En el pasado
Del Vesubio al Stromboli: las otras veces que explotó la tierra
El Nevado del Ruiz hace recordar el triste final de la niña Omayra Sánchez
Cientos de erupciones volcánicas se han registrado en la historia del mundo, espectaculares la mayoría y algunas con consecuencias terribles. De los más cercanos geográficamente, los de Europa, la memoria nos lleva a la del Monte Fagradalsfjall, a unos 40 kilómetros de Reikiavik (Islandia), que durante seis meses, desde marzo de 2010, expulsó 143 millones de metros cúbicos de lava, piedras y cenizas. Las comunicaciones aéreas en el centro y norte de Europa se vieron seriamente afectadas.
En mayo de este mismo año, el volcán italiano Stromboli, situado al noroeste de Sicilia, entró en erupción en mayo, arrojando rocas incandescentes y formando flujos de ceniza y lava que se desplazaron hasta la costa de la isla. En 2019 se registró la anterior erupción, que causó la muerte de un excursionista.
En la categoría de más mortales, sin tener que rememorar la del Vesubio, en el 79 d. C., que sepultó Pompeya, Indonesia ha sufrido dos de los peores. En 1817 el Tambora causó 82.000 muertes y el Krakatoa hizo explotar la isla de su mismo nombre con 36.000 víctimas mortales. Entre ellos, en esta trágica categoría, volvemos a Islandia con el Laki, que en 1783 acabó con gran parte de los habitantes de la isla pues fallecieron 39.000 islandeses.
Otra erupción que atrajo la atención del mundo fue la del volcán Nevado del Ruiz el 13 de noviembre de 1985 en Colombia. El suceso se cobró 25.000 vidas, hizo desaparecer la ciudad de Armero y grabó en la memoria colectiva la cara de una niña: Omayra Sánchez. Durante tres días, a sus 13 años, luchó por sobrevivir ante las cámaras de televisión que mantenían en vilo a millones de personas. Estaba atrapada en una especie de pozo sujeta a un tronco de madera que la mantenía a flote. Un bloque de cemento de la casa bloqueaba sus piernas a la altura de la rodilla y hacía imposible la labor de los rescatistas por socorrerla. Sus familiares estaban muertos, sepultados debajo de ella, pero la niña no lo sabía. Su sonrisa, su voz y su mirada dulce, pero sobre todo su entereza enamoraron a los espectadores. Pero el rescate resultó imposible. Poco a poco el agua se acercaba a su boca y sus ojos comenzaron a entristecerse. Pero tuvo el valor y la entereza de despedirse. «Adiós, mamá», dijo antes de cerrar definitivamente los ojos y tirar abajo las esperanzas de millones de personas.
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