Religion

Por encima de la muchedumbre

Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid

-FOTODELDÍA- VATICANO, 08/05/2022.- Varias monjas participan en la oración Regina Cœli encabezada por el papa Francisco este domingo desde la Plaza San Pedro en el Vaticano. EFE/ Massimo Percossi
-FOTODELDÍA- VATICANO, 08/05/2022.- Varias monjas participan en la oración Regina Cœli encabezada por el papa Francisco este domingo desde la Plaza San Pedro en el Vaticano. EFE/ Massimo PercossiMASSIMO PERCOSSIAgencia EFE
Domingo XXXI del tiempo ordinario
Para alcanzar lo que es mayor a nosotros, tenemos que elevarnos por encima de nuestra pequeñez. También por encima de las masas con sus opiniones repetidas, que tanto pueden dificultar que nuestra mirada vaya más allá. Mirando desde lo alto no solo alcanzamos una perspectiva más amplia del conjunto, sino que podemos volver después hacia los demás con una nueva comprensión sobre la verdad de todos, que acontece con todo su poder transformador y desafiante. De esto, precisamente, nos habla el evangelio de hoy. Meditemos:
«En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad.
En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo:
“Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa”.
Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban diciendo:
“Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”.
Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor:
“Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más”.
Jesús le dijo:
“Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”.» (Lucas 19,1-10).
Para comprender la densidad de este pasaje del evangelio, tenemos que remontarnos más atrás en la historia de la Salvación. Porque se nos dice que Jesús está entrando en Jericó, que no es cualquier lugar, sino que en la Biblia representa un paso decisivo en el camino de Dios con sus hijos. El libro de Josué nos dice que Israel, después de ser liberado de la esclavitud de Egipto y de ser purificado por cuarenta años en el desierto, por fin tiene delante la Tierra Prometida. Pero para asentarse en ella, debe primero conquistar la ciudad de Jericó, de fuertes murallas. Para abatirlas, no ha de emprender ningún asalto ni estratagema militar, sino que ha de obedecer a la palabra de Dios, que le ordena rondar siete veces en procesión la ciudad mientras eleva cánticos de alabanza. Al sonido de la trompeta final, los muros caen, Israel toma la ciudad y desde allí el resto de la tierra que Dios quería entregarle. Por eso esa tierra representa para nosotros todo lo que Dios nos ofrece para que enseñorearnos, que son nuestra familia, responsabilidades, nuestra propia misión en esta vida. Todo eso lo hemos de conquistar mediante la fidelidad a Dios, buscándole, siguiéndole, cambiando todo lo que debemos enmendar en nuestra propia vida para vivir conforme a su santidad.
Fijémonos que Jesús también tiene algo por conquistar en Jericó antes de alcanzarnos la definitiva liberación por su muerte y resurrección en Jerusalén: el corazón de un pecador, Zaqueo. Por la fuerza de su palabra, el Señor hace que caigan los muros de su soberbia y corrupción. Zaqueo se convierte, enmienda el daño causado y así puede hacerse discípulo del definitivo reino de Dios. De esta manera se realiza en él lo que anuncia la primera lectura de hoy: “Tú corriges poco a poco a los perdidos, los reprendes y les recuerdas su pecado, para que, apartándose del mal, crean en ti, Señor”.
Como Zaqueo, también nosotros tenemos que alzarnos por encima de nuestra baja estatura, que es el pecado que nos impide ver a Dios. También hemos de elevarnos por encima de las muchedumbres con sus murmuraciones y condenas, para ver y hacernos ver por Cristo. Asimismo, también necesitamos escuchar. Escucha profunda, atenta y transformadora, que nos hace capaces de asumir todas las exigencias de una vida en honestidad y plenitud. De ahí nace la adoración que hace caer las murallas de nuestra soberbia y nuestras máscaras. Así seremos vistos por Dios tal como somos y como hemos de llegar a ser, pues su Hijo ha venido a rescatar lo que corría el riesgo de perderse. Presentémonos ante Él sin mezquindad, abriéndole las puertas de todo nuestro ser y reparando de manera concreta y comprometida el daño que hayamos podido causar alguna vez. Por tanto, preguntémonos hoy qué aspectos de nuestras vidas pondremos ante la mirada del Señor para que Él los redima. Este trabajo puede ser arduo e incluso doloroso, pero será el acto más valiente que podamos realizar por nuestro propio bien.