Los efectos ocultos de la covid-19

La fatiga pandémica golpea ya al 40% de los españoles

Ansiedad, tristeza, trastornos del sueño y hasta rabia son algunos de los síntomas más comunes de un mal que crece mes a mes

Ricardo Mariño, conserje de la calle San Bernardo (Madrid) asegura haber sufrido fatiga pandémica
Ricardo Mariño, conserje de la calle San Bernardo (Madrid) asegura haber sufrido fatiga pandémica©Gonzalo Pérez MataLa Razón

Hace poco más de un mes la Organización Mundial de la Salud (OMS) redefinió el concepto de “fatiga pandémica” con respecto al establecido el 3 de febrero de este mismo año, por el que solo se concebía como “una desmotivación para seguir las conductas recomendadas”. La nueva definición, notablemente más amplia y suscrita por el Ministerio de Sanidad español, lo recoge como “una reacción de agotamiento, que aparece de forma gradual en el tiempo, frente a una adversidad mantenida y no resuelta, que puede conducir a la alienación y a la desesperanza”.

Las estimaciones de la OMS apuntan que, de forma más o menos acusada, el 60% de la población mundial, sin especificar, afectada por la Covid-19 sufre fatiga pandémica, y en el nuevo concepto refleja que aparece de forma gradual en el tiempo y que cuaja en “los que no admiten las recomendaciones y restricciones para contener el coronavirus, situación que les lleva a despegarse de cualquier tipo de información seria para controlar la pandemia”. Sorprende cuando menos esta parte que parece culpabilizar en cierto sentido a quienes sufren este cuadro.

No obstante, un documento redactado al respecto por Sanidad y las Comunidades Autónomas va en otra línea y suaviza ese tono acusatorio: “La fatiga pandémica ahora está afectada por diversas experiencias, emociones y percepciones, subjetivas, condicionadas por un contexto cultural, social, estructural y legislativo. Si bien se trata de una reacción individual, los Estados reconocen su parte de responsabilidad en los factores que conducen a ella”. Los mismos cálculos para España de la institución que vela por la salud mundial revelan que un 40% de la población presenta síntomas de moderados a graves.

Como indica la psicoterapeuta Laura Quijano, del equipo de psicólogos clínicos de la Asociación Nosotras Mismas del madrileño barrio de Chamberí, todo lo que ha traído la pandemia es nuevo y exige un proceso de adaptación, puesto que causa estrés, apatía, desmotivación, ansiedad, tristeza, depresión, alteraciones del sueño, falta de energía: “Esto nos exige un síndrome de adaptación, que puede pasar por muy diversas etapas, como anhedonia o falta del sentido vital y del goce de los placeres de la vida, miedo o pánico a padecer el coronavirus, trastornos obsesivo-compulsivos y somatizaciones de todo ese estrés en forma de dolores de diferentes tipos”.

Esta experta admite que el confinamiento fue el disparadero para que muchas personas empezaran a sufrir la fatiga pandémica y acusaran el llamado síndrome de la cabaña o aislamiento. “Una de las cosas peores –explica- es que el ser humano está acostumbrado a tener todo bajo control y a vivir con proyección hacia un futuro inmediato, y la pandemia nos ha roto estos esquemas y ahora nos domina el principio de incertidumbre. Esto origina mucho desasosiego y es muy desconcertante”.

La psicóloga de la Asociación Nosotras Mismas aconseja: “Debemos dosificar las noticias y todo lo que nos haga daño, y pensar con optimismo, que, aunque mucho más largo de lo previsible y deseable, cada vez nos falta menos tiempo para salir de lo que estamos viviendo y confiar en que la ciencia está luchando por ello. También es importante aprender a no tener todo bajo nuestro control y a no programar con seguridad nuestra vida a corto o medio plazo. Pienso que estas serían algunas de las enseñanzas más positivas que deberíamos sacar de una experiencia dolorosa”.

En términos muy similares se pronuncia su colega psicoterapeuta Marisa Navarro, directora de un Gabinete de Psicología Clínica en Alicante y presidenta de Medicus Mundi durante diez años en la Comunidad Valenciana por su generosidad de espíritu, y que ha abierto para ayudar a los demás su cuenta de Instagram, @marisanavarro. “Llevamos más de un año –explica viviendo con miedo por la pandemia y en una situación de incertidumbre, que para el ser humano supone la pérdida del control. Hay una “infoxicación” de noticias negativas en todos los medios de comunicación, que favorecen la aparición de la fatiga pandémica. Surge, así, un incremento del consumo de tranquilizantes, relajantes, antidepresivos, hipnóticos… La Agencia Española del Medicamento considera que se ha producido un aumento del 20% de estos fármacos, pero posiblemente las cifras reales sean superiores y quienes ya tomaban ese tipo de medicamentos han aumentado la dosis”.

Navarro ha publicado su tercer libro “La ruedas dentadas, pequeños cambios para grandes cambios”, en el que da unas pautas muy prácticas para salir de la fatiga pandémica y “sobrellevar más saludablemente este problema del que todavía no vemos el final”. Afirma que para superar el miedo y que todo lo que este adverso sentimiento trae consigo, hay que practicar unos hábitos y actitudes: “Debemos situarnos en el presente, alejándonos de las amenazas del futuro, y disfrutar de lo bueno del ahora. Desahogarnos con otros allegados de los miedos para que nos aporten su punto de vista que nos tranquilice. Alejarnos y dosificar el exceso de información, repetirnos afirmaciones positivas del tipo “esto pasará”, “por qué me va a tocar a mí si respeto las normas de seguridad”, etc.”. Procurar hacer ejercicio físico que nos satisfaga, intentar y razonar para no pensar en negativo, aprovechar para hacer serenas introspecciones que luego nos ayuden a ser más auténticos en nuestras relaciones con los demás”.

