedieron.

Toda conquista es dura sobre todo cuando se la mira con la lupa de las sensibilidades actuales ¡Pero han pasado 500 años desde aquellos hechos! No se puede juzgar objetivamente ningún acontecimiento histórico sin esforzarse en tratar de comprender lo que sabían, querían y creían sus protagonistas. Como españoles deberíamos estar orgullosos de lo que hizo Hernán Cortés y demostrarlo sin complejos.