Restringido

«El Solitario II», cazado

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El «imitador» de Jaime Giménez Arbe aprovecha la libertad vigilada para asaltar siete bancos en tan solo dos meses

Entró en la sucursal con plomo, seguro de si mismo. Pasaban cinco minutos de las diez y media de la mañana y el Caixabanc de la calle Trafalgar de Valencia, llevaba poco tiempo abierto. Las dos empleadas se fijaron en él: era un hombre alto, de aproximadamente 1,80 centímetros de estatura, unos 50 años, piel morena y fuerte. Su atuendo, el de cualquier otro cliente, pantalón largo negro, camiseta negra y gafas de sol. No se las quitó en el interior a pesar de la falta de luz natural. Se dirigió hacia ellas y sacó del bolsillo una pistola: «¡Esto es un atraco. Dadme todo el dinero ya!», dijo en tono elevado, pero sin gritar. Su amplio físico, la pistola y la amenaza casi las dejó paralizadas. Obedecieron movidas por el pánico. Como autómatas, entre las dos recogieron el poco dinero que tenían a esa hora de la mañana fuera de la caja fuerte.

Mientras recolectaban el dinero, no dejaban de mirar la punta del arma. El hombre las apremiaba mientras miraba el reloj. Le entregaron 600 euros. Salió de la sucursal con celeridad, pero sin correr. Fuera le esperaba un compinche dentro de un Renault Laguna. Se montó y huyeron con tranquilidad. Tanta que algún testigo pudo apuntar algún número y letra de la matrícula. Ocurrió el 8 de octubre de este año.

Es el primero de siete golpes que el ladrón ha dado en la costa oriental de nuestro país en los meses de octubre y noviembre. Casi uno por semana. La forma de actuar y la descripción del acento del atracador encaminaron las pesquisas. Era extranjero. Según las dos empleadas de Valencia, no era rudo ni gutural, como de los países del este, sino fino y elegante. Parecía francés.

Se fueron acumulando robos de las mismas características: en Alicante (Caja Murcia), Valencia (Banco Sabadell), Sitges (Caixabank), Alicante (Cajastur), Torremolinos (Unicaja) y Marbella (Banca March). Las Brigadas de Policía Judicial de la Policía Nacional de estas ciudades, más la de Zaragoza, en colaboración con el Grupo de Atracos de la Unidad Central de la Policía, creyeron reconocer el modus operandi. Richard Piqc, más conocido como «el Solitario II». En 2008 lo detuvieron después de asaltar 18 entidades bancarías en 6 provincias españolas. Por entonces, elegía sucursales en las que sólo hubiese uno o dos empleados, siempre mujeres, para intimidarlas con su envergadura. Además de su altura, pesa 140 kilos. Pero lo más importante es que el banco no tuviera doble puerta de acceso. Vigilaba horarios, cámaras y nunca esperaba el retardo de la caja fuerte. Sólo se llevaba el efectivo. Probablemente imitando a Jaime Giménez Arbe, más conocido por el Solitario, ocultaba sus huellas dactilares envolviéndose los dedos en esparadrapo. También usaba pelucas para esconder su identidad.

Condenado a 64 años de cárcel, pidió ser trasladado a su país para cumplir la pena. Los agentes pensaron en un imitador del francés con sorprendente parecido físico, porque no creyeron que ya pudiera estar libre. Por no dejar ningún cabo suelto, llamaron a Francia. Instituciones penitenciarias del Gobierno galo les confirmó que Piqc estaba huido. Sólo había cumplido 6 años del total de la condena, pero un informe favorable de el gabinete técnico de la cárcel hizo que el juez de vigilancia penitenciaría confiase en que estaba reinsertado en la sociedad y podía vivir libre. Sólo le pusieron una pulsera telemática para controlarle. No se sabe muy bien cómo pero se la quitó y dejó en papel mojado la apuesta del magistrado.

El jueves por la mañana, en Marbella, mientras vigilaba una nueva entidad donde embolsarse más dinero, varios agentes se lanzaron sobre él y lo detuvieron.

Cómo en el año 2008, debido a su enorme envergadura, los agentes tuvieron que unir dos grilletes para poderle poner las esposas. En el bolsillo una pistola del calibre 7,65, un spray de defensa personal, un pasaporte falso y una remachadora de placas de matrícula.

Junto a él también capturaron a su compinche Sandrine Boulet, la que esperaba con el coche en la puerta de las sucursales para salir huyendo.