Salud

Obsesionados por estar enfermos: así es el día de los hipocondriacos

Los que sufren esta patología pueden estar constantemente yendo al médico o, por el contrario, no aparecer en consulta por temor a que les descubran un proceso grave

El hidroxietil-almidón (HEA) es un expansor plasmático coloidal autorizado para el tratamiento de la hipovolemia
El hidroxietil-almidón (HEA) es un expansor plasmático coloidal autorizado para el tratamiento de la hipovolemiaLa Razón

Los escritores Juan Ramón Jiménez, Gabriel García Márquez (ambos, premios Nobel de Literatura), Pío Baroja, Marcel Proust, José Donoso, el compositor Manuel de Falla o el naturalista Charles Darwin son algunos de los grandes hombres que han entrado en la historia y a los que se les atribuye haber padecido hipocondría (o hipocondriasis), una ansiedad constante a estar enfermo y que genera gran carga de sufrimiento. El ejemplo literario más universalmente conocido es el del personaje que el escritor francés Jean-Baptiste Poquelin, conocido como Molière, crea en su última obra, en 1672, muy poco antes de morir: una comedia-ballet escrita en verso en tres actos, «El enfermo imaginario», que supone al tiempo una dura sátira a los médicos.

¿Son los hipocondríacos enfermos imaginarios? María Dolores Avia Aranda, catedrática de Psicología en la Universidad Complutense de Madrid, se inclina a responder negativamente, sobre todo cuando la hipocondría interfiere en el ritmo normal diario de la persona. «Esta posibilidad no debe ser excluida –aclara– y debemos tener también en cuenta otros factores, que podrían actuar como desencadenantes: tensión y estrés, mala respiración, bajo estado de ánimo, atención inadecuada y/o excesiva al cuerpo, respuesta a un medio adverso, reacción desproporcionada que incrementa el problema, explicaciones catastróficas de lo que sucede… La hipocondría puede ser temporal, que es lo más frecuente, especialmente cuando el cuadro es muy florido».

Para esta psicóloga, que ha trabajado en las Universidades estadounidenses de Illinois y de Rutgers y en el hospital británico Maudsley de la de Londres, el hipocondríaco sufre ansiedad por tener una enfermedad grave. «Sin embargo –arguye– su comportamiento ante los demás puede ser muy diverso. En tanto que algunos exteriorizan mucho sus males, les atrae llamar la atención y son tildados de “quejicas” y de “pesados”, otros los sufren en silencio y no gustan de acaparar atención ninguna».

Del mismo modo, según la catedrática de la Complutense, los primeros citados acuden con harta frecuencia a consulta, mientras que los segundos no visitan al médico por temor a que les descubra en la exploración una enfermedad grave «y optan por esconder la cabeza bajo el ala, como si no pasara nada, pese a su inmenso dolor, que se incrementa por no verbalizar el problema, por no exteriorizarlo».

Etimológicamente, «hipocondría» hace referencia al término griego «hipocondrio», situado tras el esternón, por la que, en virtud de las escuelas médicas clásicas humorales, que perduraron desde Hipócrates hasta el siglo XIX (cuatro temperamentos, cuatro humores: colérico, melancólico, sanguíneo y flemático), se pensaba que en esa región se acumulaban los vapores humorales causantes de esta dolencia. En esencia, es la actitud de ansiedad y miedo que la persona adopta ante la enfermedad, real o imaginaria. Ésta examina minuciosamente los lunares de su cuerpo o si la tos no se cura rápido, hasta se obsesiona con los propios latidos del corazón pensando que son arrítmicos; así, interpreta a su modo cualquier señal de su cuerpo. Puede llegar a ser tal la angustia, que incluso somatiza el sufrimiento con trastornos digestivos, dolores de cabeza, mareos, alteraciones menstruales en las mujeres, etc.

Los expertos proponen distinguir entre la hipocondría y la personalidad aprensiva. En la primera el malestar es muy significativo, afecta a toda su vida diaria, debe durar como mínimo seis meses y es absolutamente imprescindible descartar que exista una enfermedad de base. Se ha observado que este trastorno suele acompañar a ciertas formas de depresión (en particular, en la tercera edad), en algunas paranoias y en numerosos trastornos neuróticos.

La doctora Avia Aranda, en su libro «Enfermos imaginarios. La hipocondría», destaca que no hay diferencias por grupos etarios ni por géneros: «Este proceso puede afectar a los niños y adolescentes, no es más frecuente en las mujeres, si bien en general los problemas de ansiedad son más comunes en las féminas. Yo diría que la hipocondría puede entenderse como un problema de ansiedad específica a las enfermedades, al deterioro, a la vejez o a la muerte, aunque no figure como tal en las clasificaciones diagnósticas europeas y estadounidenses».

