Sevilla

Historia de una silla de ruedas que todos recuerdan ocho años después

Reportaje / La semana en el Guadalquivir. Un taxista y un militar dicen acordarse de dos jóvenes que llevaban la silla con un bulto. Caracaño insiste en La Majaloba como lugar donde se enterró a Marta

Historia de una silla de ruedas que todos recuerdan ocho años después
Historia de una silla de ruedas que todos recuerdan ocho años despuéslarazon

Un taxista y un militar dicen acordarse de dos jóvenes que llevaban la silla con un bulto. Caracaño insiste en La Majaloba como lugar donde se enterró a Marta

Quizá el miércoles fue el día más complicado de esta semana para Antonio. El lunes llegó a la dársena del Guadalquivir junto a Eva, con la ilusión de la búsqueda y aunque parezca un contrasentido, deseando encontrar el cadáver de su hija Marta. Agradeció a los buzos su trabajo, atendió con paciencia a todos los medios de comunicación a la vez, luego uno por uno. Cuando acabó, encendió un cigarrillo y se apoyó en la valla del mirador que hay sobre el río para contemplar desde allí las inmersiones de los GEO de Policía Nacional, pendiente de cada gesto, de cada movimiento.

Para los padres de Marta el lunes se hizo eterno. Ninguno quitaba la vista de lo que ocurría en la dársena, de las idas y venidas de la zodiac, de cada vez que un buzo emergía a la superficie con las manos vacías; y mientras el frío iba calando hasta los huesos en su ánimo. Aquella noche al llegar a casa Eva anunció que renunciaba a bajar al río a seguir conviviendo con los nervios y la impaciencia. Antonio al contrario, se muerde las uñas si no está sobre el terreno. Lo que a él le molestó fue tener que irse a la cama sin que nadie le informase de cómo habían ido las primeras horas de búsqueda. Ni una mísera palabra. Antes de apagar la luz de la mesilla dejó constancia de ello en su cuenta de Twitter: «Terminado el primer día de búsqueda (...) de lo que han sacado cero». Antonio durmió poco y mal, obligándose a soñar que aparecía su hija y repasando una y otra vez la misma escena, las conversaciones y su reacción. El martes se plantó en la dársena a primera hora, convocado a una reunión por el jefe de Policía Judicial de Sevilla. Templó su malestar y escuchó lo que le tenían que contar. Fue entonces cuando los miembros de la Marina le enseñaron el dibujo del lecho del río. Descubrió junto al puente del Alamillo una mancha alargada y algo curvada que creyó que podía ser una alfombra enrollada. Preguntó y le dijeron que quizá, que podía ser, pero que hasta que no se sumergiesen los buzos no podrían confirmar o descartar nada. Su nivel de ansiedad se disparó. También sus expectativas. Se apoyó de nuevo en la valla sobre el Guadalquivir, cigarrillo entre los dedos y a esperar. Desde allí no podía ver lo que ocurría en el puente del Alamillo, pero a través del teléfono le contaban todo lo que sucedía, que sí habían sacado algo del fondo, que si lo habían metido en una bolsa azul de pruebas. Se le aceleró el pulso al ver llegar al campamento base a dos individuos en cuyo peto se podía leer «Médico Forense». Supo que algo habían encontrado. Minutos después cuando le informaron que se trataba de un resto óseo de animal el pulso se le desaceleró y sus esperanzas menguaron.

El miércoles Antonio se torció. Pidió a los medios de comunicación que le dieran un respiro y evitó hacer declaraciones. Durante toda la mañana se le notó la desesperanza hasta en la forma de andar, pero al llegar a casa a la hora de comer se encontró con una sorpresa. Una persona le esperaba en el portal, un taxista. «Mira Antonio, hasta ahora no me había atrevido a hablar, pero tengo un sentimiento de culpa enorme que me está destrozando», le dijo. «Soy abuelo, tengo ocho nietos. No podía aguantarme más con lo que sé y jamás he contado. Tenía miedo, ya sabes», se justificó. Antonio le dijo que no se preocupase y le animó a relatarle lo que sabía. «La noche en que desapareció tu hija, serían más o menos las once y veinte de la noche, como tarde las doce menos cuarto, yo venía de dejar a unos clientes en el hotel Barceló de Isla Mágica y, al cruzar el puente de la Barqueta en dirección al centro, vi a mi derecha a un tío empujando una silla de ruedas. Iba de negro con la cara tapada con un pañuelo negro, salvo la sudadera, que era clara. Sobre la silla llevaba un bulto. Me pareció que era una alfombra grande de color marrón. Detrás iba otro también de negro y un pañuelo similar embozándole la cara. Pensé que eran unos indigentes que irían buscando un sitio donde dormir».

El nuevo testimonio ya obra en diligencias policiales. Curiosamente coincide con otro de un militar que aquella noche vio a dos individuos a la misma hora y en la misma zona empujando una silla de ruedas. También se asemeja a la declaración prestada por una enfermera del Hospital Virgen de la Macarena que vio a tres individuos en vez de a dos llevando una silla a una par de manzanas de allí la misma noche. ¿Coincidencia? ¿Casualidad?

El jueves otro ciudadano se le acercó a confesarle que en el 2015 él sacó un hueso de la zona del río que los GEO estaban peinando: «Vine a pescar y cuando tiré de la red hacia arriba vi que había un fémur. Lo arrojé al suelo y seguí a lo mío», le confesó. Antonio pidió que le señalara el lugar concreto. El hombre marcó un pequeño mirador junto al puente de la Barqueta, a pocos metros del Hotel Barceló. Los buzos se centraron en esa zona, pero la jornada concluyó sin éxito. También el viernes. Sin embargo, el ánimo de Antonio volvió a coger peso confiando en que llegará el día en que alguien se le acerque y le diga donde está Marta. Alguien que probablemente no pueda soportar el peso de la culpa, alguien que abra los ojos y entienda la enorme crueldad que supone no revelar a unos padres el paradero de su hija. De momento, Miguel Carcaño, con el que Antonio se reunió en la cárcel en la mañana del viernes, asegura que la enterraron en una finca al norte de Sevilla que se llama La Majaloba. «Él me dice que el hermano la ha tenido que cambiar de sitio», afirma resignado Antonio. Además, y sobre la teoría que defiende el agente de la Policía jubilado Ricardo Morente, que señala que el cuerpo podría estar en la finca situada junto a la carretera que une Sevilla con La Algaba (A-8006), Del Castillo asegura que Miguel «le dijo que fue la carretera de La Algaba», y «como sabemos los que vivimos aquí, a La Algaba se puede llegar por dos sitios, y él me indicó el tanatorio para adelante». Como con el río, la Policía ya registró La Majaloba sin éxito.