Coronavirus
La soledad que trajo la pandemia
Agustina, de 88 años, reconoce que ha llorado mucho de impotencia por no estar con los suyos. Ahora, vacunada: «He vuelto a vivir»
Durante todo el año, Agustina López ahorraba para hacer un viaje con su familia. Canarias solía ser el destino elegido. Les invitaba a todos, a los tres hijos, nueve nietos y cinco bisnietos. Pero llegó la pandemia y el virus letal que se ha llevado de por medio a miles de personas, la mayoría ancianos,la obligó a encerrarse en casa. Y quizá fue más doloroso para ella la soledad a la que tuvo que enfrentarse que el propio coronavirus en sí. A sus 88 años Agustina vive sola, pero hasta la llegada de la pandemia era extraño el momento en el que no se encontraba en compañía. Ahora vuelve a caminar, a salir a la calle y disfrutar de los abrazos de sus descendientes: «Además, me han puesto ya la primera dosis de la vacuna, que no sé si me habrán metido agua, porque la verdad que no he notado nada», dice con sarcasmo.
Agustina es coqueta y pese a su avanza edad, la cabeza le funciona con la precisión de un reloj suizo. Paseamos con ella por Getafe, donde reside, y al encuentro se suman dos de sus nietos, María y Nacho. Los ojos con los que esta anciana les mira da buena cuenta de la devoción que siente por ellos. «Ha sido un año muy regulero, no podía ver a nadie, me sentía triste. La verdad que se te quitan las ganas de todo. Sé que ha sido todo el país el que ha tenido que estar metido en casa, pero los que somos mayores queremos aprovechar cada minuto para estar con nuestros seres queridos», dice. Además, ella era de las que con frecuencia iba a El Corte Inglés para hacer «sus compritas», ocio que ahora ha cambiado por las videollamadas. «Fíjate, durante el encierro nacieron dos de mis bisnietos y no he podido verlos. En otras circunstancias yo habría estado allí con ellos. Me da tanta pena. Lo que me he perdido... Yo que he vivido la guerra, creo que esto del coronavirus es mucho peor».
Confiesa que ha pasado miedo. Las noticias que veía por la televisión no eran nada halagüeñas, «aunque es verdad que más que temor a mi muerte, sufría por mis nietos y bisnietos. Ellos son los que tienen que vivir y disfrutar de la vida, yo ya lo he hecho, lo que me quede es un regalo».
Lágrimas de impotencia
Desde hace un año tampoco se celebran en casa las comidas de los sábados «y ella no lo entiende», apunta María, su nieta: «A ella le da igual contagiarse, lo que quiere es estar con nosotros. Por eso, hemos tenido que explicarle que era por su bien. Ella pensaba que no queríamos verla porque nos pudiera contagiar. Y era todo lo contrario. Es más, cuando le pusieron la vacuna dijo que prefería que nos la pusieran nosotros», añade. Su hermano Nacho, nieto de Agustina, recuerda el emotivo reencuentro familiar una vez que se pudo salir a la calle: «Se puso a llorar, bueno, todos. Es triste ver a tu abuela aislada, sabiendo además lo que disfruta con nosotros».
En los momentos de soledad, a quien más echó en falta «fue a mi marido, si nos hubieran encerrado y Juan Manuel hubiera estado a mi lado, quizá hubiera sido diferente. Con él disfrutaba hablando, haciendo cualquier cosa». Pero ahí estaba también su hija Agustina para atenderla. «Ella se salvó de los contagios gracias a uno de mis hermanos que 10 días antes de que se decretara el Estado de alarma, le dijo a la abuela que no saliera de casa. No sé qué habría pasado si no, porque ella estaba todo el día con gente», explica María, que se emociona al escuchar a la abuela, por quien ha renunciado a su vida social «para ir a ver a la yaya todas las semanas sin miedo a contagiarla».
A Agustina no le gusta reconocerlo, pero confiesa que fueron muchos días los que lloraba en soledad ante la impotencia de sentirse encerrada y no poder estar con los suyos: «Pasaban los días y creía que no volvería a reencontrarme con ellos. Eso te quita la vida y no el virus. La falta de contacto físico, de sentir el cariño y amor de los tuyos. Ellos son todo lo que tengo y los que me impulsan a levantarme cada día». Ahora lo que piensa es en retomar en cuanto pueda su viaje anual en familia. «Será a Tenerife y no habrá quien nos pare, lo que me quede de vida no quiero volver a estar sola», sentencia.
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