No obstante, advierte de que algunos estudios epidemiológicos han revelado que es más probable en las mujeres, pero otros arrojan que se ve más en los hombres y la mayoría no ha hallado diferencias estadísticamente significativas. No hay que olvidar que esos análisis se han desarrollados en periodos de tiempo muy distintos y en países muy diferentes, como Estados Unidos, Australia o Reino Unido.

Ahora bien, para el doctor Issy Pilowsky, profesor de Psiquiatría de la Universidad de Adelaida (Australia), y uno de los mayores estudiosos del tema, es necesario partir del principio de que las mujeres van con más frecuencia al médico y aceptan mejor que los varones el diagnóstico de dolencias o dificultades psicológicas.

«Pero este fenómeno –indica el profesor Pilowsky– a menudo no facilita la hipocondría, sino más bien yo me atrevería a aseverar lo contrario, y es que la remedia. Tenemos un ejemplo muy ilustrativo en nuestra universidad, ya que hemos comprobado que las consecuencias de la hipocondría suelen ser más serias en los varones, sobre todo cuando son mayores y se ven superados por sus limitaciones físicas».

Y en lo que concierne al tratamiento, una vez confirmado el diagnóstico, se emplean psicofármacos para controlar los síntomas ansiosos, tan relevantes en estos pacientes, y conjuntamente es de gran utilidad la terapia psicológica cognitivo-conductual, en la que se trabaja la angustia y el miedo a la enfermedad. En la terapia es fundamental la colaboración de la familia, que debe entender que tiene un problema y siempre ha de apoyarle y evitar que acuda al médico y a urgencias, a fin de que el paciente empiece a sentirse en cierto modo un no-paciente.

”En plena pandemia estuve varios meses sin pisar la calle»

Con su simpático deje extremeño, Aurelia Fernández Gonzalo es una anciana de 89 años llena de vida («me la han renovado los gemelos que acaba de traer al mundo mi hija», matiza), a pesar de haber sido «un poquillo hipocondríaca toda la vida». Con la llegada del coronavirus ese problema se disparó, hasta el punto de que, como ella misma admite: «En plena pandemia, especialmente al principio, permanecí varios meses sin pisar la calle, por el horror a contraer el virus».

Habla de que lo pasó muy mal y se negó a salir de casa, hasta el punto de que tenían que traerle la compra, «venir la familia los fines de semana a comer conmigo y gracias a que vivo con una rumana, interna, que es un amor, no me sentía sola y ella se encargaba de todo». Relata que todos la regañaban por lo aprensiva que estaba y cómo había cambiado sus hábitos.

«La verdad es que toda mi vida he sido un poco hipocondríaca –reconoce– y, como profesora de literatura, siempre recordaba de mi profesión El enfermo imaginario, de Molière. Cuando oía síntomas de algunas enfermedades, como que un cáncer de cerebro puede empezar por un dolor de cabeza, como yo padeciera uno, ya empezaba a torturarme si aquello sería un tumor. La mayoría de las veces me lo tragaba sola, porque cuando vivía mi marido y se lo contaba, el que se ponía enfermo era él del rapapolvo que me echaba. Y ya no quiero ni pensarlo si lo hablaba con mi hija, neurocirujana, que me reñía también diciéndome: «Mamá, la próxima vez que me vengas con una tontería de esas, yo misma me encargo de operarte la cabeza». Así que solo lo podía hablar con la muchacha y algunas amigas,que trataban de tranquilizarme».

Lo cierto es que Aurelia no ha sido de esos hipocondríacos que se ha pasado el tiempo en el médico: «¡Qué va; todo lo contrario! A mí me producía auténtico horror que me encontraran algo en el reconocimiento. Precisamente, no entendía muy bien a esa gente a la que oía que cada dos por tres iba a la consulta».

No sabe explicar por qué le sucede, máxime siendo una persona con formación universitaria, y agrega que le puede sucede a cualquiera, quizá desencadenado inconscientemente por algún pequeño trauma infantil o cierto acontecimiento hostil relacionado con la salud. «Curiosamente, siempre he gozado de muy buena salud –añade–, no tengo motivos concretos y conscientes para ser así. Tampoco lo he consultado nunca con ningún psiquiatra ni psicólogo, y mi hija, que siempre intenta tranquilizarme, me suplica que no le dé más vueltas».