Entrevista

Francisco Vázquez: «En España supone una dicotomía ser católico y de izquierdas»

Le echan de menos en el Vaticano y como alcalde de su cuidad, A Coruña. Nunca se ha autocensurado. Ni en su toma de decisiones ni en sus declaraciones públicas.

Presentación del libro de Francisco Vázquez Vázquez, Dicho Queda.© Jesús G. Feria.
Presentación del libro de Francisco Vázquez Vázquez, Dicho Queda.© Jesús G. Feria.Jesús G. FeriaFotógrafos

Nunca se ha autocensurado. Ni en su toma de decisiones ni en sus declaraciones públicas. Aunque aquello implicara escaparse de lo políticamente correcto, con los peajes que conlleva. Esta impronta vital hace que todavía hoy, cuando pasea por Coruña, le sigan rogando que vuelva a la alcaldía, de la misma manera que en el Vaticano se le aprecia como el embajador que supo ser puente efectivo y afectivo. No en vano, los cinco años que pasó en Roma fueron un periodo de no pocas turbulencias en las relaciones Iglesia-Estado. Esa honestidad y apasionamiento de Francisco Vázquez se traduce también sobre el papel en «Dicho queda. La mirada de un católico» (PPC), que recopila todos los artículos publicados por este socialdemócrata cristiano durante la última década en la revista «Vida Nueva», una obra que presentó este jueves en el auditorio del Banco Sabadell en Madrid.

La mirada de un católico. ¿Sus gafas creyentes permiten afinar la vista?

No soy un teórico, sino un ciudadano más que escribe sobre lo que piensa y vive, y que se sienta con sus hijos y, sobre todo, con sus nietos, para compartir sus inquietudes, lo mismo sobre cómo vivo mi fe o el adoctrinamiento que estamos padeciendo. Simplemente soy un católico que da testimonio de su condición de católico por coherencia. Eso sí, siendo un mal católico, porque nunca he querido presentarme con una medalla de ejemplaridad ante nada y ante nadie. En España sabemos todo de nuestros políticos y procuran dar a conocer si son del Real Madrid o del Atlético, sus aficiones, dónde van de vacaciones… Pero rara vez sabemos de su confesión religiosa. Sin embargo, es un tema fundamental. El ciudadano debería conocer esta faceta, porque va a ser determinante a la hora de ejercer la representación del ciudadano. Benedicto XVI decía que «la sola garantía institucional no sirve para nada, si no existen las personas que las sostengan con sus propias convicciones».

Católico y de izquierdas. ¿Es posible hoy?

Siempre he buscado dar coherencia en esa dicotomía tan difícil de resolver en nuestro país que es ser católico y ser de izquierdas. Lo entiendo de una manera sencilla: como una lectura del Evangelio. Mi generación universitaria fue la promoción Vaticano II. Para nosotros, la fe fue y es una condición determinante para los demás aspectos de nuestra vida. Crecimos en un tiempo en que se nos dijo que los católicos debíamos participar transversalmente y quien salió más favorecida desde esta apuesta fue la izquierda, porque se nutrió de los jóvenes de los movimientos cristianos de base como la Juventud Obrera Católica, Cursillos de Cristiandad… Los que llamaban los «vaticanistas» en el PSOE procedían de estas realidades. Hoy no cabe esa transversalidad. Yo espero que mis nietos reflexionen sobre la necesidad de que políticamente haya una plataforma política independiente de la Iglesia, pero identificada con los valores que la Iglesia representa. Si no, mal vamos.

¿Cómo tiene que votar un cristiano este 28-M?

En primer lugar, los obispos tienen que darnos orientaciones. El silencio de la jerarquía a este respecto es un gran error porque es interpretado como miedo. Cuando nuestros eclesiásticos callan, en el otro lado hay quien lo interpreta como temor y no interpreta el silencio como una oferta conciliadora de diálogo y acuerdo. La Iglesia, por tanto, tiene que hablar y el voto católico tiene que discernirse, ajustado a lo que ofrecen los partidos políticos, a partir de lo que Benedicto XVI llamaba los principios irrenunciables, entre los que destacan, como más importante y trascendente, el derecho a la vida, junto a la libertad religiosa y a la libertad de los padres para educar a sus hijos.

¿Este país es anticlerical?

En España arrastramos un anticlericalismo caducado y casposo del siglo XIX. La Iglesia es un obstáculo para esa ingeniería social que hoy buscan imponer las minorías. Hoy, esas minorías no sólo piden tolerancia y respeto hacia su propia realidad, sino que imponen sus criterios e, incluso, hacen que la mayoría los tenga que hacer suyos desde la perspectiva legal, como sucede con la ideología de género. Dentro de esta falsa revisión que se está haciendo de la historia, una de las mentiras más apabullantes es ese intento de identificar a la Iglesia con el régimen anterior. Se olvidan de que quien primero plantea la desaparición del concordato y la separación del Estado es la Iglesia a través del Concilio Vaticano II.

¿Cómo acaba en Roma?

Rodríguez Zapatero quería tener algo más que un gesto de diálogo. Por eso, no envió a un diplomático de carrera sino a un embajador político. La presencia de embajadores políticos no puede considerarse como una anomalía. España cuen-ta con un servicio diplomático de primer orden, pero en momentos puntuales por interés nacional puede ser necesario un embajador político ante un contexto especial. Lo que sucede es que había pocos socialistas que se manifestaran como católicos. Prácticamente, José Bono y yo. Él, en Defensa, y yo, en Coruña. Nunca pensé en dejar la alcaldía, porque era mi alfa y omega. Sin embargo, las circunstancias determinaron que aceptara la responsabilidad. El regalo fue que pude ser embajador ante Benedicto XVI, un Papa que yo admiraba por sus escritos sobre los fundamentos de Europa, porque estableció los principios fundamentales del diálogo de la Iglesia con la sociedad, sus conceptos de fe y razón, ciencia y religión. Benedicto XVI siempre subraya que Europa es algo más que una realidad geográfica, política o económica, es una realidad de valores como la democracia, la tolerancia y la libertad, que nacen de la herencia griega y romana, pero fundamentalmente de los principios cristianos.

¿Cómo salió airoso de las presiones vaticanas como católico y de lo que le pedía Moncloa como socialista?

Cuando llegué a Roma, fui recibido por el entonces sustituto de la Secretaría de Estado, el cardenal Giovanni Battista Re, el número tres en el escalafón. La audiencia fue bien, pero al final me situó en el ascensor. Y antes de que se cerraran las puertas, dio al botón de espera y me dijo: «No se preocupe, que todos sabemos que usted no votó la ley del aborto y la del matrimonio homosexual». Después, soltó el botón y añadió mientras se cerraban las puertas: «Pero sabemos que es el embajador del señor Zapatero». Ese fue mi recibimiento. A partir de ahí intenté el equilibrio en un tiempo en el que se buscaba reavivar la cuestión religiosa como un motivo de enfrentamiento. Mi colaboración con la Iglesia nunca obedeció a mi condición de católico, sino desde mi responsabilidad institucional. Por ejemplo, como alcalde buscaba el progreso y desarrollo armónico de mi ciudad y por eso aportaba terrenos para la construcción de templos, convencido de que cuando se crea un barrio nuevo se va generando un nuevo núcleo social y el eje vertebrador es la parroquia. No es sólo un lugar al que ir a misa, sino donde se desarrolla la vida de la zona, se atiende a los vulnerables desde Cáritas…