La ventana del paciente
«Me cuesta mantener a raya el colesterol, he llegado a estar en 280 mg/dl»
Para reducir riesgos, el paciente con infarto de miocardio debe tener el LDL por debajo de 55, en vez de 116
Las personas con 240 mg/dl en adelante de colesterol en sangre de tienen el doble de riesgo de sufrir un infarto de miocardio que aquellas con menos de 200. Mantener unos niveles bajos del llamado colesterol «malo» (LDL) es por tanto vital para reducir el riesgo de infartos e ictus.
Llevar una dieta equilibrada, sin grasas saturadas, y decir adiós al sedentarismo resulta esencial. Ahora bien, en muchos casos ni así es suficiente para bajar las tasas de colesterol malo. Es entonces cuando el médico puede considerar necesario recetar medicamentos.
Pero, ¿y si no todos pudieran tomarlos? Es el caso de María Victoria Martín, una paciente con hipercolesterolemia: «Las estatinas me sientan mal, me producen picores y dolores musculares. He probado con inyecciones y nada. Esto me obliga a tener mucho cuidado, ya que sólo puedo corregir los niveles de colesterol ‘’malo’' con dieta y ejercicio. En mi caso camino bastante, entre ocho y doce kilómetros cada día, y por precaución, al no poder tomar estatinas ni inyecciones, me hago una analítica de sangre cada tres meses para mantener a raya los niveles de LDL».
A Victoria, de 74 años y presidenta de la Asociación de Pacientes Anticoagulados y Coronarios de Málaga (APAM), le detectaron unos niveles elevados de colesterol «malo» hace «10 o 12 años. Y eso que siempre he sido muy estricta con la comida. Ni abusaba de alimentos grasos ni comía demasiado. Pero después de que me operaran de un problema coronario empecé a dar unos niveles altos en las analíticas, aunque sobre todo fue a continuación de que me pusieran un marcapasos tras dos intervenciones de la válvula mitral que me tuvieron que hacer».
Además del tema hereditario y la alimentación, hay enfermedades que se asocian con elevaciones del colesterol como la obesidad o el hipotiroidismo. A su vez, algunos medicamentos pueden elevar el colesterol, como los betabloqueantes, por ejemplo. Pero en el caso de Victoria ella también es intolerante a estos fármacos.
Y como esta paciente está anticoagulada ha tenido también que decir adiós a alimentos con mucha vitamina K como la rúcula, el brócoli, la coliflor o las coles de bruselas, por lo que «todavía me es más difícil la lucha contra el colesterol», reconoce Victoria.
Su esperanza, como la de otros muchos pacientes, es un medicamento con el que pueda reducir de forma sostenida el nivel de colesterol. Algo clave, ya que Victoria ahora está «en 235, pero he llegado a estar en 280 mg/dl», afirma.
Pero, ¿a partir de qué valor hay que preocuparse y poner remedio? «Depende, ya que no es lo mismo una persona sana sin factores de riesgo (como tabaquismo, diabetes o hipertensión arterial) que otra que haya sufrido un infarto de corazón o cerebral. Por ejemplo, un paciente que sufre un infarto de miocardio debe tener unos valores de colesterol LDL por debajo de 55, lo que dista de los 116 mg/dl que se establecen como umbral para una persona de bajo riesgo», explica el Dr. José María Gámez, presidente de la Asociación de Cardiología Clínica de la Sociedad Española de Cardiología.
Sin embargo, «según un estudio europeo publicado hace un año, sólo el 19% de los pacientes con enfermedad cardiovascular tienen los valores de LDL en el objetivo», precisa el doctora esta sección, «La ventana del paciente», que cuenta con la colaboración de Novartis.
Gámez, que ejerce como cardiólogo clínico en el Hospital Universitario Son Llàtzer de Palma de Mallorca, recuerda que, en general, «es recomendable someterse a un análisis a los dos meses aproximadamente de detectar el LDL elevado para ver el resultado de los cambios dietéticos y de modificación de los hábitos de vida y/o de la medicación en caso de ser necesaria. Y, una vez conseguido el objetivo, puede ser suficiente hacerse una analítica una vez al año».
Algo esencial este año, ya que con la pandemia muchos han optado por no ir a revisión y estas partículas proteicas que transportan el colesterol en la sangre hacia las paredes de las arterias y hacia diferentes órganos no dan señales.
«El confinamiento nos ha mantenido mucho tiempo en casa, con altos niveles de ansiedad que en muchos casos ha conducido al ‘’picoteo’' (no siempre de alimentos saludables), y con mayor nivel de sedentarismo. Todo ello aumenta el riesgo cardiovascular», recuerda el doctor Gámez, que avanza que «hoy disponemos de fármacos para el colesterol eficaces y seguros, desde pastillas diarias hasta inyecciones subcutáneas mensuales. No obstante, este campo está en continuo desarrollo y esperamos nuevos fármacos que podrán administrarse sólo dos veces al año».
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