Exequias

Adiós definitivo al Papa de «la esperanza en Cristo»

Hoy la Plaza de San Pedro acoge el magno funeral por el Papa emérito presidido por Francisco y en el que se espera a más de 60.000 peregrinos

Un retrato de Benedicto preside en velatorio
Un retrato de Benedicto preside en velatorioMARTIN DIVISEKAgencia EFE

Antaño, un eclesiástico español dejaba caer de vez en cuando que la Santa Sede perdería antes la ética que la estética. Hoy parece todo a punto en la Plaza de San Pedro para que lo uno y lo otro brille en la despedida a Benedicto XVI, el pontífice alemán que falleció el pasado 31 de diciembre a los 95 años de edad.

Después de dos días de velatorio privado y otros tres de capilla ardiente pública en la basílica epicentro de la catolicidad, hoy se espera la llegada de unos 60.000 fieles para el funeral y posterior entierro del papa alemán. Sin embargo, todo hace apuntar que se podrían desbordar las previsiones, pues en estos días han pasado más de 160.000 personas cuando en un principio se habló de unas 100.000.

Todos en oración

Será Francisco quien presida una eucaristía en la que un Papa en activo honrará la memoria de su predecesor, en un funeral que, sin ser de Estado por no haber fallecido Joseph Ratzinger en el ejercicio de su cargo, sí tendrá el mismo trato desde el punto de vista litúrgico que Juan Pablo II, con tan solo unos mínimos matices de diferencia. Los restos de Benedicto XVI reposarán en las grutas vaticanas, donde están enterrados los papas, y lo harán en la antigua tumba de Juan Pablo II. Aquí no habrá cambios de protocolo: como manda la tradición, será acogido por tres féretros, uno de ciprés forrado de terciopelo carmesí, otro de plomo y, finalmente, uno de madera de olmo.

Ayer, en la víspera de las exequias, Francisco elogió una vez más a Benedicto XVI durante la primera audiencia general del año que presidió en el Aula Pablo VI, que colgó el cartel de no hay billetes. «Antes de comenzar esta catequesis quiero pedirles que nos unamos a cuantos en este momento están rezando», por Benedicto XVI en la basílica, expresaba el pontífice argentino.

A renglón seguido, describió de esta manera a Ratzinger: «Él fue un gran catequista que nos ayudó a descubrir la alegría de creer y la esperanza de vivir en Cristo». Escuchaban atentamente quienes tenía enfrente, los cardenales que le flanqueaban en el escenario, unos recién casados que esperaban recibir su bendición y cada uno de los fieles que se repartían por la sala. A pesar de esta década de convivencia entre ambos, hay quien ha querido enfrentarles tanto dentro como fuera del Vaticano. Jorge Mario Bergoglio no escatimó en elogios a un hombre considerado como el mejor teólogo del siglo XX: «Su pensamiento agudo no fue autorreferencial, sino eclesial, porque siempre quiso acompañarnos al encuentro con Jesús. El Crucificado fue la meta a la que nos condujo el Papa Benedicto, llevándonos de la mano».

A partir de ahí, Francisco continuó su alocución de la jornada con una reflexión sobre el discernimiento y la fragilidad del ser humano. Sin embargo, al final de su meditación, en los saludos por idiomas a los peregrinos presentes en el auditorio, una y otra vez hizo referencias al fallecido.

Cuando saludó a los alemanes le citó directamente como una lección a aplicar por sus compatriotas: «El que cree, nunca está solo». «En estos días experimentamos cuál universal es esta comunidad de fe, que no acaba ni siquiera con la muerte», añadió. También a los peregrinos de lengua española les insistió en la figura de Benedicto XVI como aquel catequeta que supo «la alegría de creer y la esperanza de vivir en Cristo». Aplauso para el fallecido, sin griterío, sino más bien con la serenidad que formaba parte del libro de estilo ratzingeriano. Eso sí, cuando Francisco dio por finalizado el acto, sí se rompió el protocolo popular. Alguien gritó: «¡Santo súbito!». Una proclama que, a buen seguro, se escuchará también hoy entre los brazos de la columnata de Bernini.