Entrevista

«El gran problema de lo paranormal es que depende de lo que dicen los testigos»

El astrofísico y divulgador científico Miguel Ángel Sabadell muestra en su libro «Fenómenos extraños» decenas de ejemplos de lo que se esconde realmente tras los sucesos sobrenaturales

El astrofísico y doctor en Física Teórica Miguel Ángel Sabadell
El astrofísico y doctor en Física Teórica Miguel Ángel Sabadelllarazon

Basándose en sus conocimientos, Miguel Ángel Sabadell, licenciado en Astrofísica y doctor en Física Teórica, desmonta en su libro «Fenómenos extraños» (Editorial Pinolia) los mitos sobre la existencia de los extraterrestres, los fantasmas, la parapsicología o las posesiones demoniacas, con algunos casos muy mediáticos a lo largo de las últimas décadas, pero que se nutren de mayores dosis de fe que de pensamiento crítico.

¿Qué le llevó a investigar y escribir para desmontar estas creencias?

Mi interés por los fenómenos extraños nació en la adolescencia, más que nada porque a finales de los 70 y principios de los 80 era la época dorada de lo paranormal. Empecé interesándome por los ovnis, sobre todo aquellos que defendían la visita de extraterrestres en épocas pasadas. Von Däniken, Peter Kolosimo... dejaban claro que los pobrecitos egipcios y los ingenuos incas –¡que no conocían la rueda!– habían recibido ayuda del espacio exterior para poder levantar sus espectaculares construcciones. Pero a la vez leía divulgación científica, y un peculiar proceso mental empezó a suceder en mi cerebro. Los libros de ovnis empezaron a parecerme banales y sus argumentos ingenuos y anodinos. Con el tiempo, y ya metido dentro del mundo de la divulgación científica, he querido compartir esas reflexiones con el resto de la sociedad, pero no para convencer, sino de mostrar lo que realmente hay detrás de ellos.

¿Qué ejemplo cree más llamativo que fuera aceptado como real?

El que más me llama la atención por su persistencia es el falso misterio del Triángulo de las Bermudas. A cualquiera que se le pregunte dirá que es un lugar en el Atlántico donde barcos y aviones desaparecen como chinches. Sin embargo, se estima que en el último siglo en esa zona del océano se han producido, como mucho, 10 desastres al año, un número bastante modesto para una de las zonas con más tráfico marino y aéreo del mundo. Eso significa que aquello que sea que se dedique a tragar lo que pasa por allí no es que tenga mucha hambre. Estamos ante un misterio manufacturado, pero lo más increíble –misterioso incluso– es que muy pocos parecen saberlo, a pesar de que se resolvió hace más de 40 años por obra y gracia de un piloto y bibliotecario de la Universidad de Arizona, Lawrence Kusche, que en 1974 recogió y publicó toda la información existente sobre esas misteriosas desapariciones. Al estudiar las fuentes originales descubrió que no había misterio alguno.

¿Cuál de todos los fenómenos de los que habla en su libro le plantea más dudas sobre su existencia?

El problema fundamental cuando te enfrentas a esos fenómenos es que toda la información dependa de la palabra de los testigos. Eso sí que es misterioso: los fenómenos paranormales presentan una tendencia a no dejar prueba física alguna, es como si lo hicieran adrede. Así que si solo dependemos de lo que el testigo dice haber visto, estamos ante un grave problema para decidir qué es lo que realmente vio. Porque la memoria humana modifica, inventa y adapta nuestro recuerdos para que estén acordes a nuestras creencias y deseos. Por eso no puedes aceptar acríticamente cualquier testimonio de cualquier persona, tenga la cualificación que tenga. Decir esto ofende mucho a los ufólogos, porque para ellos los pilotos son testigos tremendamente cualificados para identificar objetos volando por el cielo. Y no es verdad: son tremendamente cualificados para identificar aviones en el cielo, nada más.

¿Qué papel juega la psicología en estas creencias?

Todo. Pongamos, por ejemplo, la creencia en el espiritismo o en la existencia del más allá. A nadie nos gusta la idea de morir, lo que ha provocado la aparición a lo largo de la historia de múltiples creencias, muchas de las cuales se han convertido en religiones organizadas. Todas ellas comparten el mismo pensamiento: es inaceptable pensar que todo se termina con la muerte y nada sobrevive. Enfrentados a este dilema no pretendemos encontrarle la solución correcta; buscamos, no la verdad, sino aquello que nos tranquilice. Necesitamos certezas para vivir, reales o ilusorias, que apaguen la angustia de la muerte, y una de estas certezas es que no dejamos nunca de existir. Al final son los mismos mecanismos psicológicos que usamos en nuestra vida cotidiana los que nos llevan a creer en los fenómenos paranormales. Los mecanismos cerebrales por los que acabamos creyendo que alguien es amigo nuestro son los mismos que los que nos hacen confiar en el testimonio de quien nos dice que ha sido abducido por extraterrestres.

¿Y los intereses económicos a la hora de fomentarlas?

En general no influyen mucho, a pesar de que ciertos temas, como la videncia o el curanderismo, son un negocio. Y no un mal negocio precisamente. Para mí son los casos más sangrantes, porque videntes y curanderos se aprovechan de los momentos malos que todos pasamos a lo largo de nuestra vida; son, pura y simplemente, mercaderes de esperanza. En particular, considero el curanderismo una de las prácticas más perniciosas que existen, aunque muchos de ellos se presenten como mártires de lo que llaman la “medicina oficial”, cuando son unos mercachifles. La medicina que tanto denostan ha hecho que nuestra esperanza de vida pasase de 30 a 70 años en menos de un siglo y los curanderos no han añadido ni un segundo en sus más de 3.000 años de existencia.

