Religión

«Los católicos debemos rebelarnos»

La política vasca María San Gil denuncia que «la sociedad de lo políticamente correcto quiere ningunear a Dios»

María San Gil
María San GilGonzalo Pérez MataLa Razón

A estas alturas de la película, María San Gil no se anda con chiquitas. En realidad, no lo ha hecho nunca. Echar mano de paños calientes le habría impedido sobrevivir a los envites borrokas a los que plantó cara una y otra vez tanto en el Ayuntamiento de San Sebastián como en el Parlamento Vasco. Tampoco se espera un discurso edulcorado que ha presenciado cómo un etarra acaba con la vida de tu compañero Gregorio Ordóñez de un tiro en la nuca. «Estoy curtida en recibir insultos y ya no me afecta lo más mínimo. Si no te callas, en seguida te señalan con el dedo y te catalogan como facha». Por eso no se pierde en circunloquios cuando se desliza a su vera el término ‘corrección política’, la cuestión que vertebra el XXIII Congreso Católicos y Vida Pública que se celebra este fin de semana en Madrid.

«En estas sociedades de lo políticamente correcto nos han llegado a convencer que Dios y nuestra fe se tiene que cerrar a lo privado, fuera de la esfera pública», expone a LA RAZÓN la ahora vicepresidenta de la Fundación Villacisneros, creada en defensa del Estado de Derecho y la Unidad de España. En esta misma línea, se manifestó ayer por la tarde durante la ponencia que impartió en el foro promovido por la Fundación San Pablo CEU y la Asociación Católica de Propagandistas. Por eso, urge a reivindicar «nuestra condición de católicos, alzar la voz, manifestarnos, rebelarnos, hacernos notar, saltar la barrera de lo cómodo y lo fácil para dar testimonio del proyecto de Dios, de nuestra fe».

Y es que, San Gil está convencida de que el Gobierno de Pedro Sánchez ha puesto en marcha una «minuciosa ingeniería social diseñada desde una concepción intransigente» para que «no nos atrevamos a cuestionar la agenda ideológica y los debates que nos imponen» con el fin de «perpetuarse siempre en el poder» y «destruir nuestro régimen constitucional». Por eso no duda en cargar, una a una, contra todas las leyes del que denomina Frente Popular, entre las que incluye, la reforma educativa, la memoria democrática, las ley trans...

Para esta política donostiarra de 56 años, se están planteando «mentiras y eufemismos envueltos en un precioso celofán» que se sirven del lenguaje para hablar de «muerte digna» o «interrupción del embarazo», cuando en realidad se trata de «eutanasia» y «aborto». «Frente a la destrucción de nuestros valores no debemos quedarnos impasibles», insiste, a pesar de que está convencida de que «a los discrepantes nos quieren demonizar y cancelar». Para ello, recomienda no actuar de cualquier manera: «Tenemos que ser suaves en las formas, pero enérgicos e inamovibles en nuestros principios y creencias». Pero, ¿cómo no añadir más leña al fuego y no promover la polarización o el enfrentamiento? «No es fácil hilar fino, pero siempre ayuda discernir entre cuándo te estás defendiendo y cuándo estás atacando. Hay que quitarse complejos: si a mí me atacan, tengo que defenderme, con educación y de forma civilizada. Pero la alternativa, no es callarse». Con esta premisa, respalda la «cultura del encuentro» que abandera el Papa que invita a un diálogo abierto. Pero no a cualquier precio: «Yo dialogo con aquellos que quieren dialogar, otra cosa es quien no quiere dialogar de verdad. Con los terroristas, por ejemplo, no se debe hablar, porque no nunca han querido construir nada juntos, sino utilizar el diálogo como excusa para presentarlo como un fin en sí mismo, cuando es un medio». Es lo que le lleva a sentenciar que «ni desde Bildu ni desde ERC tampoco quieren un punto de encuentro, es una falsa voluntad de diálogo para sacarnos del mapa y aniquilarnos». Por eso, se niega en rotundo a que se cuele en la conciencia colectiva que «Bildu es un partido democrático de pleno derecho y Otegui es un hombre de paz dándole más protagonismo que a la memoria y la verdad de las víctimas».

En el saco de ese «aniquilarnos» incluye a la religión: «Con la corrección política han conseguido colocarnos en el lado de los malos bajo la tesis de que a la Iglesia hay que ningunearla y despreciarla, con la consigna de que en el ámbito de la vida pública no se puede hablar de la fe».

Desde lo que aprecia como una concepción «sectaria» de la realidad y de la política, interpreta el rapapolvos de Francisco al presidente del Ejecutivo en la audiencia vaticana que le concedió hace un año. Entonces, el pontífice instó a Sánchez a construir «la patria con todos» y Jorge Mario Bergoglio le dejó caer que «es muy triste cuando las ideologías se apoderan de la interpretación de una nación, de un país y desfiguran la patria». «Le dio un zasca en toda regla», valora sobre lo que considera algo más que un toque de atención papal ante una emergencia: «Pedro Sánchez quiere gobernar solo con unos cuantos y diluir a la masa crítica que no entra en sus planes».

Por eso, animó ayer a los congresistas del CEU a sumarse a la asociación NEOS, una nueva plataforma ciudadana que se presentará el 26 de noviembre y de la que forma parte: «Es una brújula a modo alternativa cultural para el fortalecimiento de la vida, la verdad, la dignidad de la persona y la familia, la libertad -singularmente la religiosa-, la nación y la Corona», desvela.

Madre de dos hijos, se define como «católica practicante de toda la vida». Hizo la comunión con 8 años y se confirmó con 17. Pero en su calendario creyente tiene marcado otra fecha: el fin de semana que decidió participar en uno de los retiros Emaús en Azpeitia: «Para mí ha sido ha sido un antes y un después. Fue un encuentro tan directo con Dios que todavía hoy lo vivo como un regalazo y se lo recomiendo a todo el mundo». En este peregrinar cuenta con su marido Íñigo como aliado, amén del obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla: «Con él, la diócesis es otra y eso que tiene un trabajo ímprobo en el País Vasco ha pasado a ser una de las comunidades menos creyente».

Con la conciencia de que «Dios siempre está ahí y es el motor de mi vida», no concibe ese cordón sanitario que se propugna bajo la bandera del laicismo y la aconfesionalidad, como si ser cristiano fuera un estigma: «No hay nada más progresista que ser católico y practicante. No pretendo que todo el mundo sea católico y lo siento por los que no lo son, pero yo me siento muy orgullosa de serlo y de contarlo. Es como ser un club de fútbol y se avergüenza. ¡También soy de la Real Sociedad y lo digo!».