Muere Benedicto XVI

Padre en el Madrid de los jóvenes

Un millón de jóvenes de 197 países acompañaron al Papa en agosto de 2011 en la JMJ que se celebró en Madrid

Misa de despedida de la Jornada Mundial de la Juventud
Misa de despedida de la Jornada Mundial de la Juventudalbertoroldan.com

La semana de la JMJ de Madrid fue para Benedicto XVI un conjunto de días maravillosos. La bienvenida que recibió realmente le tocó el corazón. La joven Guardia Suiza que le rindió honores poco marciales pero entrañables en el aeropuerto le hizo sonreír.

El recorrido por las calles de Madrid, desde Barajas hasta la nunciatura y, desde allí, hasta la puerta de Alcalá fue sobrecogedora (pude contemplar desde un coche de la comitiva cómo la gente miraba al Papa con un cariño tan desbordante, que hasta el embajador de España que hacía de jefe de protocolo, y el general de la Guardia Civil que dirigía el operativo de seguridad que me acompañaban se emocionaron hasta las lágrimas).

Y el acto de bienvenida de los jóvenes de todo el mundo, con baile de caballos jerezanos incluidos, le encantó.

El arranque fue tan fuerte, que cuando al día siguiente pregunté al secretario qué tal había descansado el Papa, me dijo: casi no ha dormido nada, porque la emoción era muy fuerte. Para que luego hablen de los alemanes…

No tengo que inventarme nada para contar lo que más le hizo gozar al Papa de su visita a Madrid, porque él mismo lo ha contado en varios momentos. Aparte del entusiasmo de la gente joven, mayor y de cualquier edad (que debió de sentir con especial agradecimiento, ya que venía de un periodo complejo por los distintos escándalos que habían involucrado el Vaticano en los meses anteriores), le gustaron tres cosas.

En primer lugar, el encuentro con los jóvenes profesores universitarios. Benedicto XVI, que en su entrevista «La sal de la tierra» se definió a sí mismo como «un profesor», agradeció mucho tener la oportunidad de dirigirse a sus colegas más jóvenes, y transmitirles su experiencia de la vida académica, y reafirmarles en su responsabilidad en la formación de las nuevas generaciones.

Benedicto se debió sentir como un maestro que tenía delante a los siguientes eslabones de una cadena que se prolongará por siglos.

En segundo lugar, la música. La calidad de las músicas, muchas de ellas compuestas para la ocasión, y de la interpretación por parte del coro y orquesta de la JMJ y del Orfeón Donostiarra, le movieron poderosamente. Los españoles, por los motivos que sea, no suelen destacar en gusto musical religioso: se nota en los grandes eventos eclesiales internacionales, y lo comentan los católicos de otros países de paso por aquí al asistir a misa en una parroquia cualquiera. Cantamos poco y mal. Benedicto, que procede de una cultura civil y religiosa donde la música ocupa un lugar principal, y que él mismo descansaba tocando el piano, se llevó una agradable sorpresa.

En tercer lugar, la tormenta. Sí, la tormenta en Cuatro Vientos. Para muchos, ese vendaval que interrumpió la vigilia durante 40 minutos y empapó a todo el mundo, Papa incluido, fue para él un momento providencial. Mientras que los organizadores de la ceremonia se agitaban, Benedicto lo vivió con una sonrisa divertida en los labios, y dijo dos veces que no a las invitaciones a retirarse.

Al día siguiente, cuando le preguntaron por lo que había pasado, respondió que le había alegrado mucho esa «providencial tormenta», porque había traído dos lecciones: que los actos religiosos no valen más porque contengan buenos discursos del clero o buena música (todo eso hubo que saltárselo), sino cuando se reza en silencio ante la Eucaristía.

Y que el mundo había podido ver qué tipo de personas participa en la JMJ: a pesar de los chuzos de punta, nadie salió corriendo a protegerse, sino que se quedaron firmes junto al Papa, empapados pero felices.

Benedicto XVI regresó a Roma muy contento. El penúltimo día, tras el almuerzo que le ofreció el cardenal Rouco Varela en su propia casa, tuvo el detalle de decir a las jóvenes de una escuela de hostelería (¡nada menos que de Alcorcón!) que le cocinaron y le sirvieron la mesa, que había sido la mejor comida de su vida, y que se llevaba el menú para entregárselo a las personas que le cocinaban en Roma, para que vieran cuánto le habían cuidado durante su visita a la capital española.

Me hago la ilusión de que ese fue el recuerdo que se llevó de una visita inolvidable, que él mismo calificó de «cascada de luz».

*Yago de la Cierva fue director ejecutivo de la JMJ 2011