Sábado Santo

El Papa, contra «la crueldad» de la guerra de Ucrania

Los dolores impiden a Francisco presidir la Vigilia Pascual, pero entona una homilía con un apoyo espontáneo a un grupo de políticos ucranianos presentes

El Papa Francisco, ayer durante el acto religioso
El Papa Francisco, ayer durante el acto religiosoCLAUDIO PERIAgencia EFE

La invasión de Ucrania no se escapa en una sola alocución pública del pensamiento de Francisco en esta Semana Santa. Menos aún en la Vigilia Pascual, la celebración más importante del año para los católicos en la que se rememora la resurrección de Cristo. Nada más empezar su homilía, el Papa recordó cómo «muchos escritores han evocado la belleza de las noches estrelladas». A renglón seguido desmontaba esta idílica imagen: «En cambio, las noches de guerra están atravesadas por estelas luminosas de muerte». A pesar de este escenario de negritud, el pontífice lanzó un mensaje de esperanza: «Con Jesús, el Resucitado, ninguna noche es infinita; y aun en la oscuridad más profunda, brilla la estrella de la mañana».

Pero fue más allá y al final de su alocución preparada, con la naturalidad que le caracteriza, Jorge Mario Bergoglio dejó los papeles a un lado para improvisar unas palabras a unos parlamentarios ucranianos que participaban de la misa en primera fila. Ante ellos, clamó contra «esta oscuridad que estáis viviendo de la guerra y de la crueldad». «Todos nosotros rezamos por vosotros y con vosotros por tanto sufrimiento», dijo con la mirada clavado en ellos. Y añadió: «Solo podemos daros nuestra compañía y nuestra oración y daros ánimo que hoy es lo más grande que se puede celebrar».

Así se manifestaba un Papa que ha atravesado en estos días de Triduo Pascual su particular viacrucis físico. Los dolores en su rodilla, que le impiden mantenerse en pie inmóvil durante mucho tiempo, ya le impidieron postrarse el Viernes Santo ante la cruz, ayer le limitaron hasta tal punto que optó por hacerse a un lado y no presidir la eucaristía. Eso sí, pronunció la homilía y administró el sacramento del bautismo a siete nuevos católicos procedentes de Italia, Estados Unidos de América, Albania y Cuba, que después recibieron la confirmación y la comunión.

El resto de la celebración la dejó en manos del purpurado italiano Giovanni Battista Cardenal Re, decano del colegio cardenalicio. Es más, Re también fue el encargado de llevar a cabo el rito de la bendición del fuego y la preparación del cirio pascual. Francisco siguió toda la ceremonia sentado en su sede que se ubicó a ras de suelo en la nave principal. Solo subió al baldaquino para pronunciar la homilía, que también leyó sentado.

Con estas limitaciones, invitó a los presentes a dejarse llevar de la mano «llevar de la mano por las mujeres del Evangelio, para descubrir con ellas el surgir de la luz de Dios que resplandece en las tinieblas del mundo». Contemplando a las discípulas que descubrieron el sepulcro vacío como signo del que Jesús de Nazaret había resucitado, Francisco urgió a poner en marcha «gestos de paz en este tiempo marcado por los horrores de la guerra». Además, instó a los presentes a llevar a cabo «obras de reconciliación en las relaciones rotas y de compasión hacia los necesitados», así como «acciones de justicia en medio de las desigualdades y de verdad en medio de la mentira». «Y, sobre todo, con obras de amor y fraternidad», apostilló.

En este contexto, reivindicó las reformas que ha puesto en marcha a lo largo de estos nueve años de pontificado, al exponer abiertamente que «un cristianismo que busca al Señor entre las reliquias del pasado y lo encierra en la tumba del hábito es un cristianismo sin Pascua». Es más, llegó a afirmar cómo los católicos han de vivir en medio del mundo «sin miedo, sin tácticas y sin oportunismos; sólo con el deseo de llevar a todos la alegría del Evangelio».

Francisco se dirigió en tono sereno pero firme a los fieles presentes en una basílica de San Pedro que de nuevo había colgado el cartel de completo como en la era prepandémica. A todos, les invitó a ilusionarse con el futuro como antídoto a la «prisión de la apatía» y la queja. «Pero el Señor, en esta noche, quiere darnos una mirada diferente, iluminada por la esperanza», suscribió a continuación el sucesor de Pedro.