Feminismo

La tiranía del velo enciende Irán

La muerte de una joven tras ser detenida por la Policía al llevar mal puesto el hiyab desata una oleada de protestas contra las estrictas normas de la «sharía»

La muerte de la joven Mahsa Amini (izda.) tras ser detenida por la Policía ha desatado una ola de protestas en Irán
La muerte de la joven Mahsa Amini (izda.) tras ser detenida por la Policía ha desatado una ola de protestas en IránCLEMENS BILANAgencia EFE

Asoma la primavera en la ciudad iraní de Isfahán. Una joven cruza el bello puente Khajoo sobre el río Zayandeh, que ahora baja prácticamente seco. El puente es un ir y venir de gente que disfruta del viernes festivo. Bajo sus vanos, se escuchan canciones y risas al ritmo de las palmas antes de que el improvisado coro se disperse a la carrera ante la llegada de la Policía. Unos metros más arriba, una mujer con chador, acompañada de un agente uniformado, se acerca a la joven y le susurra algo al oído. Ella y su compañero forman parte de la Policía de la Moral, los ojos del Gobierno iraní en las calles, encargada de hacer cumplir las estrictas regulaciones de la ley islámica.

Entre ellas, la obligación de llevar el hiyab, vigente desde hace 40 años en el país por obra y gracia del imán Jomeini, el padre de la Revolución islámica, y cuyo estricto cumplimiento se ha acentuado desde que llegó a la Presidencia el clérigo rigorista Ebrahim Raisi en agosto del pasado año.

Mostrar los tobillos

«Esos pantalones no están permitidos en Isfahán. No los lleves más», le advierte la mujer embutida en negro a la joven, que se limita a replicar: «Lo siento, no lo sabía» antes de reemprender su camino. Su delito, mostrar sus tobillos con unos vaqueros de pernera alta. Unos centímetros de menos de tela de algodón que a punto están de meterle en problemas.

La escena es cotidiana en Irán, donde es posible ver incluso a un camarero llamar la atención a un grupo de mujeres tomando un refresco en una terraza por llevar mal puesto el velo y mostrar parte de su flequillo. A menudo estos encontronazos terminan con una detención, que puede prolongarse durante horas, y una llamada al orden por parte de los agentes. Pero el pasado día 13, cuando la joven iraní de origen kurdo Mahsa Amini, de 22 años, fue detenida por llevar mal puesto el velopor la Policía de la Moral en Teherán –donde se encontraba de visita–, el incidente terminó en tragedia.

26 fallecidos

Amini falleció tres días después tras desplomarse en el centro de detención y ser ingresada en coma. Las denuncias de torturas se han sucedido al mismo ritmo que las protestas, que ya han causado varios muertos (26 según la televisión iraní) y decenas de heridos en los enfrentamientos con la Policía.

De poco han servido las explicaciones oficiales, que califican lo sucedido de «incidente desafortunado» y descartan que la mujer fuese golpeada. Tampoco ha apaciguado los ánimos el compromiso personal de Raisi de esclarecer su repentina muerte mediante una investigación interna.

No es la primera vez que las denuncias por un incidente de este tipo resuenan en la comunidad internacional (en julio pasado una mujer tuvo que ser ingresada tras ser golpeada por incumplir la obligación de llevar el hiyab), pero en esta ocasión el eco de las protestas (impulsado por las redes sociales) ha adquirido una dimensión global.

“Es tu vida personal”

Leili, una joven iraní que prefiere agazaparse tras ese nombre ficticio, explica a LA RAZÓN que «el velo no debe ser obligatorio, porque es parte de tu vida. La religión no puede meterse en tu vida personal. Debe ser algo que tú puedas elegir».

«Yo adoro a esta generación de mujeres jóvenes que está en las calles reivindicando a gritos sus derechos. Son muy valientes y creo que el mundo debe hablar de ellas y compartir sus imágenes y noticias en redes sociales para que todo el mundo sepa lo que está pasando en Irán». Algo que, señala, las autoridades de su país «quieren evitar, porque intentan mostrar otra imagen de Irán».

