El legado

Un testamento en alerta: «¡Seguid firmes en la fe! ¡No os dejéis confundir!»

El Vaticano desvela el legado espiritual que el pastor firmó en agosto de 2006, un año después de su elección

Carta de 1985 firmada por él
Carta de 1985 firmada por élKim JohnsonAgencia AP

«Si en esta hora tardía de mi vida miro hacia atrás, hacia las décadas que he vivido, veo en primer lugar cuántas razones tengo para dar gracias». Con estas palabras arranca el testamento espiritual de Benedicto XVI que escribió de puño y letra y que se ha dado a conocer horas después de su muerte. «Ante todo, doy gracias a Dios mismo, dador de todo bien, que me ha dado la vida y me ha guiado en diversos momentos de confusión», relata Joseph Ratzinger en un documento firmado el 29 de agosto de 2006, cuando llevaba poco más de un año como Papa.

Este hecho habla de la serenidad con la que abordó su discernimiento sobre el final de sus días, en un momento en el que no habían aflorado algunas de las cuestiones más espinosas que tuvo que abordar como máximo líder de la Iglesia católica. Así pues, ningún asunto coyuntural, ni tan siquiera una renuncia en el horizonte, puede entreverse en sus comentarios. También se tumbaría cualquier tesis de que esta meditación a corazón abierto pudiera suponer una enmienda parcial o total a Francisco, en tanto que ni se le vislumbraba en el horizonte.

Más bien habla de una templanza y mirada firme hacia el horizonte del fin de la vida desde un tiempo de respiro. De hecho, el discernimiento sobre este texto habría tenido lugar precisamente durante el descanso veraniego y lo habría rematado precisamente al concluir sus vacaciones, que tomó precisamente después de un fin de curso intenso que le llevó en julio hasta Valencia para celebrar el Encuentro Mundial de las Familias. Así, el pontífice fallecido rememora en este testamento que Dios «siempre me ha levantado cuando empezaba a resbalar y siempre me ha devuelto la luz de su semblante». «En retrospectiva, veo y comprendo que incluso los tramos oscuros y agotadores de este camino fueron para mi salvación y que fue en ellos donde Él me guio bien», plantea.

Al ahondar en su trayectoria vital, se detiene en su infancia en la Alemania de entreguerras que se perdía en el abismo del nazismo: «Doy las gracias a mis padres, que me dieron la vida en una época difícil y que, a costa de grandes sacrificios, con su amor prepararon para mí un magnífico hogar que, como una luz clara, ilumina todos mis días». Sobre su padre, aprecia «la clara fe» que «nos enseñó». En paralelo, elogia de su madre «la profunda devoción y la gran bondad de mi madre», que presenta como «un legado que nunca podré agradecerle lo suficiente». Al echar la vista atrás, destaca cómo su hermana María le asistió «durante décadas desinteresadamente y con afectuoso cuidado». Sobre su hermano Georg, sacerdote fallecido en julio de 2020, el Papa emérito aplaude «la claridad de su juicio, su vigorosa resolución y la serenidad de su corazón». Además, valora cómo «me ha allanado siempre el camino; sin su constante precederme y acompañarme, no habría podido encontrar la senda correcta».

Agradecido asimismo a maestros, amigos y colaboradores, tampoco le duelen prendas para pedir «perdón de todo corazón» a todos aquellos «a los que he agraviado de alguna manera».

Pero, sobre todo, resulta especialmente significativo el llamamiento que hace para que su país natal «siga siendo una tierra de fe». «Les ruego, queridos compatriotas: no se dejen apartar de la fe», alerta a los alemanes, en una advertencia que lanza a la par a toda la Iglesia: «¡Manténganse firmes en la fe! ¡No se dejen confundir!».

Desde ahí, ahonda en uno de los principales pilares de su pensamiento, el diálogo fe y razón, para lamentar que «parece como si la ciencia» y «la investigación histórica» fueran capaces de «ofrecer resultados irrefutables en desacuerdo con la fe católica». Sin embargo, desde su experiencia como investigador defiende «cómo de la confusión de hipótesis ha surgido y vuelve a surgir lo razonable de la fe». De hecho, no tiene problema alguno en tirar por tierra algunas «tesis que parecían inamovibles y resultar meras hipótesis» que ha visto «derrumbarse». Es más, cita textualmente a la generación liberal (Harnack, Jülicher, etc.), la generación existencialista (Bultmann.) y la generación marxista. De alguna manera, con esta mirada teológica a su pasado, Benedicto XVI hacía un llamamiento directo a evitar que el hecho religioso se contagie de miradas ideológicas, para ir a la esencia de la fe.

El pastor cierra su testamento con una petición para quienes leen estas líneas: «Por último, pido humildemente: recen por mí, para que el Señor, a pesar de todos mis pecados y defectos, me reciba en la morada eterna». A la par, Benedicto XVI, hace suyo otro compromiso: «A todos los que me han sido confiados, van mis oraciones de todo corazón, día a día».