Rehabilitación

Perder el miedo al gimnasio tras un ictus o covid grave

Rehab Gym, un puente entre el fisioterapeuta y el monitor de la sala de máquinas

Centro de rehabilitación de ictus y covid entre otras patologías, CEN.
Centro de rehabilitación de ictus y covid entre otras patologías, CEN.Jesús G FeriaJesús G Feria

«El 19 de marzo de 2020 me dio un ictus por un postcovid. Estuve cuadro días en la UCI y la noche que me trasladaron a sala me la pasé con un ataque de ansiedad; no dormí casi, estaba muy inquieta. Como tomaba medicamentos por la covid me dijeron que no podían darme ansiolíticos por contraindicaciones. Al final el sueño me venció. Al día siguiente me desperté con el ictus», recuerda Shirley, de tan solo 54 años, entonces 51. Tenía disfagia, la boca un poco caída, no podía levantar el brazo izquierdo, su pierna izquierda no reaccionaba... Le había dado un trombo, y menos mal «que me encontraba en el hospital, si no hubiera sido peor. Había sufrido un ictus isquémico», relata.

"Supe que no iba a ser la misma"

Shirley temía tener que quedarse encamada de por vida. «Yo trabajaba en cocina, me pasaba 10 y 11 horas de pie, y de repente me vi a mi edad que me tenían que limpiar, que me hacía las necesidades en la cama, que tenía que llevar puesto un pañal... Horrible». Y eso que en ese momento no era consciente de que eso podría ser para siempre.

Fue a una clínica de rehabilitación, al logopeda y a un neuropsiquiatra que fue quien «me dijo que esto iba a ir muy lento y que me hiciera a la idea de que no me iba a recuperar al 100%, aunque algo sí. Ahí supe que no iba a ser la misma de antes», explica.

En la actualidad, Shirley ya está «al 40%. Puedo moverme de forma autónoma con ayuda de un bastón y de un foot-up (un antiequino) para levantar el pie». Y su objetivo es seguir mejorando. «Con el ictus se pierde muchísima masa muscular. Perdí diez kilos estando en un centro de rehabilitación en el que me daban terapia manual. Al ir a Colombia a ver a mi familia busqué información para ver qué más podía hacer y descubrí que allí hacían otro tipo de terapias con gimnasia y natación». Shirley se apuntó, estuvo dos meses con este tipo de terapia y al volver se dio cuenta de que había recuperado mucha fuerza. Y se puso a buscar algo similar hasta que encontró Rehab Gym, el gimnasio del Centro de Neurorehabilitación CEN de Aravaca (Madrid).

«Me gusta ir allí porque haciendo deporte he vuelto a ser la que era. He recuperado mi masa muscular, he ganado movilidad y en un futuro quiero poder ir a un gimnasio de barrio porque ahora veo que es posible». ¿Cómo? Porque Rehab Gym hace de puente entre la rehabilitación en un centro especializado y el monitor de máquinas.

«Nuestro gimnasio está dirigido por profesionales sanitarios formados y con experiencia en personas con algún tipo de patología que van a ser capaces de ajustar mejor los ejercicios», explica José López, director del CEN.

«En un gimnasio convencional –prosigue– los monitores están formados para hacer que la gente se ponga en forma, pierda peso, pero no se les forma para atender a personas con discapacidad. En nuestro gimnasio –los pacientes– aprenden cómo hacer los ejercicios y la idea es que luego puedan hacerlo en el de su barrio. De hecho, nos ponemos en contacto con los monitores de esos gimnasios para explicarles cómo lo han estado haciendo aquí con el fin de que ellos puedan implementar algo similar en su gimnasio con nuestros consejos».

El «feedback» que están teniendo es muy bueno. «Antes de tener Rehab gym recomendábamos al paciente ir al gimnasio de barrio, pero nos decían que no tenían experiencia y que no se atrevían, ni los pacientes ni los monitores. Ahora, mandamos al monitor del gimnasio vídeos e informe del entrenamiento que hacen aquí y cómo lo han de hacer y se animan porque lo ven posible, se sienten seguros unos y otros», afirma.

Casi se despiden de mí

Es el caso de Carlos, que estuvo casi dos meses y medio en la UCI tras contagiarse en noviembre de 2021 de Covid-19. «No sé cómo pudo pasar porque como soy diabético siempre voy con mascarilla y tenía mis vacunas», asegura.

Por suerte Carlos hoy puede contar lo que vivió. «Sí, porque mi mujer y mis familiares vinieron dos veces a verme acompañados del capellán para prácticamente despedirse de mí», relata.

Su recuperación no fue precisamente fácil. «Me quitaron la mitad del pulmón izquierdo porque tuve una hemorragia. En total estuve cinco meses en la Fundación Jiménez Díaz. Cuando salí del hospital me tuvieron que llevar a una residencia en silla de ruedas en la ambulancia porque no podía mover las extremidades», recuerda.

Fue entonces cuando empezó a ir al centro de Aravaca, los primeros dos meses desde la residencia, que estaba a diez minutos, y después desde su casa, «seis meses en total», precisa Carlos.

Ahora va al gimnasio del CEN para mantenimiento: «Acudo tres horas a la semana y luego en casa hago también ejercicios de manos porque todavía no las he recuperado totalmente. Puedo comer, cargar con las bolsas de la compra, ver el móvil aunque con un poco de rigidez aún, pero no logro todavía cerrar el puño, que para algunos es una demostración de fuerza o uno puede pensar que es para dar un puñetazo, pero para mí sería de gran ayuda para poder abrir una lata de refresco porque me falta fuerza en los dedos», dice tirando de humor.

No se queja. «Había perdido casi un 80% de masa corporal. Era un hueso con pellejo». Ahora la recuperación va muy bien, «no necesito oxígeno, cuando camino no me fatigo, cada vez voy mejor». Y en vacaciones no piensa parar. «Me voy a Cataluña y ya me he apuntado a un gimnasio. Hablé con los entrenadores, les dije mi situación, me hicieron una evaluación de me perfil, hablaron con mi entrenador del CEN y bueno ya tengo plaza».