En un país en el que una pareja joven tiene que mostrar habitualmente su certificado de matrimonio para poder alojarse en la misma habitación de hotel (en algunos lugares del lejano sur iraní, como la isla de Ormuz, estas imposiciones se relajan), el cometido de la temida Policía de la Moral también incluye comprobar que ese rigorismo de conducta no se sortea.

Pecados: pantalón corto y tienda de campaña

La mujer a quien los agentes de la moral han llamado al orden en Isfahán por la osadía de mostrar sus tobillos recuerda aún la primera vez que fue reprendida por los guardianes de la ley islámica. Con 19 años, por llevar un pantalón no permitido. La segunda, con 22, la situación se complicó. En Bandar Anzali, en el suroeste del Mar Caspio, fue arrestada por pasar la noche en una tienda de campaña (una costumbre local muy extendida entre los jóvenes iraníes para ahorrar gastos) con una amiga, su hermano y otro chico.

Ella y su amiga pasaron dos horas en dependencias policiales junto a otra detenida «que había matado a una mujer». Una oficial les reconvino y les instó a que admitieran «que nos habíamos equivocado, que no conocíamos esa prohibición y que no lo volveríamos a hacer». Al final claudicaron y les dieron dos horas para salir de la ciudad.

Retroceso con Ahmadineyad

«No lo acepto, pero no quiero discutir. Antes les rebatía, hasta que entendí que la manera de luchar contra esa imposición es seguir haciéndolo, para enseñar a las niñas que eso es lo correcto». Peor lo tuvo su hermana, ocho años mayor. «Con 18 no le resultaba nada fácil salir con su novio. No podían ir juntos a muchos sitios. Y aunque con Jatami mejoró todo mucho, con Ahmadineyad se produjo un retroceso».

Mohammad, un joven empresario iraní que prefiere ocultar su identidad real, culpa de lo ocurrido a la «estúpida Policía de la Moral», pero se queja de que «en todo el mundo se está diciendo que han matado a una chica en Irán por no llevar el hiyab y aunque su muerte es culpa de las autoridades no la han matado». Para él, las protestas «van a empeorar la situación porque está muriendo gente, también policías, y no resolverán el problema».

Europa hace 500 años

«En nombre de la religión –lamenta– el Gobierno quiere decidir por los ciudadanos cómo han de vivir y qué ropa deben llevar. Sucede como en Europa hace 500 años, cuando la Iglesia tenía mucho poder. Esto tiene que cambiar».

En ese viaje a Irán de hace solo unos meses, en el Mausoleo Shah Chergh de Shiraz, una ciudad del sur que tiene fama de una mentalidad más abierta que Isfahán, el clérigo que hace de guía niega la entrada a una mujer por llevar una indumentaria inadecuada. Sus vaqueros están rasgados y los tobillos, ay los tobillos, asoman.

«Nuestros padres –argumenta Leili– se mostraron de acuerdo con los principios de la revolución porque pensaban que estas ideas eran correctas, pero han pasado 40 años y para la sociedad el concepto del hiyab ha cambiado. Y ahora que quieren protestar contra esta prohibición, no les dejan».

«Es la generación joven la que protesta, pero poco a poco sus padres, sobre todo las madres, se han ido sumando. Me parece fascinante porque así cada vez hay menos gente apoyando la república islámica solo por el miedo». «Irán se está rebelando contra esta imposición, pero costará mucho tiempo que las cosas cambien o quizás nunca suceda, porque es un medio muy importante para controlar a la sociedad iraní».

Desafío al régimen

Aunque sorprende ver las imágenes de manifestantes quemando un velo o de mujeres quitándose el hiyab en las manifestaciones como signo de rebeldía, éstas no son las primeras protestas de este signo en Irán. En 2017, la joven Vida Movahed abanderó una tímida reacción social al subirse a un cuadro de luz de la céntrica calle Enghelab de Teherán a cara descubierta y agitando un velo atado a un palo (fue indultada tras ser condenada a un año de cárcel). Espoleadas por la repercusión de las imágenes en redes sociales, otras mujeres siguieron su ejemplo y pagaron con varios meses de arresto su desafío al régimen.

«Cuando la Policía mató a George Floyd, las televisiones iraníes controladas por el Gobierno estuvieron hablando de lo que pasó durante meses», se queja Leili. «¿Por qué no hacen lo mismo ahora? Eso es lo que mucha gente se pregunta».