La otra cara
«La Navidad es muy dura para los ludópatas y encima la lotería empieza en octubre»
Montse vendía cupones y llegaba a aprenderse todos los números que llevaba de forma compulsiva; no juega desde hace doce años y medio
Montse Jiménez no lo pasa bien estos días. En España esta semana no se habla de otro cosa que de la suerte, números, probabilidades, terminaciones... Para alguien con un problema con el juego es el infierno en vida. Cada año la misma canción. Y lo peor de todo es que, igual que ocurre con el turrón, la Lotería de Navidad se adelanta y las participaciones y décimos empiezan a rular en octubre: «Es que es terrible, te pasas el día con el ‘‘no’’ en la boca. Hasta cuando entras en una pastelería ves el número ahí en lo alto. Todo gira en torno a la venta de papeletas».
El año 2011 fue para Montse el comienzo de una vida nueva. Vendedora de cupones de la ONCE desde 1996, su obsesión por el juego se fue cociendo a fuego lento y llegó un día, como dice ella, que se quedó «pillada». La bola de nieve de las deudas se había hecho tan grande que no tuvo más escapatoria que admitirlo todo. La huida hacia adelante era imposible. Ya lleva doce años y medio sin apostar y reconoce que es difícil todo el año, pero en estas fechas aún más. «Los ludópatas lo pasamos mal en Navidad, sobre todo los que lo han dejado hace poco tiempo. Es un bombardeo constante que llega de todas partes. En las empresas, en el bar, en las asociaciones... Hasta cuando vas a unos grandes almacenes te ofrecen por la compra concursar en una ruleta de la fortuna con premios y tienes que decir que no. Nosotros no podemos jugar a nada de nada. Ni al Trivial».
Según explica esta mujer de 57 años, casada y madre de una chica ya en la treintena, la dificultad para explicar la adicción a ojos de los demás estriba en que en la ludopatía no se consume nada. «Esto es invisible porque no hay sustancia. Físicamente no se nota, no te deterioras. Te estropeas de otra forma. Por ejemplo, en mi caso dejé de cuidarme la boca para gastarlo en el juego. Si alguien va borracho lo notas en seguida».
Debido a su trabajo en la ONCE, Montse estaba en contacto constante con el azar. Asegura que llegaba a aprenderse las cinco cifras de los 20 números que llevaba cada día, tal era su obsesión. Y después de memorizarlos todos, el runrún mental que no conseguía esquivar en todo el día. «Cuando vendía un cupón pensaba: ‘‘A ver si le va a tocar a este y yo no lo llevo. Venga, mañana lo dejo’’. Y ese mañana nunca llegaba».
Logró ocultarlo durante muchos años a todos los que la querían. Hacía filigranas para explicar sus elevados gastos hasta que no hubo vuelta atrás. Pidió ayuda y empezó una terapia. «Lo que mejor funciona en mi opinión es la terapia de grupo. Allí todos somos iguales y no nos vamos a juzgar. Hablas con total libertad y te entienden porque los demás las han liado tan gordas como tú». Según Montse, que ahora ayuda a gente a pasar el calvario de los primeros pasos en completa abstinencia, el perfil del jugador ha cambiado mucho en estos años. «He visto una transformación total. Antes el ludópata era más mayor, ahora ha bajado mucho la edad. Vienen con problemas de adicción a los 19 o 20 años. A esa gente joven nadie le pone límites, hay mucho placer inmediato. Lo que quieren, lo tienen».
Ella se crio interna en un colegio en Madrid en el que las tardes de los domingos se dedicaban a jugar a las cartas sin parar. Seis horas seguidas. No sabe si eso potenció su adicción, pero desde luego no ayudó en nada y quizá creó un caldo de cultivo para lo que estaba por llegar. No tiene problema alguno en confesar su enfermedad y explicarla a quien quiera escuchar, aunque asegura que no todo el mundo lo entiende: «Es bueno hablar de ello. El que me quiere de verdad, seguirá queriéndome cuando se entere. Además, cuando los que te rodean lo saben ayudan a crear un círculo de protección a tu alrededor y filtran para que no te lleguen cosas que pueden ponerte en peligro. Vergüenza, ninguna. Sufrir esto es una faena muy grande».
Como suele ocurrir con ciertas personalidades por razones genéticas, en su caso la adicción al juego se solapó con el alcoholismo, del que también ha logrado liberarse. «Bueno, es que la cabra tira al monte. También para el tema del alcohol las fiestas navideñas son una auténtica puñeta. Parece que tienes que beber forzosamente. Yo ahora me río más que antes, eso te lo puedo asegurar. Y hace más de seis años que no pruebo ni una gota de alcohol».
Si eres mujer y ludópata muchas veces el estigma se multiplica por dos: «Cuando jugaba en las máquinas, por ejemplo, oía comentarios detrás de mí de si me estaba gastando el dinero de la compra para mi marido y mis hijos, cosas que no escuché nunca decir de un hombre».
El Estado reconoce la ludopatía como una adicción incapacitante desde 2017. Montse está oficialmente reconocida como tal y cobra una pensión acorde con su discapacidad. Se queja del doble juego de los gobiernos, que por una parte tratan de fomentar la educación entre los más jóvenes y, por otra, recauda dinerales por esa misma actividad que penaliza en público. Se calcula que al menos el 1% de la población española juega de una manera patológica, cerca de medio millón de personas.
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