Fútbol

Madrid

«Asesinos, asesinos»

Miembros de seguridad durante el partido
Miembros de seguridad durante el partidolarazon

En las mañanas de domingo en el Calderón, el fútbol se convierte en un acontecimiento familiar, una buena excusa para llevar a los niños por primera vez al fútbol con su camiseta rojiblanco. Padres, madres y criaturas comparten la ilusión cogidos de la mano para ver a su equipo cuando bajan desde Pirámides con una sonrisa pintada en la cara. Ayer, incluso el sol se atrevía a saludar a la mañana cuando se acercaban las doce, la hora del fútbol. Pero ya era tarde. Algunos aficionados rojiblancos se preocupaban por sus amigos antes de ocupar su asiento. «Lo primero que he hecho es llamarle. Es lo primero que he pensado cuando he escuchado que había movida. Si hay movida está éste. Mira que me ha dicho muchas veces que lo iba a dejar», se escuchaba de camino por el paseo de los Melancólicos. Después, la conversación se perdió entre el tumulto sin saber si el amigo estaba en la pelea o si lo ha dejado a tiempo.

La tragedia madrugó más que la ilusión, y la preocupación por la salud del hombre rescatado del Manzanares en estado crítico, declarado muerto poco después del final del partido, pesaba más que cualquier otra cosa. No hubo minuto de silencio porque la muerte de Francisco Javier Romero, Jimmy, aún no era oficial a la hora en que Teixeira Vitienes daba comienzo al partido, pero antes se escuchó por la megafonía del Calderón: «El fútbol debe ser motivo de unión». Tampoco se suspendió el partido, pero era una mañana extraña y una sombra fúnebre planeaba sobre el estadio, más silencioso que de costumbre. «Yo me he enterado después del partido, os los digo con la mano en el corazón. Me fui cabreado al vestuario porque noté un ambiente raro en el Calderón. Esto no es el Calderón. Este ambiente de tristeza y crispación no es normal», confesaba Juanfran tras el encuentro. Las noticias eran confusas todavía. Lo que era una muerte clínica cuando comenzó el encuentro se convertía minutos después en estado crítico. El auricular en la oreja no servía esta vez para saber si el gol era en fuera de juego o para ganar argumentos para protestar por un penalti. La radio traía noticias de sangre y asesinatos, de personas acorraladas antes de arrojarlas para que fueran devoradas por las aguas del Manzanares.

Los gritos de «asesinos, asesinos» que salían desde el lugar que ocupaban los aficionados del Deportivo se mezclaban con los pitos de los aficionados normales del Atlético al Frente. Eran pocos los que silbaban, pero puede ser el comienzo de algo más. En lugar de apoyar los gritos del fondo sur del estadio, una parte del Calderón prefería condenar la violencia. Ni siquiera cuando el Frente se animó a cantar el clásico «Ole, ole, ole Cholo Simeone» consiguió el respaldo del resto de aficionados. El canto al ídolo era el último recurso para tener al estadio de su parte, pero el Calderón comprende que no se puede elegir cuando unas horas antes habían rescatado de las aguas del Manzanares a un hombre golpeado y más cerca de la muerte que de la vida.

La tragedia había silenciado las gargantas de los aficionados. No había fiesta, pero el partido se jugó con pretensiones de normalidad. Con el paso de los minutos, la desgracia había ido desapareciendo del mapa sonoro del Calderón para dejar paso a los aplausos y a los gritos de «¡Uy!», pero la mañana seguía siendo gris a pesar del sol. Cuando por megafonía se pidió a los aficionados del Deportivo que permanecieran en sus asientos y esperaran las indicaciones de los cuerpos de seguridad, volvieron a escucharse los gritos de «asesinos, asesinos». Las instrucciones se repitieron a través de los altavoces del estadio y los aficionados del Deportivo, entre los que ya no estaban los violentos que habían participado en la pelea a primeras horas de la mañana, las cumplieron de manera ordenada. Es el protocolo habitual cuando los partidos son de alto riesgo, una calificación que no tenía el encuentro de ayer.

Antes, a los aficionados gallegos les había dado tiempo a aplaudir el gesto de un aficionado del Atlético que intercambio su bufanda con uno del Deportivo y la hinchada rojiblanca devolvió los aplausos. Por fin estaban todos juntos, como pedía el mensaje difundido por la megafonía del estadio antes del encuentro. Quizá quede algo de esperanza para el fútbol.