Salud

La microbiota de los bebés influye en su salud emocional futura

El microbioma en la primera infancia podría estar relacionado

con síntomas posteriores de ansiedad y depresión, señalan desde la Universidad de California

Padre y bebé durmiendo
Padre y bebé durmiendo Pixabay

Durante años, la medicina ha separado el cuerpo y la mente como si fueran dos entidades independientes y autónomas. Sin embargo, en las últimas décadas, esta noción ha demostrado que la mente no solo procesa las emociones, también las bacterias.

El conjunto de microorganismos que habita nuestro intestino, la microbiota intestinal, influye de manera profunda en la salud física y mental. Y, según un nuevo estudio de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), este vínculo comienza incluso antes de que aprendamos a hablar.

La conexión entre el intestino y el cerebro no es una metáfora: ambos órganos están comunicados a través de una red de señales químicas, nerviosas e inmunitarias que los científicos llaman «eje intestino-cerebro».

Las bacterias intestinales producen neurotransmisores, como la serotonina o la dopamina, y compuestos antiinflamatorios que modulan la actividad cerebral. El cerebro, a su vez, influye en el intestino mediante el sistema nervioso y las hormonas del estrés. Es un diálogo bidireccional constante.

En los últimos años, numerosos estudios han mostrado que la alteración de este equilibrio se asocia con depresión, ansiedad y trastornos del desarrollo neurológico. Pero la investigación más reciente va un paso más allá: ¿podría la microbiota temprana, la que se establece en los primeros meses de vida, moldear la arquitectura emocional del cerebro?

El parto es un evento decisivo para la colonización microbiana.

Los bebés nacidos por vía vaginal entran en contacto con la flora intestinal y vaginal de la madre: ese primer baño microbiano les transfiere bacterias «fundadoras» que colonizan su intestino y entrenan su sistema inmunitario.

En cambio, los nacidos por cesárea inician su vida con un conjunto de microbios muy distinto, dominado por bacterias ambientales o de la piel. Esa diferencia puede tener consecuencias duraderas.

Estudios previos ya habían asociado el tipo de parto con el riesgo de asma, obesidad o alergias. Ahora, el nuevo trabajo de UCLA sugiere que también podría influir en la salud emocional y cognitiva.

Los autores, liderados por Bridget Callaghan, analizaron muestras de microbiota en bebés y las compararon años más tarde con imágenes cerebrales y cuestionarios sobre emociones y comportamiento. El hallazgo fue, como mínimo, inesperado: los menores que presentaban ciertas combinaciones de bacterias intestinales en la infancia mostraban diferencias en la conectividad cerebral en regiones asociadas al control emocional, así como mayor o menor riesgo de ansiedad y síntomas depresivos en la edad escolar.

«Al vincular los patrones tempranos del microbioma con la conectividad cerebral y los síntomas posteriores de ansiedad y depresión, nuestro estudio ofrece una evidencia inicial de que los microbios intestinales podrían ayudar a modelar la salud mental durante los años escolares», afirma Callaghan.

El estudio no afirma que las bacterias «causen» directamente ansiedad o depresión, pero sugiere que el tipo de microbiota que se establece en los primeros meses de vida puede influir en cómo madura el cerebro emocional.

El equipo de Callaghan cree que este vínculo podría explicarse por varias vías.

Las bacterias intestinales producen ácidos grasos de cadena corta (como el butirato), que reducen la inflamación y favorecen la plasticidad neuronal. Además, interactúan con el sistema inmune, cuya actividad excesiva se ha relacionado con trastornos mentales. Así, una microbiota equilibrada podría actuar como amortiguador biológico frente al estrés psicológico.

El estudio también encontró que la diversidad bacteriana, una comunidad más rica y variada, se asociaba a un perfil emocional más saludable. Esto refuerza la idea de que la exposición temprana a una microbiota variada es un factor protector.

El hallazgo tiene implicaciones terapéuticas importantes. Es decir, si la composición del microbioma influye en la salud mental, podría ser posible modularlo mediante intervenciones simples, como una dieta específica.

«Necesitamos identificar qué especies dentro de estos grandes grupos están impulsando los resultados» –añade Callaghan–. «Una vez que tengamos esa información hay formas relativamente sencillas de cambiar el microbioma, como con probióticos o dieta, que podríamos usar para abordar los problemas. Al relacionar los patrones del microbioma en la primera infancia con la conectividad cerebral y los síntomas posteriores de ansiedad y depresión, nuestro estudio proporciona evidencia temprana de que los microbios intestinales podrían ayudar a moldear la salud mental durante los años críticos de la edad escolar».

Este tipo de enfoques tempranos podrían servir no solo para prevenir disbiosis intestinal –el desequilibrio de la microbiota–, sino también para reducir el riesgo de trastornos emocionales en etapas posteriores.

Los «primeros responsables» detectados en esta relación fueron bacterias de las poblaciones microbianas Clostridiales y Lachnospiraceae, ambas presentes en estudios previos centrados en la salud mental en adultos, en particular con la respuesta al estrés y la depresión en adultos, así como con los efectos de las adversidades en la primera infancia.

Los autores del estudio insisten, sin embargo, en que la microbiota no actúa sola. Factores como la genética, la nutrición, el entorno familiar y el estrés también moldean el cerebro infantil. Es, según el estudio, «una danza entre biología y ambiente»: el microbioma puede preparar el terreno, pero las experiencias de vida son las que siembran las semillas del bienestar o la ansiedad.

Este estudio se une a una tendencia creciente en la neurociencia y la pediatría: entender el cerebro no solo como un órgano aislado, sino como parte de un ecosistema corporal. Lo que comemos, las bacterias que nos acompañan y las primeras interacciones con nuestro entorno forman una red inseparable que condiciona nuestra forma de sentir y pensar.

A medida que la ciencia profundiza en este campo, la idea de que «somos lo que comemos» se amplía: somos, también, lo que nos coloniza, el modo en que nacemos, los microbios que heredamos y cómo cuidamos esa herencia. Todo ello demuestra ser tan relevante para nuestra salud física como para la mental… quizás más en este último apartado.