Misioneros

El Hogar Nazaret expone en Madrid los logros alcanzados en Perú en la ayuda a los niños necesitados

El páter Ignacio María Doñoro subraya que "somos, ante todo, una familia"

Un momento del acto celebrado por el Hogar Nazaret en Madrid
Un momento del acto celebrado por el Hogar Nazaret en MadridHogar Nazaret

La Asociación Cultural Herrera Oria ha acogido, en el Salón de Grados de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad CEU San Pablo de Madrid, una mesa redonda misionera en torno al tema “Hogar Nazaret, un trocito de cielo”. El acto contó con la presencia del sacerdote Ignacio María Doñoro de los Ríos, fundador del Hogar Nazaret; Riky Maiky Fernández Chávez, joven del Hogar Nazaret; Rut Balbás Muñoz, misionera laica del Hogar Nazaret, y Marta Moreno Candel, editora de Nueva Eva, que ha publicado dos libros del padre Doñoro, El fuego de María y El secreto es Jesús.

El Hogar Nazaret es, en Perú, una casa de rescate de niños y niñas en situaciones de extrema pobreza. “Muchos de los niños y de las niñas han sido abusados laboral o sexualmente”, reconoció Riky Maiky, que a sus 23 años es uno de los mayores del Hogar y ha terminado la carrera de Psicología. Habló de sus “hermanos” del Hogar Nazaret como de una “una verdadera familia. Una familia sobrenatural. Nos une la misma sangre: la sangre de Cristo”.

“Riky Maiky encarna la realidad del Hogar Nazaret”, expresó Marta Moreno al comienzo del acto. “Otras veces hemos escuchado al padre Ignacio hablar de sus niños del Hogar Nazaret y hemos podido verlos en fotografías o vídeos. Pero hoy tenemos a Riky aquí para contarnos en primera persona lo que significa para él formar parte de esa gran familia”. “Mi padre tenía una enfermedad. Era alcohólico. Yo le he visto volver a casa y maltratar a mi madre muchas veces. Soy el mayor de cuatro hermanos y siempre tenía mucho miedo por ella, por mis hermanos y por mí. Me aterraba que mi padre volviera borracho a casa”.

Después de explicar su complicada situación familiar, Riky reconoció que lo que le hizo dar el paso definitivo para entrar en el Hogar Nazaret fue algo que ocurrió el día que cumplió 16 años: “El padre Ignacio había comprado tres tartas para celebrar mi cumpleaños con los niños del Hogar. Nadie me había comprado nunca una tarta por mi cumpleaños. Ese día me di cuenta de lo mucho que le importaba”.

“A mí el Hogar Nazaret me enamoró”, indicó Rut Balbás, farmacéutica, durante su intervención. “Yo estudié un doble grado de Farmacia y Óptica en esta casa, el CEU, y trabajaba en una farmacia en un pueblo de Palencia. Para intentar responder a una inquietud misionera que me interpelaba, hace dos años fui un verano al Hogar Nazaret y allí noté una presencia de Dios intensísima. A partir de ese momento, quedé atrapada. Lo demás vino después. Al verano siguiente volví y comprendí que mi vida estaba allí. He hablado con mi obispo y me ha enviado como misionera laica al Hogar. Durante el último año he vendido la farmacia y ahora me marcho a vivir con esos niños y niñas que han tenido que superar situaciones que aquí ni nos imaginamos, y que sin embargo te abrazan y te sonríen llenos de alegría. Es facilísimo darse cuenta de que en ellos está Dios”.

A la pregunta de qué le hizo dejarlo todo para irse a la selva del Amazonas, el padre Ignacio confesó que “yo no siento que haya dejado nada. Dicen que ser misionero es dejar tu casa, tu familia, tus amigos, tu país…, y marcharte a otro lugar. Pero mi casa es el Corazón de Jesús y yo voy como el que tiene una caravana, que siempre está en casa. Me puedo mover de un sitio a otro, pero siempre estoy en el Corazón de Jesús. Siempre estoy en casa”.

“Verdaderamente, el Hogar Nazaret es un trocito de cielo”, reconocía Rut. “Una vez que has estado allí, ya no quieres marcharte. Y aunque es duro, muy duro, ver lo que han tenido que vivir esos niños —uno de mis recuerdos más duros es de una vez que fuimos a buscar a tres hermanos a una choza y vimos que vivían y comían con los pollos, como si fueran animalitos—, luego, pasados unos meses, ves que empiezan a cambiar y se curan. Se transforman”. “El Hogar Nazaret no es un orfanato ni tampoco una ONG. Es una familia. Los niños se quieren como hermanos, se pelean como hermanos, se cuidan como hermanos. Y yo quiero formar parte de esa familia”.