Última jornada del viaje
«Hay que ampliar las entradas legales de migrantes»
El Papa expone en Marsella su plan de extranjería para Europa: «Quien arriesga su vida en el mar, no invade»
El Palacio del Faro de Marsella, la suntuosa residencia que Napoleón III hizo construir para su mujer, la emperatriz sevillana Eugenia de Montijo, fue hoy el escenario de uno de los discursos más comprometidos y vehementes de cuantos Francisco ha pronunciado en sus diez años como pontífice en relación a la cuestión migratoria. Durante una media hora, el Papa se refirió sin condimento alguno al drama que sufren quienes se ven obligados a salir de su tierra, así como a los muros físicos, de rechazo populista e indiferencia consumista que se levantan en el primer mundo contra ellos.
El Papa ofreció una lección académica por su calidad, pero aterrizada a la realidad. Tanto es así que incluso llegó a plantear un plan de acción para Europa desde el estrado de un auditorio con el presidente Emmanuel Macron en primera fila. Y encontró en sus interlocutores una respuesta más que positiva, en tanto que, fue interrumpido en varias ocasiones con aplausos y premiado con una ovación final.
La política migratoria, según Francisco, pasa por «garantizar, en la medida de las posibilidades de cada uno, un amplio número de entradas legales y regulares, sostenibles gracias a una acogida justa por parte del continente europeo, en el marco de la cooperación con los países de origen».
«Quien arriesga su vida en el mar no invade, busca acogida», entonó durante la clausura de los Encuentros Mediterráneos, un foro de debate entre jóvenes y obispos de la región y razón de ser de un viaje a Marsella que arrancó el viernes por la tarde y que finalizó ayer con una multitudinaria misa en el velódromo de la ciudad. Todo, en el marco de la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, que la Iglesia celebra hoy.
El pontífice hilvanó su visión sobre la movilidad humana para exponer que «la Historia nos llama a una sacudida de conciencia para evitar un naufragio de civilización». «El ‘mare nostrum’ clama justicia, con sus riberas rezumantes de opulencia, consumismo y despilfarro, por un lado, y de pobreza y precariedad, por otro», comentó el Papa. «Hay un grito de dolor que es el que más retumba de todos, y que está convirtiendo el ‘mare nostrum’ en ‘mare mortuum’, el Mediterráneo de cuna de la civilización en tumba de la dignidad», insistió.
El pontífice argentino está convencido, y así lo manifestó, de que «contra la terrible lacra de la explotación de los seres humanos, la solución no es rechazar». «Ciertamente, el futuro no estará en la cerrazón», remarcó en un dardo directo a los discursos populistas y nacionalistas que recorren el Viejo Continente. El Papa no dudó en hacerse eco de que varios puertos mediterráneos «se han cerrado»: «Dos palabras han resonado, alimentando los temores de la gente: ‘invasión’ y ‘emergencia’». Jorge Mario Bergoglio rebatió ante los presentes estos dos términos: «El fenómeno migratorio no es tanto una urgencia momentánea, siempre oportuna para agitar la propaganda alarmista, sino una realidad de nuestro tiempo, un proceso que involucra a tres continentes en torno al Mediterráneo y que debe ser gobernado con sabia clarividencia: con una responsabilidad europea capaz de afrontar las dificultades objetivas».
«El compromiso de las instituciones –considera Francisco– no es suficiente, se necesita una sacudida de conciencia para decir ‘no’ a la ilegalidad y ‘sí’ a la solidaridad». Así, llamó a los poderes públicos a «crear las condiciones para una imprescindible integración», sabedor de que integrar es una tarea «laboriosa», en tanto que «hoy el mar de la convivencia humana está contaminado por la precariedad». De hecho, reconoció que «donde hay precariedad hay criminalidad: donde hay pobreza material, educativa, laboral, cultural y religiosa, se allana el terreno de las mafias y de los tráficos ilegales». Sin embargo, expresó que «quienes se refugian con nosotros no deben ser vistos como una carga que hay que llevar; si los vemos como hermanos, se nos manifestarán sobre todo como dones».
Así, puso sobre la mesa una vez más los cuatro verbos que sostienen su magisterio en esta materia: «acoger, proteger, promover e integrar». En esta misma línea, apeló a «Iglesia y comunidad civil» a tratarles como «rostros, no números.
Doctrina segura
Con un recado implícito para quienes consideran que sus propuestas sobre el fenómeno migratorio son un mensaje de calado ideológico ajeno al catolicismo, Francisco remarcó que su preocupación por los últimos no es una ocurrencia suya, sino que se enmarca dentro de la Doctrina Social de la Iglesia, y echó mano en su discurso, entre otros documentos, de la ‘Populorum progressio’ de Pablo VI. A partir de ahí, sacó pecho de la labor que realiza la Iglesia en todo el Mediterráneo, pero llamó a sus pastores a ir más allá: «Es bueno que los cristianos no seamos los segundos para ninguno en cuanto a la caridad; y que el Evangelio de la caridad sea la ‘magna charta’ de la pastoral».
Más allá de los migrantes, el Santo Padre extendió su tirón de orejas a la clase política y a la ciudadanía por otros problemas sociales a modo de preguntas: «¿Quién se hace cercano hoy en día de los jóvenes abandonados a su suerte, presa fácil de la delincuencia y la prostitución? ¿Quién está cerca de las personas esclavizadas por un trabajo que debería hacerlas más libres?».
Pero, sin duda alguna, si algo resonó en el auditorio fue su condena del aborto y la llamada «muerte digna», consciente de que Macron tiene previsto sacar una nueva ley de eutanasia: «¿Quién escucha los gemidos de los ancianos solos que, en lugar de ser valorados, son aparcados, con la perspectiva falsamente digna de una muerte dulce, pero que en realidad es más salada que las aguas del mar?».
Opinión de Antonio Pelayo
El cementerio Mediterráneo
El Papa clausuró la tercera edición de los Encuentros Mediterráneos de Marsella. Lo hizo pronunciando un discurso en el Palacio del Faro.El tema central de su intervención fue, como ya había anticipado el domingo 17 de diciembre en sus palabras después del Ángelus, el fenómeno migratorio. El problema había sido uno de los más tratados durante estos Encuentros en los que, por primera vez desde que se fundaron, han participado no sólo obispos de diócesis que se asoman al «mare nostrum» sino también expertos y sobre todo jóvenes provenientes de todos los países ribereños. Como afirmó el cardenal Jean-Marc Aveline arzobispo de Marsella la llamada por algunos «invasión de emigrantes» no es el problema número uno de esas naciones que sufren otras plagas como los conflictos bélicos, precariedad económica, un paro endémico, un narcotráfico de disparatadas dimensiones... Un problema que desde luego sólo encontrará solución a nivel europeo.
Marsella, como quiso enfatizar el Papa, ha sido el emplazamiento ideal para debatir el problema migratorio puesto que es un mosaico construido desde hace muchos años por italianos, armenios, argelinos y magrebíes, turcos y otras nacionalidades. Desde el punto de vista religioso conviven en esta ciudad cristianos, musulmanes –se calcula que pueden ser 250.000–, judíos –80.000–, budistas... En su casco urbano se alternan iglesias católicas –entre ellas el famoso santuario de Notre-Dame de la Garde–, mezquitas, sinagogas y templos hinduístas.
Junto a todos los creados, Francisco ha elevado una vez más su voz para denunciar que las aguas del Mediterráneo se ha convertido, lamentablemente, en un cementerio, en un «mare mortuum».
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