Yo Creo

«Cristo contagia más y mejor que el coronavirus»

La Iglesia premia a Xavier Ilundain, el jesuita que impulsó el Domund, la jornada misionera que se celebra hoy

Xavier Ilundain, sacerdote misionero.. © Jesús G. Feria.
Xavier Ilundain, sacerdote misionero..© Jesús G. Feria.Jesús G. FeriaFotógrafos

Cuando el «crowdfunding» no estaba ni se lo esperaba, nadie había acuñado el término «tercer sector» y hablar de «campañas de sensibilización» sonaba a chino ya existía Xavier Ilundain y su capacidad creativa para anunciar el Evangelio que hoy no frenan ni las arrugas ni las canas. Por esto y por más, las Obras Misionales Pontificias, la entidad eclesial que aglutina todas las actividades eclesiales misioneras, ha galardonado a este jesuita con el premio Paolo Manna. Y todo, en el marco del Domund, la Jornada Mundial de las Misiones, que se celebra hoy domingo bajo el lema «Corazones ardientes, pies en camino».

A Xavier no le mina el ánimo ni el positivo en coronavirus que le impidió recibir este viernes en persona este homenaje. «Estoy varado, aunque ya he dejado atrás la fiebre y me encuentro mejor. No he ido por no contagiar a nadie. A mí lo que me va es contagiar a Cristo, no la covid. Si hay enfermedades que se contagian, a Jesús también lo podemos contagiar, pero hay que empeñarse en ello. Cristo contagia más y mejor que la covid», reconduce enseguida la conversación este religioso que siempre soñó con ser un nuevo Francisco Javier y llegar lejos como evangelizador. «Siempre me llamaban la atención las historias de los misioneros que nos contaban en el colegio de Areneros. Y cuando supe que el patrono de las misiones tenía mi nombre surgió en mí el deseo de ser uno de esos y hablar a la gente de Jesús», explica sobre esa primera llamada en una temprana niñez. Pero fue con unos 12 años, cuando aquello se forjó al encontrar entre el misal en latín de su madre gravemente enferma una oración en la que ella rezaba para que alguien tuviera vocación misionera. «Le pregunté: mamá, ¿por qué rezas? Ella me dijo que dejara de enredar, pero se le escapó que rezaba por mí. Ahí empezó la siembra». Aquel aspirante a arquitecto optó por formar parte de la Compañía de Jesús, con la vista puesta en partir cuanto antes de España. Sin embargo, sus superiores le encaminaron hacia las aulas de diferentes escuelas. Él aceptó, pero en paralelo buscaba la manera de encauzar su pasión para llevar a otros para implicarse con la causa de los misioneros en los cinco continentes.

Y fue así cómo se convirtió en uno de los artífices de la revista «Gesto», publicación eclesial de Obras Misionales Pontificias que, junto a «Aguiluchos», de los misioneros combonianos, han acompañado a varias generaciones de españoles en esta mirada solidaria de la realidad. «Empecé a escribir el diario de Manu, que eran las inquietudes de un chavalote cristiano de una ciudad que se preocupaba por los niños que lo pasaban mal en otras partes del mundo», explica sobre un personaje que perfiló durante varias décadas. «Sin embargo, para mí no era suficiente. Tanto es así que estuve una temporada enfadado y sin hablarme con el Cristo de Javier, en Navarra, donde vivió el patrón de las misiones. Cada vez que iba por allí con los jóvenes visitábamos el castillo, pero yo no entraba en la capilla porque no entendía porqué no me lo ponía más fácil para irme a un país lejano», rememora. «Hasta que un día sentí que me decía: ‘¡Qué misión más quieres que concienciar a otros para ser misioneros! Y ahí es cuando me di cuenta de que se puede ser misionero desde aquí también».

Reconciliado con Dios, Ilundain se convirtió, en un mano a mano con el sacerdote burgalés José Valdavida y la hija de la Caridad, sor Carmela Suances, fundadores de Cristianos Sin Fronteras, en el motor de la animación misionera de la Iglesia española. Y de su ingenio nació una de las actividades con más tirón en la pastoral infantil escolar y parroquial: Sembradores de Estrellas. «Empecé a darle vueltas sobre qué hacer con los niños del Domund y se me ocurrió como agradecimiento a los misioneros regalar unas pegatinas con forma de estrellas con un mensaje: ‘Jesús nace para todos’». Así, los mismos niños y niñas que postulaban con las hucha el último domingo de octubre se plantaban en las calles el sábado antes de Navidad para felicitar las fiestas de los transeúntes con sus estrellas, sus guitarras, sus panderetas y sus villancicos. «Eso sí, puse una condición: prohibido admitir aguinaldos porque se trata de educar a los más pequeños en la gratuidad, en dar sin esperar una recompensa».

Dicho y hecho. Aquel ensayo de 1977 fue solo el principio de una actividad que se extendió rápidamente por España y América. Se calcula que cada año se distribuyen cuatro millones. «El cielo puso en mis manos esa idea para que no me la quedara para mí, sino para que la repartiera, eso es lo único que he hecho», comenta.

Lejos de mirar el pasado con nostalgia y de llevarse las manos a la cabeza por la falta de relevo misionero entre los sacerdotes, religiosos y laicos, Xavier llama a recuperar ese mismo empuje que él renueva cada día a sus 65 años como jesuita, los más de 40 campamentos a sus espaldas y sus nueve veranos de entrega en Guinea Ecuatorial. «Tenemos que llevar con más ganas que nunca a Jesús por las calles, con nuestra vida y con nuestras palabras de acogida a todos los rincones de la ciudad, especialmente a la gente más sencilla. Hay que educar a pequeños y mayores en la misión». Para ello, cuenta con un referente: el Papa Francisco: «No sé porqué se genera tanta tensión en torno a su figura, yo le apoyo, porque nos ha dicho bien claro que no tenemos una misión, sino que todos somos una misión».