Religión

Lasaña de verduras para «no olvidar a los pobres»

A través de un banquete para 1.300 personas excluidas, el Papa denuncia la falta de «justicia y solidaridad en un mundo cerrado»

Francisco durante el almuerzo con los pobres en el Aula Pablo VI
Francisco durante el almuerzo con los pobres en el Aula Pablo VIGIUSEPPE LAMIEFE/EPA

Lasaña de verduras, pastel de carne de ternera relleno de espinacas y queso, puré de papa, fruta y postre. Este es el menú que degustaron este domingo los 1.300 invitados del Papa Francisco en el Aula Pablo VI del Vaticano, el magno auditorio que lo mismo ejerce de sede del Sínodo de la Sinodalidad que de escenario para el concierto de Navidad con estrellas de relumbrón. Hoy, los protagonistas eran otros, los que el pontífice argentino ha situado como sus particulares vips en esta década de pontificado: los excluidos.

Hace ocho años, Jorge Mario Bergoglio instauró la Jornada Mundial de los Pobres con el fin de visibilizar y poner en el epicentro de la Iglesia a los más vulnerables de la sociedad, no solo como destinatarios de una ayuda caritativa, sino como protagonistas de la evangelización. Así lo verbalizó Jorge Mario Bergoglio, una vez más, tanto en la eucaristía como en el ángelus previos al multitudinario almuerzo.

«Lo digo a la Iglesia, lo digo a los gobiernos, lo digo a las organizaciones internacionales, lo digo a cada uno y a todos: por favor, no nos olvidemos de los pobres». Fueron las palabras con las que concluyó su homilía en la misa dominical celebrada en la Basílica de San Pedro. Este ruego final venía a recoger otras tantas reflexiones que lanzó en el principal templo de la catolicidad. «Nos volvemos Iglesia de Jesús en la medida en la cual servimos a los pobres», expuso, remarcando la necesidad de que los cristianos abanderen la lucha contra las desigualdades.

«Podemos y debemos encender luces de justicia y de solidaridad mientras se expanden las sombras de un mundo cerrado», planteó Jorge Mario Bergoglio.

Angustia global

En esta misma línea, el Papa comentó que hoy la angustia «es un sentimiento extendido en nuestra época, donde la comunicación social amplifica los problemas y las heridas, haciendo que el mundo sea más inseguro y el futuro más incierto». Como alternativa, reivindicó la esperanza como arma para combatir «el hambre y la carestía que oprimen a muchos hermanos y hermanas que no tienen qué comer, los horrores de la guerra, las muertes inocentes».

A modo de examen de conciencia, preguntó a quienes los escuchaban desde sus bancos: «¿Tengo yo la misma compasión del Señor hacia los pobres, hacia los que no tienen trabajo, no tienen qué comer, están marginados por la sociedad?».

«No debemos fijarnos solo en los grandes problemas de la pobreza global», se respondió Francisco, que hizo un llamamiento a una implicación «en lo poco que todos podemos hacer en lo cotidiano: con nuestro estilo de vida, con la atención y el cuidado del ambiente en el que vivimos, con la búsqueda constante de la justicia, compartiendo nuestros bienes con los más pobres, comprometiéndonos tanto social como políticamente para mejorar la realidad que nos rodea».

Momento dramático

Lejos de justificar estas actitudes como mero altruismo, el Santo Padre explicó que «ahí donde parece haber solo injusticia, dolor y pobreza, justamente en ese momento dramático, el Señor se acerca para liberarnos de la esclavitud y hacer que la vida resplandezca». Por ello, abogó por una «fraternidad cristiana» que «no se trata de arrojar una moneda en las manos de un necesitado». «A quien da limosna yo le pregunto dos cosas: Tú ¿tocas las manos de las personas o les arrojas la moneda sin tocarlas? ¿Ves a los ojos a la persona que ayudas o miras hacia otro lado?», señaló justo después.

Con esta denuncia por delante, Francisco se sentó a la mesa de los excluidos, una iniciativa que este año corrió a cargo de la Cruz Roja Italiana, a través de más de 340 voluntarios, que fueron los responsables de servir cada uno de los platos. Para el cardenal Konrad Krajewski, limosnero del Papa y prefecto del Dicasterio para el Servicio de la Caridad, que organiza el banquete, este empeño de Francisco busca «devolver la dignidad a las personas». Lo cierto es que esta iniciativa papal está encontrando réplicas en diócesis de todo el planeta, también en diferentes puntos de España.