Domingo de Resurrección

«¡Que haya paz en la martirizada Ucrania!»

El Papa convierte su bendición «Urbi et orbi» pascual en un grito contra la guerra y a favor del país europeo en una plaza de San Pedro abarrotada

Francisco ayer en los actos en la Plaza de San Pedro
Francisco ayer en los actos en la Plaza de San PedroVATICAN MEDIA HANDOUTAgencia EFE

Si habitualmente la bendición pascual «Urbi et orbi» ejerce de radiografía del estado de la paz en el mundo, ayer se convirtió en un parte del horror que se sufre en Ucrania, sin dejar de lado otros conflictos olvidados en el planeta. «¡Por favor! ¡Por favor! ¡No nos acostumbremos a la guerra!», clamó Francisco con voz contundente, desde la loggia de las bendiciones de la Plaza de San Pedro, en una mañana que recuperó un lleno absoluto de fieles que se extendía hasta la Via della Conciliazione. Una multitud que solo se congregaba en Roma ante grandes jubileos o canonizaciones en la era prepandémica y que ayer volvió al epicentro del catolicismo para la primera misa de Pascua masiva tras el coronavirus.

El Papa argentino no dudó en condenar una y otra vez la masacre que está viviendo el pueblo ucraniano, con la complicidad de los presentes, que respaldaron cada referencia al país europeo con sonoros aplausos. «Que haya paz en la martirizada Ucrania, tan duramente probada por la violencia y la destrucción de la guerra cruel e insensata a la que ha sido arrastrada», sentenció el sucesor de Pedro, que reclamó «un nuevo amanecer de esperanza que despunte pronto sobre esta terrible noche de sufrimiento y de muerte».

Aunque una vez más, por razones diplomáticas, evitó mencionar expresamente al presidente ruso, Vladímir Putin, lanzó no pocos recados que le tenían a él por destinatario: «Que se elija la paz. Que se dejen de hacer demostraciones de fuerza mientras la gente sufre. Que los responsables de las naciones escuchen el grito de paz de la gente». Es más, Francisco hizo suya la reflexión lanzada en plena Guerra Fría en un manifiesto escrito por el Nobel de Literatura Bertrand Rusell y apoyado por Albert Einstein: «¿Vamos a poner fin a la raza humana; o deberá renunciar la humanidad a la guerra?».

En un plano más emotivo, el pontífice confesó que «llevo en el corazón a las numerosas víctimas ucranianas, a los millones de refugiados y desplazados internos, a las familias divididas, a los ancianos que se han quedado solos, a las vidas destrozadas y a las ciudades arrasadas». «Tengo ante mis ojos la mirada de los niños», relató Jorge Mario Bergoglio, sintiendo como propio «su grito de dolor, junto con el de muchos otros niños que sufren en todo el mundo: los que mueren de hambre o por falta de atención médica, los que son víctimas de abusos y violencia, y aquellos a los que se les ha negado el derecho a nacer».

En paralelo, aplaudió la acogida de los europeos a los refugiados. Sin embargo, hizo un llamamiento para ir más allá y hacernos «más solícitos ante otras situaciones de tensión, sufrimiento y dolor que afectan a demasiadas regiones del mundo y que no podemos ni debemos olvidar».

Lo cierto es que el respaldo de Francisco a Ucrania es más que manifiesto. No solo porque justo antes de la Vigilia Pascual del sábado se reuniera con el alcalde de la ciudad ucraniana de Melitopol, Ivan Fedorov, además de tres parlamentarios del país, acompañados por el embajador ucraniano ante la Santa Sede, Andrii Yurash. Ayer, hasta las flores de la plaza hablaban de esta vinculación ucraniana. Enviadas como siempre desde Holanda, con más austeridad de lo habitual por el conflicto bélico, predominaron los tonos azules y amarillos de la bandera nacional.

«Hemos visto demasiada sangre, demasiada violencia», lamentó el Papa, lo que le llevó a compartir cómo en este contexto «nuestras miradas son incrédulas en esta Pascua de guerra» y «nos cuesta creer que Jesús verdaderamente haya resucitado, que verdaderamente haya vencido a la muerte». «¿Será tal vez una ilusión, un fruto de nuestra imaginación?», se llegó a preguntar, para responderse con rotundidad: «No, no es una ilusión».

En una alocución que estuvo hilada por la expresión de Cristo Resucitado «¡La paz esté con vosotros!», Francisco se detuvo en los otros puntos calientes en diferentes latitudes, como Oriente Medio, con la vista puesta en los altercados de estos últimos días en la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén. «Que los israelíes, los palestinos y todos los habitantes de la Ciudad Santa, junto con los peregrinos, puedan experimentar la belleza de la paz, vivir en fraternidad y acceder con libertad a los Santos Lugares, respetando mutuamente los derechos de cada uno», reivindicó.

A la par, también instó a la reconciliación en Líbano, Siria, Irak, Yemen y Afganistán. Más allá, incluyó su constante preocupación por Myanmar. Al repasar la realidad africana, se detuvo en Libia y en «la hemorragia causada por los ataques terroristas» en la zona del Sahel.

También pidió oraciones por la crisis humanitaria de Etiopía y por la recurrente violencia en la República Democrática del Congo, además de mencionar las graves inundaciones que padece Suráfrica.

Al abordar las dificultades que atraviesa América Latina, puso sobre la mesa los males endémicos que azotan al continente agravados por la pandemia como la criminalidad, la corrupción y el narcotráfico.

La herida canadiense

Al mirar al norte, introdujo también «el camino de reconciliación que está siguiendo la Iglesia canadiense con los pueblos indígenas» tras la crisis generada por los abusos generados en los internados católicos del país hasta hace apenas dos décadas, que le llevó a recibir hace tan solo unas semanas a representantes de los pueblos aborígenes lo que se traducirá en un viaje en julio para entonar un ‘mea culpa’ histórico.

Al recoger en sus palabras finales todo este escáner al sufrimiento global, Francisco no solo miró a las competencias de los líderes internacionales, sino que apeló a la conciencia ciudadana para cambiar el ritmo de los acontecimientos, lanzando un último grito: «¡Dejémonos vencer por la paz de Cristo! ¡La paz es posible, la paz es necesaria, la paz es la principal responsabilidad de todos!».

Francisco, de vuelta al Papamóvil... con dolor de rodilla

Tanto en la misa de Pascua en la que no pronunció homilía como es habitual en Francisco, como en el «Urbi et orbi», se pudo constatar una vez más cómo su dolencia en la rodilla por un desgaste en el cartílago le impide seguir los actos con la normalidad que quisiera. Aun así, al final de la eucaristía se acercó hasta la zona donde estaban sentados algunos cardenales de la Curia para estrecharles la mano. Durante la bendición en el balcón principal de la basílica, también se tuvo que sentar un mensaje que comenzó pronunciando de pie. Pero nada impidió que Francisco volviera a utilizar dos años después el Papamóvil para recorrer la plaza de San Pedro parando de vez en cuando para saludar y bendecir a los fieles.