Jornada Mundial de las Misiones

«Ser misionero es una escuela de fatiga y alegría»

Paul Schneider encarna en Etiopía a una nueva generación de sacerdotes, que sacan adelante sus proyectos de evangelización y desarrollo gracias al Domund, que se celebra hoy

El sacerdote Paul Schneider, en una de las capillas de su misión en el vicariato etíope de Harar
El sacerdote Paul Schneider, en una de las capillas de su misión en el vicariato etíope de HararJuan SistoLa Razón

Cuando el padre de Paul le hablaba de Chiapas y Biafra jamás pensó que estaba acunando en aquel niño una vocación misionera. Tampoco aquel rubiales de Illinois, una mezcla de genes entre Ohio y Bilbao, era consciente de que esa matraca paterna le llevaría, primero a ser sacerdote y, después con 34 años, lo aparcaría todo para marcharse a África. «Llevo cinco años en Etiopía y todavía me da la sensación de que esto acaba de empezar. Ser misionero es una escuela de fatiga y superación, de sufrimiento y alegría intensas». Así se expresa Paul Schneider, cura de la diócesis de Getafe, que es uno de los protagonistas del cartel del Domund, la Jornada Mundial de las Misiones que la Iglesia celebra hoy para rezar y sostener económicamente a los más de 10.000 evangelizadores españoles y sus proyectos repartidos por los cinco continentes.

En Etiopía apenas hay un 1 por ciento de católicos dentro de una mayoría musulmana, y una nutrida presencia ortodoxa. Paul se mueve por el vicariato de Harar, la cuarta ciudad santa para el Islam. En su misión en Lagarba, un territorio de cafetales a 2.000 metros de altitud y temperatura moderada, hay unas 120 familias católicas, 5.000 cristianas ortodoxas y unas 15.000 musulmanas. «Quiero llevar la luz del Evangelio, presentar la misericordia y la bondad de Cristo a los musulmanes. Nunca me he sentido señalado o discriminado. Soy consciente de que todavía soy un forastero, pero quizá por eso me valoran como alguien capaz de tender puentes y lazos entre dos etnias presentes allí que no siempre se identifican con la pertenencia religiosa. Por eso intento ser signo de reconciliación». ¿Algún fruto al peso? «De momento no he convertido a nadie, es Cristo es el que atrae. Yo solo quiero dar testimonio. Dios dirá». Admite que «somos pocos católicos, pero estoy asombrado del trabajo que han hecho tantos misioneros mayores antes que yo. A pesar de ser una minoría religiosa, la Iglesia es conocidísima y apreciada por todos gracias a las fundaciones de clínicas, hospitales, colegios… No solo por su prestigio reconocido, sino porque se acoge a personas de toda raza y condición».

Como a otros cuarentañeros de su generación, en la retina de Paul se cuela cuando menos se lo espera alguna escena épica de la película de «La Misión»: «La trama y el personaje de Jeremy Irons definen perfectamente la idea de que no tiene sentido ir solo o por libre, pero, sobre todo, de cómo la propia misión te transforma y permite conocerte a ti mismo». Pero a la vista está que ni mucho menos se considera un superhéroe ni un personaje de ficción: «En el imaginario, el misionero se ve como alguien generoso y valiente, pero yo me siento un afortunado porque estoy cumpliendo el sueño de mi vida. Eso sí, tienes que ser humilde para acoger la cultura de la gente entre la que te mueves. No basta con aprender la lengua, sino que tienes que estar y vivir, que no es poco». O dicho de otro modo: «Los creyentes queremos que Dios nos escuche, pero como prerrequisito Él siempre nos pide que escuchemos antes al prójimo».

Porque llevar la Buena Noticia de Jesús de Nazaret como sacerdote, no solo pasa por administrar los sacramentos y alentar a las comunidades católicas, pasa por embarrarse con la realidad de sus vecinos, con programas de rehabilitación de adicciones, iniciativas de repoblación de árboles frutículas, a través de la construcción de pozos, sistema de riegos, mejora de las chozas donde viven sustituyendo los tejados de paja por chapa y aluminio para protegerles de la temporada de lluvias… Solo con esta medida ha logrado reducir el índice de enfermedades ligadas a la humedad. «Vivo en una zona eminentemente rural, donde todos buscan el progreso, tener un acceso digno a la sanidad, educar a sus hijos, mejorar la agricultura para obtener más beneficios. Mucha gente ha huido a la ciudad en busca de oportunidades, por lo que lo que se ha convertido en una región deprimida a la que hay que devolver esperanza». Entre sus logros más recientes, una carretera de ocho kilómetros entre la población de Kirara y una escuela. Una distancia que puede ser insignificante en España, pero que allí se torna en una vía de comunicación indispensable para que «puedan venir profesores y misioneros, profesionales, colaboradores, jóvenes, sanitarios, mercancías… Y para que la policía pueda llegar enseguida cuando no se respeta el derecho, la propiedad, el honor de las personas». Por eso, siete meses después de la inauguración, sigue asombrado porque sea una realidad: «Todavía nos parece un sueño. Todo nos ha salido rodado: los permisos, el estudio, el trazado, el contrato, el apoyo del pueblo, los operarios y los ingenieros, la ejecución, los plazos, la calidad final... Nuestra alegría, mía y de toda la comunidad, es exultante». Por delante tiene la búsqueda de fondos para crear un puente de 20 metros para vadear el río Laga Arba y poder mantener las comunicaciones en cuando llegan las lluvias. Como decía un viejo misionero español en los Andes del Perú, mi misión es repartir las tres ‘p’: su Pan, su Palabra y su Perdón», plantea el sacerdote.

En este contexto le resta importancia al sacrificio que implica dejar las comodidades del primer mundo: «Ahora podemos coger un avión cuando nos dé la gana y volver dos semanas a casa, pero antes un misionero hacía las maletas sin billete de vuelta». Es más, confiesa que nunca llega a estar desconectado del todo de lo que ocurre en España: «Me siento muy apoyado y querido, porque hasta en una montaña perdida ahora ya te llega un Whatsapp, algo impensable hace nada».

Hasta las colinas etíopes también se cuelan los latigazos de la guerra en Ucrania. Sin embargo, a este cura no le duele especialmente que el conflicto europeo cope todos los informativos, mientras que apenas se habla de los dramas enquistados en el continente negro: «Los lazos históricos y económicos influyen en esa atención mediática. Si no hay lazos de España con Etiopía, es normal que no se haga caso a lo que allí sucede. En cualquier caso, internet siempre permite abrir una ventana a quien no se conforma con lo primero que recibe». Eso sí, aprovecha para dar un pellizco moral al paso: «No conozco las cifras de fallecidos en Ucrania, pero se calcula que, por los conflictos y las hambrunas, hay ya medio millón de muertos en Etiopía. Aun así, yo le pido a mis feligreses que recen por los ucranianos porque parar una guerra excede nuestras fuerzas, solo nos quedan dos cosas: rezar y poner los medios para hacer posible la paz en nuestro alrededor».

En su caso, no se trata de un brindis al sol, teniendo en cuenta que en desde hace dos años en la región de Tigraym, al norte de Etiopía, sufre una cruenta guerra que sigue cobrándose no pocas víctimas a pesar de encontrarse en estos momentos en una aparente tregua humanitaria.