Criminalidad

La otra víctima de Tony King: «Si la policía me hubiera hecho caso no habría matado a Sonia Carabantes»

Una víctima del también asesino de Rocío Wanninkhof relata la agresión que sufrió por parte del «estrangulador de holloway» un mes antes de la muerte de Sonia en 2003 por la que finalmente fue detenido

María, nombre ficticio de una de las víctimas de Tony King
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«Estamos en la región más lejana y soterrada de la mente, un oscuro submundo inconsciente. Un abismo radiante donde se encuentran los hombres... el infierno», como reza en «From Hell», la novela de Allan Moore sobre Jack el Destripador. «Me empujó dentro del coche, me golpeó la cabeza, pensó que estaba muerta, yo creí que me iba a robar y esperaba a que se llevara el bolso; vio que no me movía, me levantó la mano y vio que caía sin pulso; me intentó violar, llevaba un pareo y el bikini; entonces saqué fuerzas de donde no tenía. Ese tío era una mole, me di la vuelta, dejó de pegarme, empecé a patalear y él salió corriendo hacia un coche que estaba a pocos metros en el que le esperaba alguien», relata a LA RAZÓN una víctima de Tony Alexander King, el asesino de Rocío Wanninkhof y Sonia Carabantes. Era la noche de San Juan de 2003 cerca de la playa de Torremolinos. El área de actuación del depredador sexual. La joven de Coín apareció muerta casi un mes después y los forenses calcularon su asesinato seis días antes de hallar el cuerpo. Rocío Wanninkhof tenía múltiples puñaladas. Sonia Carabantes sufrió una terrible agonía producida por 37 lesiones fruto de los golpes antes de morir asfixiada con su camiseta anudada al cuello. Presentaba lesiones en los antebrazos de defenderse, y de la descomposición evitó comprobar si se produjo una agresión sexual. «Cerré el coche y arranqué pero me quedé en mitad de la carretera, no podía ni salir. Pasó la Policía y me llevó al hospital», relata María (nombre ficticio), víctima de King que denunció a la Policía la agresión aportando «un cuchillo que salió de debajo del asiento del coche». El coche estaba «lleno de sangre y había huellas», pero los agentes «no las cogieron». «El único interés era si había sido violada», explica. «¿Te la metió o no?, me preguntaba con insistencia un policía mayor morboso». Se quedaron con el cuchillo. Menos de un mes después, «al poner la TV, aún con las secuelas del ataque –me operaron del estómago, me dejó secuelas en el riñón–, me quedé impresionada al conocer la detención». Era él. «Jamás lo podré olvidar».

«No me puedo olvidar de esa cara»

María fue a la Policía a declarar de nuevo. «Si me hubieran hecho caso, a la otra niña no la mata», denuncia. Acudió a una rueda de reconocimiento y fue a juicio, por el que, señala, «le cayeron dos años y medio más» a King y le condenaron a pagar una indemnización para la que se declaró «insolvente». «Denuncié para que no pasara de nuevo, pero no me hicieron caso», lamenta. «No me puedo olvidar de esa cara, lo tuve de frente atacándome. Describí cómo era, lo que llevaba puesto, el pelo», pero «la Policía no me hizo caso porque no me había violado», repite. «Ese día volví a nacer», explica. María encajaba en apariencia en el perfil de las víctimas de King. «Pensó que era más joven, yo era delgada y tenía el pelo largo. Saqué fuerzas de donde no había», relata. «No me mató de milagro». Desde entonces, el miedo es una constante. «Si escuchaba correr detrás de mí, me volvía como si estuviera el diablo detrás. No podía estar sola. Pensaba que alguien me iba a hacer algo, no podía dormir». «Aún tengo los labios desfigurados. Tenía bollos como medias naranjas por toda la cabeza de los puñetazos, no podía hablar porque no podía respirar por el esternón. Me destrozó». King huyó «en un descapotable» y la persona que le esperaba, «según la Policía, era un inglés que había desaparecido». «No cabía en mi mente cómo podía estar mirando sin hacer nada». King pasaba «desapercibido» en la Costa del Sol entre multitud de británicos. «Ya era un delincuente antes pero, cuando fui a poner la denuncia, pasé dos o tres horas viendo caras de gente fichada, y él no estaba. Lo hubiese reconocido. Tengo grabadas esa imágenes». La descripción psicológica de King es la de una persona retraída, callada, poco inteligente y presumida. Dos décadas después los peritos dieron el mismo perfil de Carcaño. Ambos están la cárcel de Herrera de la Mancha. King vivía obsesionado con el culturismo y los esteroides le produjeron una impotencia aguda. El alcohol lo desinhibía, fardando de acostarse con menores, de haber matado a los violadores de su hermana o trabajar para la mafia. El ADN sacó de la cárcel a Dolores Vázquez que había sido condenada erróneamente por la muerte de Wanninkhof. A los cuatro años de la muerte de Rocío apareció el cuerpo de Carabantes con tejidos del asesino. Restos que coincidían con el perfil genético de la saliva de una colilla de un cigarrillo hallada junto al cadáver de la joven de Mijas. King en realidad era Tony Bromwich, «el estrangulador de Holloway» en Gran Bretaña. Fue condenado a 19 años por el primer caso y a 36 por el segundo; a siete más por un intento de violación en Benalmádena en 2001; más los 2,5 años de la agresión a María. En los juicios quedó acreditado que King es un psicópata sexual. No debe salir de prisión antes de cumplir los 68 años, aunque le dieron un permiso para el funeral de su hija, ahogada en una piscina en 2007. Robert Graham, compañero de King, fue detenido como encubridor del asesinato de Mijas y posteriormente liberado. King llegó a acusarlo de la muerte de Rocío W., al igual que a Loli Vázquez. «En la rueda de reconocimiento», tras la detención por la muerte de Sonia, «había cinco o seis chavalas más», relata María. «Fui con mi psiquiatra. Me despertaba sobresaltada. Entraba en pánico. No paraba de llorar», explica María, durante años en tratamiento y que cada día de San Juan aún no puede estar sola. «Cuando pienso que puede salir de prisión me da miedo. Siempre tengo miedo. Me salvé porque no era tan joven, una niña se agacha hasta que la mata. Eché los cojones por mis hijos. Sacas fuerza de donde no la tienes». Es «una superviviente». El ser humano tiene la misma molécula que las salamandras para regenerar cartílagos dañados, dice la ciencia. Tras una implosión de silencio, María regeneró los daños del cuerpo y el alma, aprendiendo a vivir con el miedo como equipaje. Wanninkhof y Carabantes no tuvieron tanta suerte.