Un intelectual
Benedicto, el cerebro del amor
La inteligencia de Ratzinger ha sido un impulso para nosotros
Cuando Paloma Gómez Borrero saludó la elección de Francisco, exclamó de forma clarividente: “¡Wojtyla fue el papa de la Fe, Benedicto ha sido el de la Esperanza, ahora faltaba el de la Caridad!”. La genial corresponsal española se refería el escalofrío que nos supuso a todos, primero, el grito del polaco: “¡Abrid las puertas a Cristo!”, que a tantos jóvenes nos cambió la vida al hacernos comprender de golpe que Cristo existía verdaderamente y pedía entrar en nuestras vidas. En segundo lugar, al impulso que supuso para nosotros la inteligencia de Ratzinger, que de forma tan preclara nos explicó la relación íntima entre fe y razón. En tercer y último lugar, reveló que la consecuencia del “papa de la fe” y el “papa de la esperanza” era un “papa de la caridad” que sólo podía llamarse Francisco, como el pobre de Asís.
Ninguna institución del mundo puede preciarse de un trío de dirigentes de esta talla intelectual y moral. Juan Pablo II fue para mi generación el papa joven y deportista, que nos trajo la sorpresa de que Jesús existía justo cuando la mayoría de los europeos estábamos empezando a dudarlo. El alemán fue el papa anciano de la sabiduría. Francisco es el papa del amor universal.
La elección de Wojtyla supuso una enorme sorpresa; también la de Francisco, el primer papa americano y no europeo, pero la de Ratzinger no lo fue. Había sido el “lugarteniente” de Juan Pablo II al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe y la los cardenales fue una opción tranquila y segura, de continuidad.
Tenía una enorme capacidad de raciocinio y lo puso al servicio de los demás para evidenciar que fe y razón se dan la mano, como un puente armonioso para indagar en la realidad. Amó a San Agustín y supo explicar que la búsqueda de la verdad caracteriza a los hombres honestos y les permite descubrir en la creación un signo de Dios infinito, que culmina cuando el creador se hace hombre en Jesús y sale al encuentro de su criatura.
Joseph Ratzinger no fue carismático como su antecesor. Era un hombre pequeño de estatura y modesto de físico, cuya fuerza radicaba en su cerebro y su corazón. Los que lo trataron personalmente han explicado que se crecía en la intimidad, porque era amable y afectuoso, a pesar de la timidez que siempre lo acompañó. Lo mejor de Benedicto XVI es que supo expresarse maravillosamente por escrito y que, por lo tanto, nos deja un legado excepcional a todos.
No sólo es profundo teológicamente, es que textos como “La infancia de Jesús” o “Jesus de Nazaret” son deliciosos para comprender a fondo la historia de nuestra salvación. Recomiendo el primero a los que quieran entender las dulzuras de la Navidad, con detalles tan curiosos como las especulaciones sobre la estrella de Belén o los Reyes Magos. Ya desde sus tiempos como arzobispo de Munich, Ratzinger sintió un enorme interés hacia los nuevos descubrimientos científicos y astrónomicos y ha dejado páginas muy interesantes sobre el big-bang, por ejemplo.
El trabajo de aproximación al papa Benedicto XVI ha quedado definitivamente facilitado por las entrevistas que, en forma de libro, le hizo el periodista alemán Peter Seewald (“La Sal de la Tierra” y “Dios y el Mundo”).
Entre las más apasionantes polémicas en las que ha mediado el papa Ratzinger se encuentra la relación entre cristianismo e islam. Benedicto XVI identifica el Logos y Dios, de forma que, en el cristianismo, Razón y Dios son perfectamente armónicos. Expresa, por el contrario, que las fuentes islámicas sitúan a Dios “por encima” de la razón, lo cual introduce un punto que nos distancia. La discusión, que se desató a raíz del famoso discurso de Ratisbona, pronunciado por el papa en dicha universidad alemana el 12 de septiembre de 2006, desató algunas reacciones violentas en el mundo musulmán, impropias de un debate filosófico.
En otro orden de cosas, Ratzinger fue objeto de calumnias con relación a un falso pasado de cercanía con el régimen nazi, cuando precisamente su familia y él mismo padecieron bajo Hitler, por su muy clara pertenencia eclesial y distancia con el régimen.
Son polémicas propias de quien no ama la verdad, que inevitablemente acompañan en este mundo al que la busca. Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, se ganó en vida el respeto y el agradecimiento de los más serios y sencillos y ha pasado a la historia como un hombre que ha contribuido definitivamente a aclarar y conservar el acerbo de la tradición y la fe. Fue un cristiano inteligentísimo y trabajador y un santo cuya vida ha sido un gran bien para todos. Ha sido un honor y una alegría compartir con él una parte del camino. Animo a todos a leer alguno de los libros de Seewald o “La Infancia de Jesús”, fácil y perfecto para estas fechas.
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