Entrevista

Giovanni Maria Vian: «Es inútil hacer hoy quinielas sobre el próximo Papa»

El que fuera director de «L’Osservatore Romano» analiza los aciertos y lagunas de los gobiernos pontificios pasados y presentes en el libro «El último Papa»

Giovanni María Vian, historiador y periodista
Giovanni María Vian, historiador y periodistaJesús G. FeriaLa Razón

Giovanni Maria Vian emprende un viaje desde el Antiguo Régimen a la actualidad para abordar los intentos más o menos fallidos de los pontífices católicos para reformar la Iglesia. En su análisis suma su sentido crítico como historiador de los entresijos eclesiásticos a la pericia atesorada durante más de una década como director de «L’Osservatore Romano», el periódico de la Santa Sede. Con estos ingredientes emplata «El último Papa» (Marcianum Press), de venta en Italia y que confía en ver la luz pronto en España.

¿Estamos al final del papado tal y como lo conocemos o el título del libro es una sana provocación suya?

En realidad es una provocación de Benedicto XVI. En 2016, cuando Peter Seewald lo entrevista para elaborar su biografía, le pregunta cómo se ve años después de su renuncia. Joseph Ratzinger responde algo así: «Yo no pertenezco al viejo mundo, pero el nuevo todavía no ha nacido». Él se percibe a sí mismo como un servidor en un momento complejo de transición en la historia de la humanidad. En ese contexto, Seewald le comenta que, según el obispo medieval Malaquías, él sería el último Papa. Benedicto XVI responde con contundencia que esa profecía es falsa. Y lo argumenta. Pero su biógrafo insiste: «¿Es usted el último Papa tal y como imaginamos?». Benedicto XVI deja caer un «puede ser». Lo cierto es que el mundo está atravesando por una situación dramática y la Iglesia está en un momento de cambio profundo. Y eso requiere, por tanto, que el papado se transforme.

¿Cuál es la reforma más urgente que tiene que acometer el Papa Francisco?

Ahondar en las reformas que empezaron desde la preparación remota del Concilio Vaticano II, esto es, desde Pío XII. En estas décadas, este empeño se ha afrontado, a la vez, con continuidad y con rupturas. Incluso podría atreverme a decir que los tres papas no italianos, esto es, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, habrían fracasado a la hora de aterrizar este reto, si analizamos su gestión curial. Wojtyla pensaba a lo grande en el pastoreo de la Iglesia con los viajes, los jubileos, el nuevo milenio… y dejó el gobierno vaticano en manos de un grupo de italianos que no estuvieron a la altura. Benedicto XVI nos regaló una honda teología y nos llevó a la esencia de la fe, pero también se vio traicionado por aquellos en quien confió el poder ejecutivo. Francisco llega a Roma en una situación ya crítica, con una hoja de ruta firme que refleja en su primera exhortación apostólica, «Evangelii Gaudium», pero en su intento de reforma se impregna un resentimiento anti romano que supone un muro para acometer los cambios que busca con muy buena intención. Pretende reformar la Curia él solo, y eso se refleja en algunos rasgos de autocracia, y prueba de ello es que el Papa ha fortalecido su poder en la nueva ley fundamental del Vaticano incluso sobre el pequeño Estado del que está al frente.

¿Tendrá Francisco tiempo para rematar su reforma?

Es un reformador incompleto. Y no solo porque las cuestiones que afronta sean verdaderamente complejas. A veces no da un paso concreto que se espera de él, como sucede con asuntos como el papel de la mujer. Pone en valor como nunca el genio femenino, pero no acaba de concretar qué ministerios quiere para ellas. Además, con su estilo de reformar, Francisco divide. He de aclarar que no soy ni un crítico de Francisco ni un nostálgico de Benedicto XVI, simplemente busco ofrecer luz. La Iglesia tiene que redescubrir el método del consenso.

¿Cómo solventaría esas carencias que ve en este pontificado?

