JMJ

Francisco, el ‘abuelo’ que «levanta» la fe de los jóvenes

El Papa preside la vigilia de la Jornada Mundial de la Juventud de Lisboa ante una multitud que conformó una alfombra humana junto al Tajo

Al Papa le resulta complicado ver el final. Prácticamente imposible. Por la magnitud de la marea humana congregada este sábado noche a la orilla del Tajo para acudir a la vigilia de oración de la Jornada Mundial de la Juventud de Lisboa y la que asistirá a la eucaristía de clausura que se celebrará este domingo a primera ahora de la mañana. Los peregrinos caminaron desde muy temprano varios kilómetros para llegar al llamado «Campo de Gracia», un antiguo vertedero reconvertido para la ocasión en espacio de acogida para los participantes del encuentro más multitudinario de cuantos convoca en la actualidad la Iglesia católica.

La espera de varias horas en la jornada más calurosa de cuantas se han vivido esta semana en la capital lusa mereció la pena cuando Francisco se dejó ver al atardecer para unirse al grupo. El cansancio se quedó aparcado sobre las esterillas y los sacos de dormir para escuchar al pontífice argentino de 86 años. La diferencia de hasta seis décadas entre Jorge Mario Bergoglio y quienes le escuchaban pareció esfumarse cuando el Sucesor de Pedro tomó la palabra. La distancia que parece darse entre la Iglesia y la generación Z, en la que se rubrica un secularismo creciente, al menos en Europa, se tradujo en conexión directa entre el pastor y su rebaño desde el minuto cero. «Queridos hermanos y hermanas: Boa noite!». A este saludo en portugués le siguió una alocución en castellano en la que, una vez más, como ha sucedido a lo largo de este viaje papal, el Obispo de Roma dejó en alguna que otra ocasión el discurso que traía preparado desde Roma para dejarse llevar por la emoción que le provocaban sus interlocutores y la inspiración surgida a la luz del Evangelio. En este caso, partió del pasaje que ha servido de lema para este encuentro y que relata cómo la Virgen María, estando embarazada, «partió y fue sin demora» para ayudar a su prima Isabel, mayor que ella, cuando se enteró que también esperaba un hijo: el futuro Juan Bautista.

«María no espera, toma la iniciativa; va a ayudar a su prima, y sobre todo se apresura a llevarle lo más valioso: la alegría. Es misionera de la alegría y por eso tiene prisa», sentenció Francisco, que animó a los jóvenes a «compartir» lo vivido a lo largo de esta semana entre su familia, amigos y compañeros.

El pontífice defendió que la Virgen no es portadora de «una alegría pasajera y del momento», sino sustentada en las raíces de Dios: «La alegría no está guardada bajo llave o en la biblioteca encerrada, aunque hay que estudiar, sino que tenemos que descubrirla en los demás». Por eso, rubricó que «la alegría no es para uno, es para llevar a otro». Ustedes que han venido a encontrarse y a buscar el mensaje de Cristo, ¿esto se lo van a quedar o se los van a llevar a los demás?», les preguntó un párroco con el templo abierto más grande del planeta. «¡No oigo!», les provocó el Sucesor de Pedro, para decirles a renglón seguido:

La cultura del esfuerzo

A partir de ahí, el Santo Padre se metió a los jóvenes en el bolsillo al reivindicar la cultura del esfuerzo y la capacidad de superación. «No sé si a alguno le gusta el fútbol, a mí me gusta. Detrás de un gol y de un éxito hay mucho entrenamiento, pero en la vida no siempre las cosas salen como queremos», advirtió el pontífice, que se adentró en el campo de las dificultades: «No hay ningún curso para enseñar a caminar por la vida: se aprende con los abuelos, con la familia, con los amigos… Con las ganas de caminar, miremos nuestras raíces, caminemos hacia adelante y no tengan miedo». Es más, aseveró que, «cuando uno está cansado, no tienes ganas de hacer nada y tira de esponja porque no quiere seguir, deja de caminar y cae». Fue entonces, cuando recondujo su alocución con un chute de esperanza: «¿Ustedes creen que una persona que cae y que tiene un fracaso enorme está terminada? ¿Qué creen que hay que hacer? ¡Levantarse! El que permanece caído, cerro la esperanza, clausuró la ilusión». De la misma manera, hizo cómplices a los peregrinos de salir al rescate del otro, del vulnerable: «La única vez que debemos mirar a alguien de arriba abajo, es para levantarlo. Es triste mirar por encima del hombro».

Con esta invitación a caminar, entrenarse y levantarse, dejó a los jóvenes en sus esterillas, eso sí, con un dardo vocacional para rematar: «En la vida nada es gratis, todo se paga. Todo hay una cosa gratis: el amor de Jesús»..

La intervención del Papa fue ovacionada durante varios minutos, como sucedió en los días previos en el Parque Eduardo VII. Entre los gritos de unos y otros, sobresalían los cantos y los aplausos de los españoles, la mayor delegación de las presentes en este encuentro, con más de 100.000 peregrinos. Juntos, con Francisco, rezaron ante el Santísimo y participaron de un festival de música que se alargó hasta la medianoche después de que el pontífice se retirara a descansar a la nunciatura en el centro de Lisboa.