DANA
Clara, la monja embarrada en el barrio invisible y más pobre de la riada
La salesiana misionera valenciana impulsa un dispositivo de ayuda humanitaria en el Raval de Algemesí
Una mañana más, la hermana Clara Medina deja el hábito colgado en casa, se enfunda el chaleco de Cáritas, se apaña el pelo bajo una pañoleta, echa mano de mascarilla y se pone manos a la obra. Esta salesiana misionera de 36 años, que lleva 13 como religiosa, lleva desde el primer día sin parar literalmente. Su rostro no refleja un ápice de desánimo. Menos aún su voz. «Cuando piensas en los demás y actúas desde Dios, no hay cansancio». Y eso se acumula ya dos semanas a sus espaldas habiéndose convertido, sin buscarlo, en impulsora y referente de un movimiento de voluntariado y solidaridad en una de las zonas más olvidadas de la castigada Algemesí.
Se trata del Raval, un barrio periférico que ya antes del azote de la DANA era uno de los más pobres de nuestro país. De hecho, las familias que allí residen se encuentran entre el uno por ciento de la población con menos recursos de España. La vía del tren, que siempre ha sido un muro invisible social y económico con el resto del pueblo, también se ha convertido en una barrera de olvido y exclusión tras la riada letal. Hasta que Clara y su comunidad se plantaron allí después de rehabilitar el barrio al que pertenece la parroquia San José Obrero.
La DANA la sorprendió en su casa, en Alcira. La mañana después de la gran tromba de agua empezó a sospechar que algo no iba bien en Algemesí, que se encuentra apenas a cinco kilómetros. No se hablaba en los medios de comunicación del pueblo de al lado y sí comenzaron a surgir comentarios a través de WhatsApp sobre el aislamiento y abandono de sus vecinos.
No fue capaz de mirar para otro lado. Dejó los planes previstos y salió al quite de la desgracia colectiva que intuía. «Avisé a Cáritas y al equipo de sacerdotes para no ir a lo loco. Nos respaldaron, cogimos el coche y llegamos hasta las afueras».
Fue poner un pie en la localidad valenciana y hacerse una idea del alcance de la tragedia: «Nos pusimos a disposición de la parroquia San Pío X y de inmediato comenzó un goteo constante de gente que pedía ayuda o porque no tenían ni agua ni comida, con ancianos solos en las casas, enfermos sin atención…».
A la vez que quitaban lodo del templo y de las calles llamaban puerta por puerta a las casas para comprobar que no había víctimas y detectar «invisibles» por los que nadie se había preocupado y que necesitaban de lo más básico. Al peinar una a una las calles fue cuando descubrieron que el panorama pintaba aún más desolador en el Raval. Y no lo dudó. Clara y los suyos dieron el salto al otro lado de los raíles de la exclusión. Hasta hoy.
Mientras saca lodo de las casas y reparte juguetes a los niños, a lo largo de estos catorce días de misión, la monja también comparte su entrega a través de redes sociales. «Todos podemos ser puentes. Así, como somos y estamos: heridos, rotos, pisoteados... Y, al mismo tiempo, flexibles y apoyo para los demás. ¿Qué tipo de puente quieres ser?», interpela a quienes le siguen en Instagram.
Este relato en primera persona se ha traducido en «furgonetas cargadas de ayuda de todos los rincones de España» y en voluntarios que han dado un paso al frente, sabedores del destino directo y la acción coordinada del equipo de Clara.
Carmen, la carnicera del barrio, ha improvisado en estos días en su local dañado por la inundación en un comedor corrido para un grupo de jóvenes llegados de Zamora. «Si no fuera por ellos estaríamos exactamente igual que el primer día», comenta emocionada esta mujer del Raval. «Estamos aquí para lo que necesite», le dice Clara a Pepe, otro vecino de Algemesí que vio cómo el agua devoraba su casa: «Un cura de La Coruña vino con un grupo y me quitaron toda la ‘mierda’ que tenía, si no es por ellos, no sé qué habría hecho». «Somos uno, somos Iglesia», certifica la religiosa, que de alguna manera pone rostro al dispositivo puesto en marcha por la Archidiócesis de Valencia y Cáritas, que coordina toda la solidaridad llegada por parte de todos los sacerdotes, religiosos y laicos de toda España.
Ante tanta destrucción y tanto dolor generado por la riada mortal, Clara no ha visto trastocada su fe. Más bien, lo contrario. «¿Pedirle cuentas a Dios por esto? Jamás. Más bien me pongo en sus manos y le digo: ‘Esto es tuyo, sé tú en nosotros’. Esa es la oración que me surge en estos días porque lo que ha pasado no es culpa de Dios». Y va un poco más allá: «Dios es el que habita en el amor de cada ser humano y es el que está haciendo posible movilizar a tanta gente. Independientemente de las creencias de cada uno, cuando dejamos que el amor entre en nosotros es cuando nos convertimos en seres humanos maravillosos capaces de darlo todo por los demás. Es ahí donde radica la esperanza en medio de este caos sobrevenido».
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