¿Por qué se vuelve ahora a teorías disparatadas como el terraplanismo?

Son simplemente modas que caen en gracia en la redes sociales. Creo que muchos de los terraplanistas lo son por moda, por ir contracorriente o por tener ganas de tocar las narices en las redes sociales. Ten en cuenta que vivimos en una sociedad conspiranoica a la que le encanta creer en conciliábulos de todo tipo. El terraplanismo es como lo del viaje a la Luna: una teoría de la conspiración.

¿Qué papel juegan ciertos programas de televisión y ahora las redes sociales en la difusión de estos eventos?

Fundamental, como propagadores del mito. Y lo que los define es una ausencia absoluta de espíritu crítico, de contrastar las fuentes, de investigación seria y rigurosa. En esencia, construyen y difunden fake news. Pero eso no es lo peor: lo que me preocupa es que de un tiempo a esta parte encontramos científicos participando en programas pseudocientíficos, ya sea como invitados o con una sección fija. Un ejemplo es Cuarto Milenio. Por allí han pasado numerosos científicos, y entre ellos primeros espadas como los Premios Príncipe de Asturias Juan Ignacio Cirac, físico experto en computación cuántica, y Bermúdez de Castro, codirector de Atapuerca. Colóquese a científicos de prestigio internacional junto a fotografías de fantasmas o el triángulo de las Bermudas: ¿qué mensaje creen esos científicos que están transmitiendo a los espectadores? ¿Que la fotografía kirlian y el ordenador cuántico deben ponerse al mismo nivel? Lo que está claro es el motivo del director del programa: darle un aire de respetabilidad, ponerle el sello de “programa avalado por la ciencia”.

¿Las personas con menor formación son más crédulas?

Ciertamente no, pues creer en un mundo misterioso a nuestro alrededor no depende de la educación recibida. De hecho, puede pasar lo contrario. En 1994, junto con el físico Fernando Salamero, realizamos una encuesta sobre la creencia en vida extraterrestre, y entre las correlaciones que encontramos había una muy llamativa: al contrario que en EEUU, aquellos con un menor nivel educativo eran los menos proclives a creer en vida extraterrestre. Encontrar sentido al mundo es esencial para entender las actitudes humanas, y uno de los mecanismos para lograrlo es negar el azar y abrazar la causalidad. La cantidad de azar que somos capaces de aceptar sin que afecte a nuestro sentido vital es una de esas cosas que distinguen a unas personas de otras; mientras que para algunos el azar y la suerte gobiernan parte de nuestras vidas, para otros siempre existe un razón que explica lo que parecen simples casualidades. Y esto es independiente de la educación recibida.

¿Si los fenómenos tienen adaptaciones a cada cultura por qué la creencia en los ovnis se mantiene estable en las culturas y a lo largo del tiempo?

En realidad la creencia en los ovnis es un producto puramente occidental; no la tienes entre los Fang africanos, donde los desastres los atribuyen a la acción de las brujas. Es más, el mito ovni tiene sello estadounidense, que es donde nació: allí es donde más se ven, donde más personas secuestran, donde más relaciones sexuales con extraterrestres se mantienen... Lo único que hemos hecho el resto del mundo es comprar sus historias de ovnis como hemos comprado las hamburguesas de McDonald’s. De hecho vivimos inmersos en el mito: si vemos una luz en el cielo rápidamente alguien va a decir que es un ovni, pero no refiriéndose a un objeto volante no identificado sino a como mi buen amigo Félix Ares los llama, PONEBID: Portentosa Nave Extraterrestre con Bicho Inteligente Dentro. Pero fíjate en el detalle: en realidad es una luz en el cielo, no un objeto. ¿Qué explicación te parece menos fantasiosa para explicarla: una nave espacial estilo Star Trek o un dragón escupefuego de la Tierra Media? Independiente de que creas o no en los ovnis, seguro que te parece menos alocada la primera. ¿Por qué? Simplemente porque en nuestra cultura los extraterrestres forman parte del estereotipo que tenemos del universo en donde, por otro lado, no caben los dragones, aunque ambos conceptos sean (por ahora) totalmente imaginarios. Es difícil deshacerse de los estereotipos de una cultura cuando vivimos dentro de ella.

¿Ser una persona religiosa implica negar estos fenómenos? ¿O es al contrario?

Depende de si entra en conflicto con su fe. Un judío ortodoxo no te va a comprar ninguna historia de posesión demoníaca pero un cristiano, sí. Lo paranormal es un sistema de creencias como lo es el catolicismo y la prueba más clara de eso es que siempre se pregunta si crees en fantasmas, los ovnis, los videntes... como cuando te preguntan si crees en Dios. Así, los antropólogos llevan tiempo estudiando lo que podemos llamar la religión ovni, que tiene sus libros sagrados, sus lugares de peregrinación, sus profetas... Recuerdo que hace bastantes años le hicieron una entrevista al ufólogo español Juan José Benítez y en ella dijo que estaba convencido de que quienes se dedicaban a la ufología no lo hacían por casualidad, que de algún modo estaban predestinados antes de nacer para ello. Y en un debate en el que participé sobre el mismo tema, en el turno de preguntas un asistente se levantó y con gran emoción me espetó que para ver ovnis había que creer en los ovnis. Si todo esto no es prueba de que estamos ante una religión... Lo mismo sucede con la creencia en espíritus, que se conformó como religión a mediados del siglo XIX gracias a los libros del francés Allan Kardec.