Mauro Lepori Abad, general de la Orden Cisterciense
«La vida monástica está en crisis, pero hay profetas»
Este monje suizo encontró que su lugar en el mundo estaba en un claustro a través de la filosofía: «Dios ha cumplido conmigo cien por cien»
La mirada de Mauro Lepori sabe a contemplación sin ingenuidades y sus palabras hablan de un místico en sandalias y hábito de sobriedad actualizada. Quizá por eso, sus hermanos confiaron en él para pilotar a todos los monjes cistercienses del planeta. Con ese alma monacal firma «San José, el eco del Padre» (Encuentro), una mirada actualizada del esposo de María. «San José es ciertamente una de las personas más extraordinarias de la historia de la humanidad», confiesa sobre un hombre sobre el que el Evangelio «no registra ninguna palabra y pocos episodios».
«Su gran valor es la gracia de la relación única que Cristo tuvo con él, una gracia que José aceptó con toda su libertad, en la alegría y en el dolor», suscribe sobre la peculiar de la familia de Nazaret.
Dios no se lo puso fácil a José. Acogió a una mujer embarazada de un hijo que no era suyo… Eso solo se hace, por amor o por obediencia a regañadientes…
Dios llevó a José a través del gran amor de su vida, su amor por María. Al principio, José creyó que este Niño venía a separarlo de su esposa. En cambio, Dios vino a hacer que la relación entre José y María fuera infinitamente mejor al confiarles a su Hijo. Ciertamente, José no obedeció a regañadientes, sobre todo cuando supo que el propio Dios quería que se quedara con María. El Misterio que entra en una vida parece herir, parece quitar la vida, la alegría, parece destruir los proyectos humanos, incluso los buenos como el de un matrimonio. Pero cuando encuentra acogida en nosotros, torna en acontecimiento de salvación. José, en el transcurso de su vida, descubrió que Dios le estaba dando la plenitud.
¿Cómo acaba un filósofo suizo siendo el «jefe» del Císter?
Siguiendo a Jesucristo. Dios me llamó tal como yo estaba, mientras seguía el curso normal de mi vida, y abrió ante mí un camino que nunca hubiera imaginado. Evidentemente, no me llamaba a ser abad general, sino a permanecer con Él en la vida monástica, en una comunidad específica. Diciendo sí, para bien o para mal, a cada paso que me pedía este misterioso camino descubrí con sorpresa que Dios me llamaba a servirle también a través de ciertas tareas y responsabilidades: maestro de novicios, abad de mi monasterio, abad general. No eran las etapas de una carrera, sino de un seguimiento. La primera noche que me encontré en Roma como abad general y sentí cierta agitación porque no sabía qué hacer y me parecía que nada funcionaba, sentí como si la voz de Cristo me dijera: «¡Te he llamado para que me sigas, no para que me precedas!» Y enseguida encontré la paz. Siempre he seguido a Cristo impulsado por el deseo de ser feliz y descubrí que seguirle no implica ninguna censura. Todo lo que he dejado para Él, como la filosofía, pero también otros mil proyectos y deseos, los ha cumplido al cien por cien, y sigue haciéndolo, a pesar de mis muchas infidelidades.
¿Cómo actualizar sin descafeinar y enredarse en la nostalgia de un monacato de 1098?
Como la vida de toda la Iglesia, es decir, viviendo el origen ahora, en el tiempo presente. Cuando el Espíritu Santo hace surgir un carisma, como el benedictino o el cisterciense, lo hace dando a las personas o a las comunidades la oportunidad de beber de un manantial siempre presente, que brota siempre de nuevo. Es posible vivir la experiencia de vida monástica que tuvieron los primeros cistercienses de Cîteaux hace 900 años, no porque hagamos arqueología de los orígenes, sino porque los orígenes siguen vivos hoy. Por lo tanto, remontar una tradición de 900 años de vida cisterciense, de espiritualidad cisterciense y de cultura cisterciense, no es retroceder, con nostalgia, para buscar un tesoro perdido, sino ayudarnos a ver hoy la riqueza y la novedad de esta tradición. Pero un manantial está vivo si hay quienes beben de él, quienes aún hoy se apartan de las aguas estancadas del tradicionalismo nostálgico para beber de la fuente viva del carisma.
Esas vocaciones descienden en Europa de manera vertiginosa. ¿Están los monjes en peligro de extinción?
La vida monástica y contemplativa forma parte de la cultura humana universal. Cada cultura y religión tiene su propia forma de vida contemplativa. La humanidad no es verdaderamente ella misma si no da cabida a la contemplación, a la soledad, al silencio, pero también a la fraternidad, que también forma parte de la vida monástica benedictina y cisterciense. Pero la humanidad, en ciertas culturas o a veces globalmente, atraviesa crisis en las dimensiones fundamentales del ser humano. La vida monástica está ciertamente en crisis, pero no le faltan sus profetas, que pueden ser los monjes y monjas más sencillos y ocultos que a nadie interesan. Mantienen viva la llama de una vocación que es fundamentalmente una vocación de amor a Dios. No es la cantidad lo que salvará la vida monástica, como ninguna otra dimensión esencial de lo humano, sino la libertad, incluso de una sola persona, que dice sí al amor de Cristo y lo deja actuar en el mundo.
¿Cómo se sufre la guerra de Ucrania desde la celda de un monasterio?
Como a todas las personas que tienen siquiera una pizca de humanidad, esta guerra es una gran angustia porque más que nunca parece ser una victoria del mal y del poder; del mal del poder y del poder del mal. Una victoria sin escrúpulos, sin piedad por la justicia, por la fragilidad de los indefensos. Esta guerra es el absceso de un inmenso forúnculo de abuso de poder y de los bienes de la tierra que lleva tanto tiempo humeando bajo la piel de la sociedad y la política europea y mundial. Quizás todos hemos sido cómplices de un proceso diabólico de arrogancia y egoísmo que ahora está llegando a sus últimas consecuencias. Nos sentimos impotentes. ¿Y qué hacer? Sólo Cristo, sólo Dios puede vencer tanto mal.
✕
Accede a tu cuenta para comentar