“Pienso –apunta finalmente Navarro- que de una experiencia tan dolorosa y negativa podemos salir renovados y con más deseos de vivir, en función de nuestra actitud hacia los acontecimientos, si bien es cierto que no podemos olvidar la ayuda emocional con la que contemos en los momentos malos. Cuanto más solo y aislado se esté, será mucho más difícil. Cuanto más apoyo emocional se tenga, más fáciles serán seguir las pautas aludidas”.

Patricia Gutiérrez: “Lo que más me angustia es que no hay otra cosa en TV”

Esta madrileña de 24 años lleva ya cinco viviendo en Roma, donde hace su tesis doctoral en la Universidad de La Pazienza y recorriendo toda la península itálica, y ama tanto la capital del Imperio Romano como la ciudad que la vio nacer. “Me enamoré de la “vechia” o vieja Roma nada más conocerla, porque es una borrachera de arte”, así se presenta Patricia Gutiérrez, que vino a Madrid a pasar las Navidades de 2019.

“Entonces estábamos completamente ajenos –dice- a lo que se nos venía encima, porque además Italia fue el primer país europeo en acusar gravemente el coronavirus, aunque entonces no se sabía qué era aquello que empezaba a pasar. Al volver de Madrid de las Navidades me había tomado con unos amigos una “semana blanca” en Cortina d’Ampezzo, en los Alpes italianos y empezamos a oír cosas de una infección rara”.

Desgraciadamente, el coronavirus ya había emprendido su viaje desde la ciudad china de Wuham e Italia, especialmente la región del norte, La Lombardía, comenzaba a estar “apestada”. Que si se cerraban fronteras, que si se paralizaba la normalidad de la vida… y Patricia decidió venir a casa: “¡Qué horror: solo noticias de esta pesadilla en televisión, que era lo que peor llevaba y llevo. En España, en Italia, en el mundo entero; siempre lo mismo. Y ya me remató por teléfono la muerte de la madre una amiga íntima de Roma por el dichoso coronavirus. Creo que esto y el confinamiento supusieron el punto de inflexión”.

Confiesa que no se concentraba en los trabajos de la tesis, se aislaba en su habitación y se ponía a llorar sin motivo. En otros momentos, por el contrario, se asfixiaba y salía a la terraza. Pero nunca aplaudió por “la gran labilidad emocional, que le instaba al llanto inmediato por la pena de los que sufrían, por la sobrecarga de trabajo de los sanitarios; también a veces por la rabia por ese virus que se lo estaba haciendo pasar tan mal a Giulia al haberle arrebatado a su madre”.

Patricia también cuenta que con ese motivo unos días se obsesionó en que le podía tocar a ella misma e incluso morirse y se pasó muchas noches en vela. A veces se niega a comer en familia y, como duerme mal, si se despierta a media noche va a la nevera y se da un atracón. “Gracias a mi familia, que está teniendo mucha paciencia conmigo -explica- y que desde hace poco voy una vez a la semana a un psicólogo, que me está ayudando mucho, creo que voy a ver la luz de salida del túnel”.

Ricardo Mariño: “Todo empezó por vivir solo y con el confinamiento”

Conserje de una finca de fachada señorial en el madrileño barrio de Chamberí, Ricardo Mariño, de 54 años, relata con angustia contenida que siempre ha vivido en ciudades y está acostumbrado tiempo ha “al bullicio, al ruido, al ritmo trepidante de la villa de Madrid”. Aunque admite que a veces es duro vivir solo, mantiene una vida social que le satisface, es un cinéfilo empedernido, lector de prensa y de literatura y así cultiva también sus “otras compañías”.

“Sin embargo, ya empezaba a afectarme la sobresaturación de información en todos los medios de comunicación –sostiene-, pero el confinamiento acentuó hasta extremos casi insoportables el sentimiento de soledad. Yo seguía trabajando, pero no oía el ascensor ni subir o bajar a nadie por las escaleras. Todos los vecinos no salían de sus casas. Tampoco se oía el tráfico de la calle. Era un silencio sepulcral, que me helaba el alma”.

Paulatinamente, Ricardo empezó a hundirse, a sumergirse en una tristeza en la que se ahogaba. Las alteraciones del sueño se convirtieron en una tortura, al tardar en conciliar el sueño e interrumpirse con continuos despertares, lo que incrementaba su falta de energía y mermaba sus deseos de hacer cosas, como colocar algo que siempre falta en casa o comunicarse más con los amigos. Por momentos, según dice, le daba por pensar que él podía ser una víctima del coronavirus y morirse. Pero, por suerte, no era una idea recurrente y nunca le llegó a obsesionar.

“Toda mi familia está en Galicia y lo único que me mantenía era hablar cada día con ellos y con un sobrino de siete años, que me adora, y yo a él, claro. Sin embargo, desde que se inició la pandemia, por diferentes razones, no nos hemos visto. Ellos trabajan en el mundo de la cultura y en unas vacaciones que yo iba a ir a verles, tenían trabajo en Italia. Esto lo llevo muy mal y en gran medida contribuye a que no se me haya pasado esta maldita fatiga pandémica. Mi sobrino se cree que, como no voy a Galicia, es porque ya no le quiero y duele mucho explicar la verdad a un pequeño, que no va a entenderla”.