Hay que reformar el ejercicio del primado papal y, a la vez, dar espacio a la colegialidad de episcopal, al trabajo y la relación mano a mano con los obispos, como establece el Concilio Vaticano II. Hace falta un siglo para aterrizar cualquier Concilio, por eso no creo que hoy por hoy haya que poner en marcha un Vaticano III.

¿La sinodalidad puede ser un empuje para esa reforma?

La sinodalidad que promueve Francisco es un método que está bien, porque está fundamentado en el bautismo, en la vocación de todos los cristianos, no importa si están ordenados o no, pero la colegialidad es otra cosa. Además, los resultados de la sinodalidad de momento no se ven. Francisco se encuentra además con un hándicap. Se le ha encasillado tanto en determinados discursos y se le ha etiquetado de tal manera que hay cuestiones de las que habla que son relevantes, pero no se le escucha. Por ejemplo, con cierta frecuencia habla del demonio o contra el aborto, pero como eso no coincide con la imagen de «progre» que se busca vender de él, se recorta y se tira.

Remata su libro reflexionando sobre un futurible Papa. ¿Cree en la teoría del péndulo? ¿Después de un Papa «progre» llegará otro «carca»?

Hay quien piensa que la teoría del péndulo explicaría las sucesiones fatales, pero hay que matizarla mucho. A menudo Francisco deja caer que su sucesor será un Juan XXIV y uno podría incluso llegar a imaginar que señalará a alguien con el dedo. Al menos en épocas recientes solo se han dado dos casos en los que los pontífices han logrado que su discípulo predilecto fuera el elegido en un cónclave: Pío XI, que puso la mirada en Eugenio Pacelli, el futuro Pío XII, y Juan XXIII, que apostó por Montini, que sería luego Pablo VI. Pero incluso en estos casos en los que se podría hablar de candidatos delfines, si ahondas en su estilo y en su fondo, ves que son completamente distintos. De alguna manera, son pendulares. En cambio, los forofos de Benedicto XVI y de Francisco, que les presentan como antagónicos, se equivocan porque no son opuestos. Simplemente son diferentes y esa es la riqueza de la Iglesia. Hay que salir de la lógica de que un Papa es el contrario a su predecesor o a su sucesor. Por otro lado, la historia demuestra, al contrario de lo que podría pensarse, que la elección a dedo de los cardenales por parte de un pontífice es ciertamente importante pero no decisivo en el cónclave que elige a su sucesor.

¿Por quién apuesta hoy por hoy como papable?

Es absurdo detenerse en una quiniela dando nombres, porque nos equivocaríamos seguro. Entre otras cosas, porque el escenario puede cambiar de aquí a unos meses. Y, a pesar de sus achaques y de lo que muchos comentan, Francisco goza hoy de buena salud a sus 87 años. Es inútil plantearse quién tomaría las riendas.

Pero, ¿cómo le imagina?

No puede ser un Francisco II. Tendrá que diferenciarse, porque se enfrentará a un escenario diferente al suyo. Ni siquiera tendría sentido que compartiera el nombre, porque le restaría personalidad. Simplemente será otro Papa con sus sueños para la Iglesia.

En el libro aborda el sexo y Papado. ¿Obsesión o tabú?

Las dos cosas. El propio Pablo VI reconoció en una entrevista en 1965, cuando se le preguntaba por el control de la natalidad, que le resultaba embarazoso hablar de esas cosas. En este sentido, estoy muy de acuerdo con Francisco en que se ha puesto demasiado énfasis en los pecados del sexto mandamiento. La Iglesia tiene que acompañar y reflexionar sobre estas cuestiones, pero no puede entrar permanentemente en el dormitorio de la gente. Desde la fundamentación teórica, la Iglesia marca claramente sus principios, pero en la práctica nunca ha rechazado a nadie. Y es por ahí por donde hemos de ir, por estar al lado del cristiano en su día a día, en ayudarle a resolver sus problemas, a ofrecerle criterios para un discernimiento desde la verdad, en lugar de lanzar proclamas lapidarias.