Religion

El Papa Francisco, de vacaciones en Roma

Bergoglio no pasará sus vacaciones en Castel Gandolfo, como solían hacer sus antecesores, el actual Papa ha preferido quedarse en su residencia de Santa Marta.

El Papa Francisco prefiere Roma al retiro que le ofrece astel Gandolfo por su «necesidad fisiológica» de estar con la gente / Reuters
El Papa Francisco prefiere Roma al retiro que le ofrece astel Gandolfo por su «necesidad fisiológica» de estar con la gente / Reuterslarazon

Bergoglio no pasará sus vacaciones en Castel Gandolfo, como solían hacer sus antecesores, el actual Papa ha preferido quedarse en su residencia de Santa Marta.

Castel Gandolfo es una pequeña localidad a las afueras de Roma, desde donde se puede disfrutar de unas espléndidas vistas del lago Albano. En verano, cuando el calor y la humedad aprietan en la capital italiana, aquí la temperatura baja unos cuantos grados. El ambiente es tranquilo y la porchetta, una carne de cerdo deshuesada y rellena de hierbas, una delicia. Ninguno de estos detalles pasó desapercibido para los papas, que durante décadas trasladaron a este lugar su residencia de verano. Los célebres invitados alteraron el ecosistema del pueblo, en el que afloraron repentinamente las tiendas de «souvenirs». Aunque a los vecinos no les importó el cambio, ya que rápidamente vieron en él una oportunidad. Un negocio que se desvaneció con la llegada de Francisco, quien renunció desde el principio a utilizar el Palacio Pontificio. Abrieron sus jardines a los visitantes y sus salas, a modo de museo. Pero la calma que ha vuelto a sus calles no termina de convencer a sus habitantes, que se sienten como los tenderos de Pisa de la película de Superman, en la que éste les endereza la torre.

La ausencia del Pontífice ya no pilla por sorpresa en Castel Gandolfo. Porque, como es tradición desde el inicio del pontificado, el Papa permanece en la Ciudad del Vaticano, donde el termómetro ya ha tocado en julio los 40 grados. Gregory Peck y Audrey Hepburn se encargaron de convencer a todo el mundo de que unas vacaciones en Roma pueden ser idílicas. Pero entonces no había llegado el cambio climático, ni los vuelos low cost, ni el turismo de masas y existían bastantes menos coches. Sirva sólo como ejemplo su viaje en moto delante del Coliseo y la Plaza de España sin tener que esquivar a ningún vendedor de palos-selfie.

Paseo por un jardín victoriano

En realidad, Bergoglio tampoco tendrá que sufrir estas penurias, sino que está recluido tras los muros vaticanos. Pasa la calima en casa, en la residencia de Santa Marta, donde se mudó a su llegada al Vaticano para sentirse en compañía. La sensación de tener que estar rodeado de gente no le abandona ni en esta época del año, por lo que piensa que no se le ha perdido nada en un retiro veraniego, aislado del resto del mundo. De esos pequeños placeres puede disfrutar por los extensos jardines vaticanos, ya que ahora tiene más tiempo para recorrerlos. La audiencia semanal de los miércoles ha quedado suspendida hasta el próximo 7 de agosto, aunque mantiene su cita de cada domingo con los fieles en la Plaza de San Pedro, hacia la que sigue dirigiendo su mensaje del Ángelus.

Ésta ha sido su principal obligación pública en el último mes. Pero el hecho de saber que estás en casa lleva aparejado el riesgo de tener que atender visitas. Como la del presidente ruso, Vladimir Putin, que acudió al Vaticano el pasado 4 de julio. Por lo demás, la Santa Sede ha vaciado su agenda, lo que para Francisco ya es estar de vacaciones. Lo dijo hace años, precisamente volviendo de viaje de Corea del Sur, que para él cambiar el ritmo, dormir un poco más o tener más tiempo para leer suponen suficiente reposo. Durante los días laborables Francisco se levanta al amanecer y no desayuna hasta las 8. Después, las ocupaciones diarias le llevan toda la mañana y, solo cuando tiene tiempo, puede permitirse el lujo de dormir una breve siesta antes de volver a la actividad poco después de las 2 de la tarde.

En un tuit, Bergoglio aseguró que «las vacaciones son un momento para descansar, pero también para regenerar el espíritu, especialmente leyendo con calma el Evangelio». Rezar más está en la agenda del ocio del Papa, aunque entre las lecturas también hay hueco para los clásicos. En su librería no faltan Dostoyevski, Holderlin o Borges, como buen argentino de su época. Sin embargo, el libro que más le ha marcado últimamente –así lo ha reconocido en varias ocasiones– ha sido «Un puente sobre el Drina», del escritor bosnio Ivo Andric. En cuanto a gustos musicales, desde niño escucha a Wagner, Mozart o Bach. Mientras que en el cine siempre ha confesado ser un amante del neorrealismo italiano, aunque la televisión que tiene en su cuarto nunca la enciende.

El Papa insiste en sus mensajes en la importancia de descansar los domingos, fiestas y vacaciones. Pero, a sus 82 años, no se puede decir que en esto predique del todo con el ejemplo, ya que la última vez que emprendió un viaje de placer fue con la comunidad jesuita de Buenos Aires en 1975. El también padre jesuita Antonio Spadaro, muy cercano a Francisco, asegura que el Pontífice tiene una «necesidad fisiológica» de estar con la gente y que esto «no sólo no le fatiga, sino que le da vitalidad». Poco después de ocupar el trono de San Pedro, ya dijo que lo que de verdad echaba en falta era salir a la calle y comer una pizza con los suyos.

Así que, esos retiros a los que acostumbraban otros papas no se verán nunca con Francisco. Además de la ritual estancia en Castel Gandolfo, Juan Pablo II prefería siempre la montaña. Desde aquí «nos acercamos a Dios», decía. El Papa polaco era un habitual de los Alpes o de la cordillera central de los Apeninos, en Italia. E incluso desde el punto más alto de los Dolomitas, rodeado de nieve, celebró un Ángelus en 1979. También Joseph Ratzinger amaba estos ambientes, como demostró durante sus años como cardenal, cuando acudía a un seminario en medio del monte en la provincia italiana de Bolzano. Mientras que ya como Pontífice volvió a optar por la residencia papal de Castel Gandolfo, en la que pasó también un tiempo tras su renuncia.

Lo que para sus antecesores resultaban momentos de paz, para Francisco sería un incordio. Ya ha confesado en alguna que otra ocasión que no le gusta viajar, lo que no deja de ser paradójico en un Papa que vino «del fin del mundo». Este año ha sido el más ajetreado en su pontificado en cuanto a salidas al extranjero, con paradas en Panamá, Emiratos Árabes, Marruecos, Bulgaria, Macedonia y Rumanía. No está mal para alguien a quien le pesan las maletas. Y además, a primeros de septiembre ya tiene preparada otra exigente visita por Mozambique, Madagascar y Mauricio. Después, en octubre, se celebrará en el Vaticano el Sínodo por la Amazonia, con los obispos de la región. Y aún falta la confirmación oficial, pero también se espera para noviembre un desplazamiento a Japón. No son estos los viajes que le pesan a Francisco, porque le permiten estar con la gente. Pero con esta visión del pontificado y una concepción tan amplia de las periferias, a cualquiera se le ocurre salir por puro gusto en verano, con las aglomeraciones que hay siempre en todas partes. Quizá así se puede explicar mejor eso de que como en casa, en ningún sitio.